Casa Claudio: la meca vaqueira donde jugar a la brisca, degustar las 'barraquines' y sumergirse en las tradiciones rurales

El histórico bar-tienda encara un nuevo tiempo con la cuarta generación al frente

Por la izquierda, Carmen García, Dolores Castro (sentada al piano), Julia Fernández y Daniel Cabanillas.

Por la izquierda, Carmen García, Dolores Castro (sentada al piano), Julia Fernández y Daniel Cabanillas. / Ángela Rodríguez

Ángela Rodríguez

La población y el bullicio diario en el pueblo de La Barraca (Salas) ha menguado, inevitablemente, con el paso de las décadas. Los vecinos alcanzan ahora la quincena, como parte del barrio de El Pumar, y las fuertes raíces vaqueiras del lugar -abrazado por las montañas de Valdés, Cudillero y Salas- tienen ahora menos exponentes. No obstante, hay un rincón que, si bien no permanece inmutable, sí sigue tan vigente y auténtico como cuando abrió sus puertas, allá por la década de los cuarenta del pasado siglo. 

En manos de la cuarta generación, Casa Claudio abre cada día sus puertas. Con una carta tradicional, todo tipo de productos de primera necesidad a la venta, y también forraje para animales. “Lo construyeron nuestro bisabuelos, Claudio y Emilia, al volver de Cuba. Él construía casas, trabajaba de carpintero y levantaron este local con salón de baile incluido. Por desgracia, falleció al poco tiempo de abrir el local y mi abuelo, también Claudio, se hizo cargo junto a su madre y hermanas”, explica Julia Fernández sobre sus antepasados. 

Julia Fernández y Daniel Cabanillas a la entrada del negocio.

Julia Fernández y Daniel Cabanillas a la entrada del negocio. / Ángela Rodríguez

Junto a su primo Daniel Cabanillas, Julia es la actual gerente del famoso bar tienda, en el que muchos vaqueiros de la zona celebraron sus enlaces. A punto de cumplir los 24 años, cursó Bachillerato de Ciencias en Gijón (donde residía), y volvió a La Barraca para ayudar a su nonagenario abuelo en el bar durante la pandemia. Claudio García, icono hostelero en la comarca, falleció en 2021, tras toda una vida tras el mostrador. Partió “tranquilo, al ver que ya Julia estaba aquí y que todo seguía funcionando. Su ilusión era que el bar siguiera abierto”, recuerda emocionada Carmen García, hija de Claudio y madre de Julia. 

Y así fue. No se cerró ni un solo día. Gracias, en parte, a la tienda, que ayudó a pasar el duro trance de la pandemia. “Lo que me gustaba era la partida, jugar a las cartas, los viernes y los domingos. Juego con la gente y estamos en un circuito de concursos de brisca”, explica Julia, bajo la atenta mirada de su abuela ‘Lola’, quien le enseñó los secretos de la baraja. Natural de Vegacebrón, Dolores Castro pasó también su vida entre las paredes de Casa Claudio, desde que se casó, en la década de los cincuenta del siglo pasado. Ahora, para pasar el día, pinta y toca alguna canción tradicional al viejo piano, que recibe a los clientes en la estancia principal del bar, al lado de la chimenea. 

Julia Fernández y Daniel Cabanillas echando una partida.

Julia Fernández y Daniel Cabanillas echando una partida. / Ángela Rodríguez

“Fue idea de mi madre que viniera, porque tenía dudas con los estudios en esa época”, reconoce Dani. El 50% del tándem empresarial más joven de La Barraca. Llegado desde Avilés en 2021, cuando falleció su abuelo, se sumó al proyecto familiar con su prima, creando una comunidad de bienes para hacerse cargo oficialmente del negocio. “Es curioso que, sin embargo, nosotras (la tercera generación) no nos quedamos con el negocio. Estudiamos y trabajamos en otros sectores”, apunta Carmen.

Casa Claudio abrió inicialmente con salón de baile. “Hace unos cincuenta años, nuestro abuelo lo quitó y puso un supermercado. Pero hace un año, aproximadamente, hicimos una reforma y volvimos a dejar el salón”, explica Julia. Ahora, se hacen cenas-baile, o meriendas con casi un centenar de personas. En Santa Bárbara, Reyes, Pascua… la comida es casera -incluidas las 'barraquines', unas pastas de nuez-, y las risas están garantizadas. Como si allí dentro, no pasara el tiempo. 

Imagen de una celebración en el salón.

Imagen de una celebración en el salón. / R. Á. R.

Tras la casa y el pajar, una antigua nave para almacenamiento de forrajes y material de construcción sirve, actualmente, de escenario para las fiestas de verano. “Empezamos en 2022 con la festividad de San Juan. También recuperamos la fiesta de la hierba, a finales de julio, y la del maíz, en octubre. Se junta mucha gente, la verdad”, aseguran los jóvenes, de camino al molino particular de la familia, aún en funcionamiento. 

Ambos recuerdan los fines de semana en que acompañaban a su abuelo a revisar la buena marcha de la molienda. “Antes estaba funcionando de continuo, porque mi abuelo preparaba el grano molido para los animales, para vender en la tienda. ahora se usa a veces. Por ejemplo, cuando viene un vecino con veinticinco kilos para moler o para mostrárselo a algunos niños del colegio que vienen de excursión”, explican. Admirablemente conservado y ubicado a la vera del río Aranguín, el molino de Casa Claudio se encamina a un uso más museístico, en las buenas manos de sus nuevos dueños. 

Daniel Cabanillas junto al antiguo molino.

Daniel Cabanillas junto al antiguo molino. / Ángela Rodríguez