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Imposible pasar página

Hablamos por teléfono hace apenas unas semanas. Me llamó para decirme que le había encantado mi libro, que le había parecido muy interesante y que, por supuesto, contara con su librería tanto para la presentación como para organizar varias sesiones de firmas y encuentros con lectores. Además, me comentó –siempre amable, dispuesta y sonriente– que tenía pensado colocar treinta o cuarenta ejemplares en uno de sus extraordinarios escaparates y me pidió que le dejara alguna camiseta de la Selección Española de Fútbol y un balón para darles aún más realce. Para mí fue todo un honor y así se lo trasladé. Me volvió a hacer feliz.

Ayer, cuando a primera hora de la mañana me enteré del triste fallecimiento de Conchita Quirós, propietaria de la histórica Librería Cervantes de Oviedo, se me apagó la ilusión y la felicidad que ella misma me había transmitido.

A mediados del mes de diciembre la fui a visitar para presentarle el último libro que terminé de escribir el año pasado, “De los pies a la cabeza: mis vivencias con el fútbol y la Roja”. Le regalé un ejemplar y ella me contagió de optimismo.

Me felicitó por seguir al pie del cañón. “Eres infatigable, Ramiro”, recuerdo que me dijo. “Ya quisiera yo tener la mitad de energía que tú”, le respondí. Desde que tuve la inmensa fortuna de conocerla personalmente me pareció una mujer ejemplar, empática y trabajadora, una figura emblemática para la cultura ovetense y asturiana.

Me habló con pasión de los planes que tenía para celebrar este año el centenario de la Librería Cervantes, una meca de los libros situada en el número 9 de la calle Doctor Casal, en el corazón de Oviedo. Esa esquina que palpita cultura desde que en 1921 su padre, Alfredo Quirós, puso en marcha lo que hoy es una de las diez primeras librerías del país en cuanto a volumen de ventas. Ella quería celebrar esos cien años de librería por todo lo alto y así me lo confesó invitándome a ser protagonista.

Aquel reencuentro me llenó de optimismo. Últimamente no es nada fácil hallar espíritus que insuflen a uno ganas de casi nada pero Conchita no entendía la vida sin esa pizca de gracia y aventura que denotan la pasión por lo que uno hace a diario.

Ambos somos ovetenses de acogida y ambos recordamos muchas veces nuestros orígenes. Ella, de la parroquia de Pillarno, en el concejo de Castrillón, yo de San Miguel de Nembra, en Aller. Nuestras conversaciones las guardaré para siempre en mi particular baúl de recuerdos, los libros que adquirí en su librería tienen ahora un significado aún más especial aunque es cierto que hoy me resulta imposible pasar página. Descansa en paz, Conchita.

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