El Oviedo pasó ayer del funeral a la fiesta en un soplido. Amagó con infartar al descanso, toreado descaradamente por el Lugo, pero luego tuvo la garra, el fútbol y el corazón necesarios para sacarse la cornada, limpiarse la sangre y acabar saliendo a hombros del ruedo. Se llevó un chute de autoestima estupendo para convertir la faena en un punto de inflexión. Aunque el Oviedo es ya especialista en bajarle los humos a los gallitos de la categoría, no todos los días se tumba a un líder.

Además de tres puntos reparadores, la remontada enseñó un nuevo traje con el que mirarse al espejo y sentirse razonablemente bien. Anquela embutió a su equipo en un diseño con tres centrales y dos carrileros que, después de unos ajustes en el primer periodo, le dio algo más de abrigo atrás y, sobre todo, mucho más oxígeno adelante. Hacía muchas jornadas que no se veía a un Oviedo con tanto brío como el de la segunda parte de ayer. Habrá que esperar para comprobar si los nuevos patrones sirven o no como solución a largo plazo, pero de momento, por lo visto ayer, otorgan cierto equilibrio y permiten imantar mejor los futbolistas disponibles hoy. Hará bien el Oviedo en abrazarse a este nuevo dibujo para perseverar en su escalada el domingo, que toca aparcar en Tarragona.

Aunque no se debe obviar el desesperante tembleque de la primera mitad, no sería justo ponerlo como atenuante de un triunfo de mucho mérito. El conjunto azul no sólo sobrevivió en el alambre y se sobrepuso al runrún del Tartiere, sino que sacó garra y orgullo para remontar al líder y devolver el golpe tras el empate. En una mañana de volantazos climatológicos, con chaparrones y rayos de sol, los azules pasaron de la ansiedad al éxtasis en un pis pas.

Los muchachos carbayones se enchufaron a tiempo después de un primer acto vacío y gobernado por la ansiedad, condicionado por el gol tempranero de Cristian Herrera y los desbarajustes tácticos iniciales. Porque Anquela cumplió el pronóstico con la revolución en el once, pero insistió de entrada en el dibujo de siempre: defensa de cuatro y Forlín en el trivote. Como el Lugo hizo bingo en su primera llegada, el técnico rectificó, mandó al argentino al centro de la zaga y ordenó una defensa de tres centrales y dos carrileros.

El cambio de guión llegó al cuarto de hora, con 0-1, frente al líder y con una audible inquietud en la tribuna. Una situación de extremo miedo que acusó en exceso el Oviedo. De hecho, en el tiempo que necesitó para acompasarse a lo nuevo, que fue toda la primera mitad, el Lugo remató una vez al poste y tuvo otra clara que Christian despejó a córner. Frente a eso, los azules no dispararon a puerta ni una sola vez. Todo era negro al descanso, 0-1 y gracias, paraíso de los agoreros. Sucedió que a la vuelta de las duchas el Oviedo se sacudió el complejo, ganó profundidad con la aportación vital de sus carrileros, Mossa y Diegui, y el equipo empezó a volar. Eran los mismos jugadores, pero era otro Oviedo. Era el Oviedo del amor propio. El del corazón. El que se merece un voto de confianza. El Oviedo de la segunda parte sí que vale. Que se lo pregunten al Tartiere, prudentemente entusiasmado al final

Consumido por la ansiedad, el Oviedo dio tumbos en una primera mitad controlada con suficiencia por el Lugo, que dio el zarpazo en la primera que tuvo. Vico puso un centro y Cristian Herrera la cruzó delante de Juan Carlos. Primera llegada, primer gol. Nada nuevo.

Anquela reaccionó retrasando a Forlín, que había iniciado el partido en el trivote junto a Mariga y Folch. El equipo paso a formar con defensa de cinco, con Christian Fernández y Carlos Hernández flanqueando a Forlín en el centro de la zaga, pero los carrileros, Mossa y Diegui, no salían de su sitio y la producción ofensiva era inexistente. El Oviedo, mal colocado, ni tenía solidez ni mordía arriba. Sólo empujaba por inercia, sin ningún peligro. El partido pronto fue una ejemplo del estado de ánimo de cada equipo: a un lado los azules, acogotados y perdidos. Al otro el líder, seguro y con fluidez. Polanco puso ajusticiar al Oviedo cerca de la media hora: ganó la posición a Christian y su disparo lo escupió el poste. El Tartiere, entonces, reaccionó con silbidos, desesperado. Antes del descanso el Lugo volvió a perdonar. Campillo remató a gol, pero cuando la pelota se colaba, superado Juan Carlos, llegó a Christian para despejarla a córner.

En el intermedio, todas las alarmas se encendieron, porque el equipo, todavía sin automatismos, no respondía, muy menguado. Los azules solo dieron noticias arriba con dos disparos desviados de Ñíguez y una falta peligrosa de Berjón. Ni un tiro a puerta.

Ocurrió que del vestuario salió un Oviedo totalmente distinto, muy enchufado. El día y la noche. Ni el más optimista se hubiera imaginado semejante reacción. Ayudó el tempranero empate, un penati de Miquel a Ñíguez que transformó Berjón a los cinco minutos de la reanudación. Pero ayudó más una mejor colocación, fruto del movimiento táctico: Mossa y Diegui dieron por fin un paso adelante, el equipo se ensanchó y ganó profundidad. Ganó vida. Ñíguez y Berjón, con menos exigencia defensiva en banda, se activaron y la cosa cambió. Cuatro minutos después del empate, Berjón puso un centro y Linares, sustituto de Toché, se río de su sequía rematando de forma excelente a la red.

El Tartiere, ya volcado, se sumó al fondo y entonces no dejó nunca de animar. Había profundidad en banda y el equipo llegaba con insistencia. Linares tuvo el tercero, pero su derechazo se fue alto justo antes del jarro de agua fría. Campillo puso un centro, Folch no midió bien y la pelota le quedó muerta en el área a Azeez, que disparó fácil a la red.

Tan cambiado estaba el Oviedo que el jarro de agua fría ni le afectó. Como ejemplo, el tercer gol, sólo diez minutos después. Juan Carlos puso un balón en largo a Berjón, el ovetense la dio de primeras a Mossa, que también prolongó para dejar a Ñíguez en el área. El alicantino fusiló a la red. Una jugada de tiralíneas que decantó el partido, porque el Oviedo, seguro de sí mismo, supo después contener al líder para proteger un triunfo vital que sirve para crecer.

La victoria da alas al equipo y ayuda a cicatrizar la herida anímica de Alcorcón. El triunfo debe ser el inicio definitivo de la escalada, que espera un refrendo fuera de casa. El Oviedo ya sabe bien a qué versión agarrarse.