La melodía de Asturias seduce a Woody Allen: "Cuando sea mayor me iré a un sitio tranquilo, Oviedo es el lugar perfecto"
El cineasta y premio "Príncipe de Asturias" de las Artes presenta en Barcelona su última película ("Golpe de suerte") y actúa en el teatro Tívoli
T. P. / Roger Roca
Lo ha vuelto a proclamar a los cuatro vientos: tiene claro el clarinetista y cineasta Woody Allen que si le llega la improbable hora de retirarse –tiene 87 años, aunque los lleva muy bien, igual que su estatua en Oviedo– su destino será Asturias. Durante su estancia en Barcelona para presentar su última película ("Golpe de suerte") y actuar en el teatro Tívoli el premio "Príncipe de Asturias" de las Artes dijo: "Sólo tengo 87 años, ahora tengo energía para estar aquí, en Barcelona, en Roma o en Nueva York, pero cuando sea mayor me iré a un sitio tranquilo. Oviedo es el lugar perfecto".
Es de sobra conocida su pasión carbayona: además del galardón, aprovechó que le financiaban "Vicky Cristina Barcelona" para incluir en el guión una larga escapada a Asturias. Al final casi aparecían más paisajes astures que catalanes.
"¡Gracias por tus películas!", le gritó una pequeña multitud a Woody Allen mientras cruzaba la calle Casp desde el hotel ME al teatro Tívoli por una puerta lateral. Barcelona no es Venecia. Allí presentó hace unos días su película número cincuenta mientras un grupo de manifestantes protestaba a las puertas de la sala pidiendo al festival que no pusiera el foco "sobre violadores". Pero aquí, ni un cartel de #metoo, ni un abucheo. Si en Barcelona hay alguien que quiere cancelar a Allen no se ha tomado la molestia de presentarse.
Aparece la New Orleans Jazz Band que lo hará lo mejor que pueda, anuncia Allen, para entretenernos con una noche de ragtime, de blues, de la música de los burdeles y la música de las iglesias de la ciudad que vio nacer al jazz. Música de otra era recreada con aplomo, gusto y rigor. La banda se sabe la historia del jazz primigenio del derecho y del revés. Woody Allen también. Pero sus prestaciones como clarinetista son restringidas. Él es el primero en reconocerlo. Y su público, el primero en disculparle. Esto no va de música, claro.
En la algarabía Nueva Orleans, donde los solistas se entremezclan trenzando melodías cada uno a su manera, el clarinete de Woody Allen suena tembloroso hasta la neurosis. Toca en bufidos cortos y entrecortados, como si dar con cada nota fuera algo casi doloroso y luego se queda pensativo. Todo suena en su sitio, pero el ánimo de la sala se va enfriando. Los aplausos arrebatados del principio van pasando de entusiasmo a la cortesía hasta que Allen toma el micro para decir adiós y presentar a sus músicos y el público, ahora sí, aplaude a rabiar.
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