La OSPA se da todo un festival en Oviedo (y un curioso instrumento fue protagonista)

La sinfónica asturiana inicia una semana de actividades y conciertos con un notable recital en el que destacó el sheng de Wu Wei

Wu Wei toca el sheng durante la interpretación de «El canto del fénix flamante», ayer, en el Auditorio. | Irma Collín

Wu Wei toca el sheng durante la interpretación de «El canto del fénix flamante», ayer, en el Auditorio. | Irma Collín / J. Mallada

Jonathan Mallada Álvarez

Jonathan Mallada Álvarez

Anoche, de mano de la octava cita de abono de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), dio comienzo en Oviedo la segunda edición del OSPA Fest, una serie de actividades y conciertos –comisariados por la mezzosoprano y colaboradora artística de la orquesta Fleur Barron– que se prolongarán hasta finales de la semana que viene y que aglutinan dos citas de abono y un par de recitales de música de cámara. En este primer concierto, patrocinado por LA NUEVA ESPAÑA, destacaba un programa muy heterogéneo y la vuelta al auditorio Príncipe Felipe de Marzena Diakun, quien había estado en la órbita de la OSPA para el puesto de director titular. Estos alicientes no se tradujeron en una gran asistencia, a la que, sin duda, tampoco contribuyó la calurosa y soleada jornada.

"El canto del ruiseñor", de Stravinski, evidenció el poderío de la Sinfónica asturiana, con una plantilla nutrida que desplegó una sonoridad bastante atractiva.

Antes de la pausa llegó el plato fuerte de la velada: "El canto del fénix flamante", de Man Fang. Esta obra, estrenada hace tan solo un par de años, juega con las texturas y la percusión de manera efectista, aunque buena parte del protagonismo de la misma recae sobre el sheng, un órgano de boca que Wu Wei se encargó de manejar de forma magistral. El solista asiático demostró un gran virtuosismo encarando pasajes de gran velocidad siempre con un lirismo muy interesante. El público aplaudió su esfuerzo esperando una propina que jamás llegaría.

La segunda mitad, que Diakun afrontó sin necesidad de partitura, estaba dedicada íntegramente a "Sheherezade", de Rimski-Korsakov. La orquesta se mostró bien trabajada, realizando unos balances ajustados y trazando unas dinámicas que redundaron en una interpretación llena de matices. Todo el colorido de la obra se materializó en unas maderas cálidas y en unos metales pletóricos, a los que se sumó el lirismo del ayer concertino, Jordi Rodríguez.

Más de dos horas de una velada musical notable que los asistentes agradecieron con numerosos aplausos.

Suscríbete para seguir leyendo