Con Vistas al Naranco
Costa, Rodríguez Vigil y Willy Brandt, dimisiones ejemplares
Evoco una tarde alsaciana. El hemiciclo del Parlamento Europeo estaba semivacío con un debate carente de interés y sin votaciones anunciadas pues las del orden del día se habían producido horas antes en la sesión mañanera. Es posible que yo fuera el único socialdemócrata presente, salvo Antonio Costa que presidía en calidad de vicepresidente. Sorpresivamente, mi tocayo dijo desde estrados que aquella era su última intervención ya que dejaba esa misma noche el Parlamento Europeo para reincorporarse a la política interna de Portugal, donde sería alcalde lisboeta. Me pareció oportuno solicitar la palabra para despedirle retóricamente deseándole toda clase de venturas que tuvo, sin duda, en la conducción del gobierno como primer ministro hasta la abrupta dimisión de hogaño. Antonio me era muy conocido y grato en las varias reuniones que tuvimos en el grupo parlamentario y fuera de él. Llamaba la atención su tez hindú. Su padre era originario de Goa, enclave indio, que Jawaharlal Nehru anexionó a la India, con protesta escrita, también recuerdo, de Fernando María Castiella, ministro de Exteriores de Franco, contradiciendo los esfuerzos reivindicativos frente al Reino Unido que coloniza, y sigue colonizando intolerablemente, Gibraltar.
Ignoro por completo las profundidades que laten tras la dimisión y el error nominal confesado por la Fiscalía, pero no puedo por menos de felicitarle si, como parece, se trata de la corrupción de otro político demasiado próximo para quemarle las manos, la "culpa in eligendo", que decimos los juristas. Me trae a la memoria la dimisión de mi gran amigo Juan Luis Rodríguez Vigil por su excesiva confianza en el consejero Víctor Zapico, en Juan Blas Sitges y en otros nefastos intervinientes de la operación conocida por "Petromocho". Fui testigo cualificado, a presencia también del ministro Claudio Aranzadi, de cuando Felipe González, entonces presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, le dijo, en el hall del Hotel de la Reconquista, que si no se había manchado con dinero no debía dimitir. Juan Luis, sin embargo, hizo rebién esperando apenas escasas y prudentes calculadas horas. También me viene a la memoria la dimisión fulminante del gran Willy Brandt al saber que Günter Guillaume, su secretario, era espía de la siniestra policía Stasi de la comunista República Democrática Alemana (RDA).
La dimisión engrandece la imagen que tengo de Antonio Costa como las q ue ya tenía de Brandt y, a otro nivel, de Juan Luis.
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