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Crítica / Teatro

Eva Vallines

Nostalgia en gris

Un magnífico José Sacristán eleva el monólogo inspirado en “Señora de rojo sobre fondo gris”, de Miguel Delibes, con una interpretación sentida y contenida

La novela de Delibes en la que se basa este monólogo es un canto de despedida que el propio autor dedicó a su esposa fallecida prematuramente. Su alter ego el pintor Nicolás no recibe la visita de las musas (aquí convertidas en ángeles en guiño al nombre de su mujer) desde que ella enfermó repentinamente. Estamos en 1975, su hija y su yerno han sido detenidos por la policía, un caudillo agonizante y las revueltas políticas son el telón de fondo de una historia de amor con suspense en la que tratan de escapar de la Parca que se cierne fatalmente sobre ellos. Si en “Cinco horas con Mario” Delibes realiza un panegírico “a la contra” del difunto Mario a través de los reproches de su recalcitrante viuda, en una fórmula de gran eficacia y éxito, aquí en cambio la alabanza es directa, sin ambages, desde la idealización y el desconsuelo. Una reflexión sobre la felicidad y su pérdida, sobre el amor eterno y la ausencia: “aquellas sobremesas sin palabras eran sencillamente la felicidad, nos bastaba mirarnos”.

Aunque Sacristán es el único intérprete le acompaña la presencia constante y evocada de su esposa Ana (Ángeles), a la que incluso podemos escuchar en el precioso recitado en off de Mercedes Sampietro. Una mujer idealizada a la que describe como atractiva, intuitiva, creativa, con gran sentido del humor y capacidad de sorprender, inconstante, desmemoriada y seductora. En palabras del amigo de la familia Evelio Estefanía (Julián Marías): “con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”. También aparece como interlocutora su hija, que a su regreso de la cárcel es la destinataria de este emotivo relato de una vida en común de pareja “tenazmente” enamorada, solo truncada por la enfermedad y la muerte.

José Sacristán está magnífico y así lo demuestra con su dominio de los tiempos y las pausas y esa voz profunda y sugerente, conmovedora en sus silencios, que sabe alternar con arrebatos de furia. Una interpretación sentida y contenida, desgarrada y dolorida y finalmente reconfortante y esperanzada. Comienza la función ahogando sus penas en un vaso de whisky, apoyado en un taburete rojo en el proscenio, al fondo un estudio de pintor con grises deslucidos de tristeza profunda y con diván incluido, capaz de albergar hasta despedidas amorosas. Toda la pieza tiene un aire antiguo, de nostalgia de una época. Sobre el gris difuminado de la estancia sobresale el rojo intenso de la imagen de Ana, retratada por el pintor García Elvira (García Benito) en el cuadro real que da título a la obra.

El actor no pudo resistir al acoso de las toses y los móviles y en varios momentos estuvo a punto de interrumpir la función. Al final, emocionado, dio las gracias por las ovaciones de un patio de butacas puesto en pie y quiso agradecer el sentido homenaje que el miércoles le tributó el Aula de las Metáforas en Grado ante la presencia entre el público de su fundador el poeta Fernando Beltrán.

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