"Hoy veo 'Estudio Estadio' en pelotas". Es una frase que escuché saliendo del antiguo Tartiere. La dijo un aficionado que estaba en esa edad en la que no sabes si definirlo como chico o señor. Y es, seguramente, una fantástica -y explícita- forma de resumir lo que es el fútbol. Ese día el Oviedo había ganado y el Sporting había perdido. Y ya se sabe que no hay combinación mejor para un hincha que la victoria de su equipo y la derrota del eterno rival.

Quince años después, el Sporting volverá a pisar el césped del estadio ovetense en partido oficial. A mí, ya lo saben, los derbis no me gustan. Me generan un nerviosismo que soy incapaz de manejar. Aunque casi me pone más nervioso la mojigatería que se ha instalado en determinados sectores y la radicalización basada en falacias que existe en otros. En especial en las redes sociales, en donde provocar, insultar y soltar tonterías desde el anonimato sale baratísimo. Vayamos por partes.

¿Qué es eso de la rivalidad sana? ¿Es como la envidia sana? La rivalidad es rivalidad, y tiene sus partes negativas y positivas, como todo en esta vida. Ahora parece que no se puede decir que quieres que tu eterno rival pierda siempre. Pues miren ustedes, sí, se puede. Y uno no es peor persona ni tiene menos asturianía por ello, porque esto es un juego y va de sentimientos. Es más, las miles de personas que acudimos al Tartiere aplaudimos cada vez que le marcan un gol al Sporting. Igual que sucede en El Molinón (cuando le marcan al Oviedo, se entiende). Y todos, azules y rojiblancos, vemos "Estudio Estadio" en pelotas cuando se da la jornada perfecta.

Y eso no implica confundir las cosas. El Oviedo sin el Sporting no sería lo que hoy es. Y viceversa. Somos como Batman y Joker, con la peculiaridad de que ambas aficiones pensamos que somos Batman y que nuestro rival es el Joker. Es decir, reducimos todo a buenos y malos. Y negamos cualquier tipo de virtud al rival. Y es ahí donde la rivalidad empieza a tornarse peligrosa, cuando crees que los tuyos son inmaculados y las cosas buenas que le pasan al rival son fruto de alguna extraña conspiración. Y no. Todos los clubes con algo de historia tenemos cadáveres en el armario.

Pero la rivalidad también tiene cosas positivas: te obliga a mejorar permanentemente, porque tienes alguien con quien medirte, y te genera sentimientos que parecían olvidados. También te permite tener un enemigo deportivo íntimo; algo importante para ponerle un poco de pimienta a la pasión.

Es el del domingo un partido más especial para la afición azul. Por todo lo sufrido, por todo lo vivido y porque el mero hecho de estar aquí ya tiene algo de redención. Es una victoria contra los que nos dieron por muertos, los que nos ningunearon desde las instituciones y desde los medios de información. Que fueron muchos. Y nos dolió. Vaya si dolió. Eran los días en los que se oía aquello de "es muy bueno para Asturias que haya un equipo en Primera", frase que últimamente oímos bastante menos y con la cual los oviedistas estamos de acuerdo, siempre que ese equipo sea el nuestro. Al stablishment asturiano siempre le ha tirado más el rojiblanco. Y fueron ellos, y no los aficionados rojiblancos, los que tomaron decisiones injustas e hicieron de menos al Oviedo y a sus aficionados.

Es muy curioso que, de todo el manual de supuestos agravios que circula por las redes sociales, el 95% se podría enmarcar dentro de la rivalidad normal entre dos enemigos acérrimos. Lo lógico, en estos 15 años, es que los sportinguistas hicieran bromas sobre nosotros. Es normal que Abelardo estuviera eufórico después de golearnos con el filial en el Tartiere (y, después de repasar la rueda de prensa completa, me parece que estuvo más que correcto). Incluso la pancarta aquella de "paletos, enhorabuena, hoy no jugáis en arena", tenía su aquel. Rimaba y todo. Es lo que tiene el fútbol, que cuando estás arriba lo disfrutas y cuando estás abajo lo sufres. Sospecho que, si sucediera a la inversa, pasaría lo mismo.

Por eso, cuando escucho a algunos de los míos quejarse de las burlas de estos quince años y al mismo tiempo de la expresión "rivalidad sana", me hace gracia. ¿Qué queríamos? ¿Que nos ayudaran? Y por eso cuando escucho a algunos del otro bando rasgarse las vestiduras por una camiseta o un cántico y callarse ante cosas mucho peores, me pregunto si es que resulta que hay un status diferente para las aficiones, y que unos pueden hacer cosas que otros no.

Después de 15 años, las cartas de la baraja deportiva son las mismas para todos. Toca aceptar con deportividad que nuestros rivales hagan chanza de lo pasado en todo este tiempo y que ellos no tuvieron la culpa de nuestras desgracias. Para mí fueron años preciosos, de lucha y compromiso. No los cambio por nada. Llegamos a Tercera hechos un guiñapo y regresamos convertidos en un club global. A ellos también les toca aceptar que las cosas han cambiado y que estamos de vuelta, algo que parecía imposible. Y que tenemos todo el derecho del mundo a disfrutar de la rivalidad a nuestra manera. Igual que ellos. Faltaría más. Al final, todos tenemos una parte de Batman y otra de Joker. Y es complicado. Porque duele aceptarlo.