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4 horas en autobús por un entrenamiento: así fueron los primeros pasos de Brugman en Uruguay

Con 13 años, el pivote cubría los 130 kilómetros entre su casa y Montevideo en autocar para ejercitarse con Peñarol | “Era muy maduro: iba a clase, comía y venía a trabajar; hacía un gran esfuerzo”, señala Raúl Moller, su descubridor

Gastón Brugman, segundo por la izquierda agachado, con la sub15 de Peñarol.

Los 130 kilómetros que separan Rosario, localidad uruguaya de apenas 10.000 habitantes en el departamento de Colonia, de Montevideo son cubiertas diariamente por la línea de autobuses, el ómnibus para los uruguayos. El viaje se acerca a las dos horas y es demandado por los “pichoneros”, así se conoce a los de Rosario, que quieren desplazarse a la capital. Con 13 años, ese trayecto se convirtió en la rutina diaria de Gastón Brugman en sus primeros pasos por alcanzar un sueño: ser futbolista. Una meta común en la productiva Uruguay en cuanto a talentos futbolísticos se refiere. Allí, en esas 4 horas invertidas (ida y vuelta) con cada entrenamiento de Peñarol empezó a forjarse el carácter de un futbolista que sorprendió en Peñarol, se licenció en Italia y ahora tiene en sus pies al exigente Carlos Tartiere.

La historia de Brugman es la de una apuesta tras otra en busca de un sueño. Aquel fichaje por Peñarol fue el primer paso. “Desde pequeño se intuía que había un futbolista mayúsculo. Decíamos que era el ‘jugador del futuro’ para Peñarol”. El que habla es José Antonio Alem Deaces, abogado descendiente de asturianos que colaboró con Peñarol. Alem era el “presidente” de aquella categoría, un cargo clásico en Uruguay que hace de enlace entre el club y cada conjunto de base. Él vio los primeros pasos de Brugman y su salida abrupta hacia Italia cuando solo contaba con 15 años. “El que le vio y lo defendió a muerte fue Raúl Moller”, matiza.

Brugman, tras el gol del domingo. | I. Collín

Moller es, a sus 71 años, una institución en el fútbol base y los banquillos uruguayos. Fue el que puso el ojo en el niño Gastón, aún en Rosario, y le fichó. “Tenía una madurez impropia de su edad. Hacía un esfuerzo mayor que el resto porque estaba convencido. Además, nunca dejó los estudios: iba a clase, comía en su casa y cogía el autobús para ir a entrenar a Montevideo”, recuerda Moller, que resalta las cualidades del charrúa: “Era un volante, como decimos aquí, de buen tranco: tenía manejo del balón y temperamento. No era veloz, pero tenía recorrido”.

Alem le vio despuntar en esos pasos iniciales con apenas 13 años. “Ya por entonces tenía un fútbol muy cerebral, fino en el pase y gran disparo a distancia. Le faltaba un poco de continuidad en el juego”, dice, antes de matizar: “Menos en los partidos grandes, ahí no le faltaba continuidad porque se crecía. Contra Nacional (acérrimo rival) se dejaba la piel”. Sus datos: jugó 6 clásicos, ganó 4 y anotó 7 goles. Con la selección también destacaba. “Recuerdo un 0-1 ante Brasil con la sub15 con gol suyo de tiro libre”, rememora Alem.

“Fíjate si prometía que después llegó otro centrocampista de potencial parecido y decíamos que era el ‘nuevo Brugman’. Era el “Pajarito” Valverde (actual futbolista de Real Madrid)”

José Antonio Alem Deaces

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Y estaba el factor humano. “Un chico sencillo, trabajador y centrado. Seguía estudiando en el Liceo, no era el prototipo de futbolista de familia pobre que deja todo por el fútbol. La situación de su familia era razonablemente buena”, añade.

La aventura de Brugman en Peñarol solo se extendió durante un par de años. Era internacional sub15 con Uruguay cuando el Émpoli italiano llamó a su puerta. “Hasta los 15 años, Peñarol no podía hacerle contrato y la oferta llegó un par de meses antes de que cumpliera la edad. No pudimos retenerlo”, subraya José Antonio Alem, que insiste: “Fíjate si prometía que después llegó otro centrocampista de potencial parecido y decíamos que era el ‘nuevo Brugman’. Era el “Pajarito” Valverde (actual futbolista de Real Madrid)”.

Con 15 años, el centrocampista dio un vuelco a su vida y se fue con las maletas a Italia. Allí es donde pasó de medio ofensivo a pivote, o “regista” como dicen en el Calcio. Se fijó en Pirlo, con una reconversión futbolística similar a la suya, y admiró a Pjanic y Verratti. Jugó en el Émpoli, Pescara, Grosseto, Palermo y Parma antes de ver la puerta abierta del fútbol español. Por segunda vez. Antes (2014), una rotura de ligamentos había chafado su pase al Atlético de Madrid. Pero la oportunidad del Oviedo no se le escapó.

“Me alegro enormemente por él. Siempre fue un chico especial y un jugador con una proyección enorme”, dice Moller. “Desde aquí lo seguimos. Más todavía cuando juega de negro y amarillo”, añade Alem, en referencia a la equipación carbayona de la “sacavera”, que coincide con los colores de Peñarol.

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