Hay algo en Can Misses, cara nueva en el vecindario, que recuerda al fútbol de antes. Quizás sea la megafonía sobrepasando cualquier límite legal de decibelios o esa grada metálica en uno de los fondos que convierte el ataque local en el ataque del tiranosaurio de Jurassic Park: todo tiembla a su alrededor. Tiene algo del fútbol de antes, no el de antes del covid, sino el de mucho antes: el que cuidaba al espectador.
Can Misses tiene su encanto. Ese público tan encima, esa acústica menos amortiguada por las mascarillas. También con sus inconvenientes: casi a la vez que Ziganda se quejaba, con la boca pequeña, del horario y las condiciones, la representación azul buscaba cobijo en las entrañas del estadio, donde golpeaba el aire acondicionado: porque el palco, en Can Misses, está proyectado con el sol de cara.
Representó al Oviedo en Ibiza Paredes, vicepresidente; César, relaciones institucionales; Mata, gerente; y Rubén Reyes, director deportivo, sonrientes por el empate y por la tregua que les dio la sombra.
Más dificultades, esta vez en la zona de prensa: la única del fútbol profesional situada en un fondo. De ahí que la escena no llamara tanto la atención de los presentes: un periodista local seguía las acciones en la meta opuesta prismáticos en mano. Inconvenientes, todos ellos, superados por un ambiente de fútbol añejo. Porque Can Misses tiene su encanto.