Alma de Oviedo

Armando Guisasola, después la calma

El arquitecto ve recuperarse la actividad en su estudio tras los años duros de la crisis

Armando Guisasola, en la mesa de dibujo de su estudio, en Oviedo.

Armando Guisasola, en la mesa de dibujo de su estudio, en Oviedo. / Luisma Murias

Chus Neira

Chus Neira

A pocos metros arden las calles con la protesta de los ganaderos, pero en la habitación donde Armando Guisasola tiene la mesa de dibujo la bulla llega como un eco muy lejano y la luz del gran ventanal que ilumina los bocetos –el primer trazo siempre a mano– disipa todo conflicto. El arquitecto habla sin romper ese silencio, un tono por debajo, la cadencia del que ha vuelto a casa después de un largo viaje, y su calma ni siquiera se quiebra cuando ilustra los golpes de la vida.

El primero tuvo que ser en Salinas, con esa bicicleta verde que tan bien derrapaba, el día aquel que soltó las manos y se estampó contra una de las jardineras, al lado de la iglesia. Esos eran los dominios de sus abuelos en los veranos de tres meses y las comidas llenas de primos. El resto del año la familia se concentraba en Oviedo, en los edificios de la calle Campoamor y Melquíades Álvarez que Francisco Martínez-Guisasola Alonso había mandado construir y en cuyos bajos estaba instalado el negocio familiar, los almacenes. Aquel hombre que traía a todos al hilo y al que todavía recuerda estallar en un sonoro "¡cojones!" una tarde de fútbol al llegar al Tartiere y descubrir que un nieto había olvidado el carné en casa, se fue de golpe, junto a su abuela, en un accidente de tráfico. Venían de Covadonga, murieron los dos. El padre de Armando, Francisco Guisasola Villagrá, venía en otro coche, detrás. Tuvo que reconocer los cuerpos y, casi al momento, hacerse cargo del negocio. Así que Armando y sus hermanos, Javier, el mayor, el que le daba zapatilla, y Nacho, el pequeño, crecieron en ese mundo donde si faltaba una camisa, una libreta, unas tizas, se bajaba a cogerlo al local y se apuntaba en la cuenta.

Las dotes para el dibujo le llevaron por las clases de Higinio del Valle y a la Universidad de Navarra. Los estudios de Arquitectura fueron también buenos años de camaradería en el barrio de San Juan, y de ahí, a ponerse por su cuenta en Oviedo. Mucho más que las tarjetas que mandó hacer le abrió mercado un encuentro fortuito con Luis García Sarch, que regentaba la cafetería Luca, en los Gauzones, y que de tanta clientela que entraba a preguntar por pisos había acabado por montar una agencia inmobiliaria. Eso le explicó Carmen Sánchez, la mujer de Luis. Aquel hombre tenía un olfato impresionante y de su mano empezó a construir. Primero en Santa Eulalia de Morcín. Después Metrovacesa, Proinsa, Tecosa... "Era la época Imperio, como dice un amigo constructor, un desfase, una churrería, parecía Hollywood". Pero un día, de vacaciones en Marbella con los niños, le llamaron para decirle que una sociedad en la que tenía una pequeña participación entraba en suspensión de pagos. Era 2008. Después todo paró y el estudio pasó de mover en un año proyectos por 12,5 millones a sumar 50.000 euros. Se le juntó una época mala. Falleció su padre, una crisis que iba a durar dos años fueron doce. Hace una pausa algo más larga y respira un poco más hondo. "Sí, ahora empezamos a volver a trabajar". Calma.

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