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La mar de Oviedo

Los plomos

Pronosticaban truenos y carros de demonios en la franja cantábrica y programé un sábado doméstico; nada de Ubiña, Tiatordos o Llambrión porque en esos parajes las tormentas descargan erizos y calaveras. Nubes grises, lluvia azul, relámpagos amarillos eran iconos que ocupaban el sábado enterito, no había en la pantalla de mi móvil un lugar seco y seguro, o me mojaba el dedo o me lo pinchaba un rayo. Conque me encerré en casa, clavé buenas traviesas para fijar las contraventanas y estuve el día entero esperando el granizo, las centellas y ese golpecito del cuadro eléctrico cuando salta el automático, impera la oscuridad y empieza a descongelarse la merluza en el frigo. Mi mujer, de buena mañana, vio que lucía el sol, se fue a la playa y disfrutó como un verderón hasta el atardecer, en cambio, ¿podéis creer que este tontolaba se pasó el sábado de guardia sin que se fundieran los plomos?

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