Crítica / Música

Oviedo, patria musical querida

Brillante recital de Igor Levit y la NDR Elbphilharmonie en las Jornadas de Piano culminado por una emocionante versión del himno regional

VÍDEO: Una orquesta alemana pone en pie al público con su interpretación del "Asturias, patria querida"

LNE

Jonathan Mallada Álvarez

Jonathan Mallada Álvarez

La ficha de la crítica

  • Jornadas de Piano «Luis G. Iberni»
  • Intérpretes: Igor Levit (piano), NDR Elbphilharmonie Orchester
  • Director: Alan Gilbert
  • Programa: Obras de Bartók y Brahms
  • Auditorio Príncipe Felipe, jueves, 20.00 horas

Las Jornadas de Piano "Luis G. Iberni" no defraudaron en su cuarta cita de la temporada ante la expresividad del pianista Igor Levit y el poderío de la NDR Elbphilharmonie Orchester. Su cierre de gira en España (donde, al margen de Oviedo tan sólo han ofrecido un concierto en Madrid) ha sido notable por la riqueza del programa y, especialmente, por las virtudes del solista y la agrupación sinfónica. A ellos se sumaría la experimentada dirección de Alan Gilbert, quien invirtió la disposición habitual de la orquesta con la finalidad de potenciar la solidez de la formación de Hamburgo y unificar, tímbricamente, cualquier detalle sonoro.

El "Concierto para piano y orquesta nº 3" de Bartók permitió a Levit exhibirse ante el público del ciclo que organiza la Fundación Muncipal de Cultura con la colaboración de LA NUEVA ESPAÑA. Su pulsación cristalina solventaría sin problema las escalas que inundan la partitura del compositor húngaro, bien es cierto que, en ocasiones, el sonido quedaría ligeramente empañado por el uso del pedal. El "Adagio religioso" sumió al Auditorio en una atmósfera delicada e intimista gracias a la fragilidad que el pianista, pletórico en confianza, supo aplicar a cada compás, perfectamente arropado por una orquesta sincronizada al milímetro, como probaron, en este mismo número, las maderas y la percusión, acompasando articulación y carácter. La sugerente sonoridad que Levit extraía del piano, que por momentos parecía detener el tiempo, encajaría a la perfección con el colorismo de la formación alemana, siempre rendida (a pesar de su número) al protagonismo del solista, en un "Allegro vivace" donde confluyen de forma magistral el delicadísimo lirismo pianístico con el poderío y la fuerza sinfónica de una nutrida orquesta.

La segunda mitad quedaba reservada a la "Sinfonía número 1 en do menor" de Brahms, un repertorio que constituye buena parte del ADN de la orquesta y de su director titular, que salió al pódium sin la necesidad de partitura. Gilbert se apoyó, inicialmente, en la brillantez de los violines y la profundidad que conferían los ocho contrabajos para perfilar, con precisión y delicadeza, cada uno de los temas. Los dos movimientos centrales evidenciaron unas maderas excelentes. Sonoridad cálida, insuflando el aire preciso en cada momento (y aportando un pequeño vibrato a los finales de frase para conferir una carnosidad muy atractiva), no tuvieron problemas en imponer el tempo que marcaba, siempre irradiando comodidad y una gran solvencia, Alan Gilbert, resultando un delicadísimo final del "Andante" y una elegancia, siempre ágil y ligera, en el "poco allegretto".

El cuarto número explotó unas gradaciones dinámicas imponentes, matizando cada una de las indicaciones de intensidad para dotar a su interpretación de una lucidez pasmosa. Aunque esta fue la tónica de toda la velada, el peso de los metales y la percusión en el complejo último movimiento hizo más evidente estas virtudes hasta culminar en el solemne y triunfal desenlace que subyace en la sinfonía brahmsiana. La exquisita e inesperada versión del himno asturiano que ejecutaron, a modo de propina, fue un regalo que los melómanos del Principado no olvidarán fácilmente y que, en pie, agradecieron a la orquesta alemana por medio una emocionante ovación final.

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