Alma de Oviedo

Martín Caicoya, la escapada para llegar a casa

El médico epidemiólogo buscó lejos de Oviedo, en California y Londres, una filosofía vital que acabó descubriendo como médico rural en Ponga

Martín Caicoya, paseando por el Campo San Francisco.

Martín Caicoya, paseando por el Campo San Francisco. / David Cabo

Chus Neira

Chus Neira

Martín Caicoya Gómez-Morán (Oviedo, 74 años) es el segundo de los once hijos de Elías Caicoya Masaveu y Ángeles Gómez-Morán. Médico epidemiólogo, participó en el Gobierno de Vigil, fue jefe de prevención de riesgos laborales, coordinador de programas de innovación sanitaria y jefe de epidemiología clínica. Preside el Círculo de Valdediós y es vicepresidente de los Amigos del Museo de Bellas Artes. Está casado con la abogada Ana Boto, tiene tres hijos, Blas, Mateo y Martín, y dos nietos, Matías y Rita.

Por más que la novela de García Pavón "Cerca de Oviedo" esté vagamente inspirada en la familia de su madre, a Martín Caicoya la ciudad en la que nació siempre le ha quedado lejos, y sus movimientos vitales, pese a gravitar de forma obstinada en torno a su calles parecen haber sido diseñados para escapar de ellas.

Más que desapego, puede que la fuga de Martín Caicoya pretendiera buscar otro centro, un ombligo del mundo donde esperaba encontrar calma y verdad, a la manera epicúrea que su figura todavía conserva hoy. Las primeras salidas eran en patines con su hermano César, en un territorio, Muñoz Degrain, que era confín y carretera por donde vería desfilar jeeps durante La Huelgona. Antes, con diez años, ya se le habían llenado los ojos de mundo aquel verano que pasó en una luminosa Casablanca visitando a un tío que era cirujano digestivo en Marruecos. Perseguir esa luz, el ansia de salir ahí fuera, le llevó pronto a Estados Unidos con una beca American Field Service que le aterrizó en California el mismo verano del amor y le permitió vivir un año descalzo por el parque mientras podían sonar en directo "Los Doors" o Country Joe. La popularidad del chaval extranjero se convirtió, en el viaje de vuelta de La Joya (San Diego) a Ribadesella (Asturias) en condición exótica del que regresa del lugar donde todo estaba sucediendo y que atraía, para sus tertulias, a su tío político Viti Lucas y a algunos de sus amigos como Francisco Alonso. Con aquellos señores exploró sus dudas –siempre las dudas– aquel verano con el libro de historia de la filosofía de Julián Marías. Leían un capítulo, lo comentaban y después exploraban las opciones del joven para ayudarle a decidirse por una u otra carrera. Cuatro días antes de que comenzaran las clases decidió matricularse en Medicina. Valladolid le pareció que estaba todavía más alejada del mundo que Oviedo y que era aún más oscura, pero halló refugio, cursos más tarde, cambiando la matrícula a la autónoma de Barcelona.

Se hizo médico en La Residencia pero volvió a escapar. Estaba vez a Londres, un año antes de que Malcolm McLaren se inventara a los "Pistols" pero a tiempo de respirar lo que se cocía en los pubs y volver a caer en la práctica hospitalaria. De nuevo en Oviedo, obsesionado con las crónica de Gerald Brenan sobre las Alpujarras, se presentó una mañana en el despacho de Sanidad de Tolivar Faes para pedir un destino de médico rural lo más lejos posible. Y aquel hombre exquisito, amable e impecable en su terno, le ofreció Ponga. Supo que había llegado a su ombligo del mundo cuando mientras subía a Beleño en su 1430 familiar, cargando con una cama y algo de equipaje, un pastor se subió al coche.

–¿Ye el médicu nuevu? Esto ye muy afayaízu, ya verá.

Iba para un mes y estuvo dos años y medio con la consulta convertida en un auténtico hospitalillo. Después viajaría mucho. A Londres y Nueva York, se convertiría en epidemiólogo y trabajaría en Oviedo, pero aquella vida esencial, la paz del alma que descubrió en Ponga, se la llevó a Las Caldas donde durante más de veinte años fue vecino, padre y hortelano. Aquella casa se vendió; esta misma semana ha vuelto a ser abuelo y casi por primera vez en su vida reside en el centro de Oviedo. Pero no hay renuncia. Uno mira a Martín Caicoya y lo ve todavía agitarse. Las dudas, la curiosidad, el movimiento.

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