La Sinfónica gallega desembarcaba en el auditorio Príncipe Felipe para ofrecer un programa apasionante que sin duda captó el interés de los melómanos ovetenses. La primera mitad estuvo dedicada al «Concierto para violín en re mayor» de Brahms, una joya del Romanticismo musical que la orquesta supo enfrentar con dramatismo pero sin pesadez. El allegro non troppo destapó las virtudes de Liza Ferschtman, recreándose en la musicalidad brahmsiana y desplegando un lirismo repleto de sensibilidad y delicadeza. La cadenza evidenció todo el virtuosismo de la violinista holandesa, quien dejó claro su dominio del violín, en cualquiera de sus registros, y evidenció un sonido pleno y bien timbrado.
Los dos movimientos restantes, con alguna entrada resbaladiza, siguieron la misma línea: la orquesta se apoyó en una cuerda superlativa, sedosa y compacta, y la solista transmitió toda su energía al tercer movimiento.
Como agradecimiento, ante los entusiastas aplausos del público ovetense, la solista regaló una bella interpretación del «recitativo y scherzo (capricho número 6)» de Kreisler para rubricar su paso por Oviedo.
La segunda parte deparaba la «Sinfonía número 5 en mi menor» de Chaikovski, otra monumental obra donde la agrupación gallega se mostró sólida y sin fisuras. Los temas bien expuestos, las secciones a gran nivel y Manacorda, con una dirección clara y una gestualidad intuitiva, guiando a la formación con habilidad y realizando todo un juego de dinámicas y crescendos que hizo todavía más viva y atractiva la ejecución. Los metales olvidaron cualquier atisbo de duda y se sumaron a unas maderas muy atinadas en el «valse», página que recuerda los célebres ballets escritos por el compositor ruso. El último movimiento cerró con solemnidad la Romántica velada musical ante un público entregado.