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Gonzalo García-Conde

Paraíso capital

Gonzalo García-Conde

El encanto juvenil

Ante el cierre de temporada en la Ópera de Oviedo

Imagino que la directiva de Ópera de Oviedo y su director artístico, Tino Varela, están asistiendo a estas funciones de “Los pescadores de perlas” con una emoción especial. Deben tener en los labios un sabor entre dulce y amargo. Satisfechos, cansados y preocupados en porcentajes variables después de la montaña rusa de trabajo e imprevistos en la que han vivido todo este año. Es el signo de los tiempos.

Esta ópera temprana de George Bizet cierra una temporada que, artísticamente, ha sido provocadora, elegante y valiente, y lo hace con una pincelada de dulzura juvenil, con más fe en el futuro del que sería razonable tener dadas las actuales circunstancias.

Bizet era un joven y brillante estudiante de música, becado y premiado, cuando escribió la partitura de “Los pescadores de perlas”. Parecía destinado a algo importante, a ser uno de los más grandes entre los grandes de la historia. Sin duda, ya creía serlo en aquel entonces. Pobre iluso. Con veinticuatro años y criado entre aplausos, elogios y partituras, se hacía la ilusión de dominar la vida cuando apenas había empezado a vivirla.

Poco sabía entonces, en plena arrogancia juvenil, que iba a conocer la necesidad, la enfermedad, la guerra y lo que para él era aún peor: la indiferencia, la crítica feroz a su obra que, dicen, precipitó que la destruyese parcialmente antes de fallecer derrotado.

Bizet acabó demostrando que era un genio. Dejó escritas, a pesar de todo, centenares de páginas de música bellísima. También una obra redonda, perfecta, inmensa, brutal, orgullo del género como es “Carmen”.

Pero cuando compuso “Los pescadores” lo hizo de manera frívola y despreocupada. Creía en su talento, en la amistad, en el amor, en la capacidad para reinventarse, en las infinitas posibilidades y puertas que ofrece la vida de los jóvenes. Todo eso se nota en su música. La pasión, la aventura, el encanto, la fascinación por lo exótico, la confianza en el futuro.

Los que se acerquen al Campoamor a disfrutar de este cierre de temporada no van a encontrar una obra mayúscula. Disfrutaran de una pequeña joya, una pieza delicada de orfebrería musical. Una colección de pequeños detalles que no tendrían sentido si no se apoyasen los unos en los otros. La encantadora fragilidad de lo efímero.

La puesta en escena que enmarca esta obra es como un enorme cuadro de expresionismo abstracto. Grises con pinceladas mostaza que se apoyan en una iluminación cálida, que invitan al espectador a encontrar en sus recuerdos el paisaje perfecto.

Por su parte, Celso Albelo tiene ese timbre dulce del tenor lírico que te transporta a tu propia adolescencia. Ekaterina Bakanova, que debuta en Oviedo, es una soprano deliciosa, de apariencia tan frágil como su personaje pero que canta con la facilidad y belleza de un jilguero. Capaz de ahogar su voz o de dejarla fluir sin perder ningún matiz en el camino. Borja Quiza les da el contrapunto a ambos. Aporta fuerza, vigor, profundidad, gallardía. Tres voces magníficas. Lo que Oviedo exige, lo que merece.

Todos hemos sido jóvenes una vez, aún podemos serlo si nos lo proponemos. Y como tales sabemos que podemos esperar lo mejor del futuro. Las más fabulosas aventuras. Con “Los pescadores de perlas” terminará esta temporada, se apagarán las luces de la ópera hasta el año que viene. Una vez más la música hace que todo parezca mejor. Aplauso y... Telón.

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