Psicología

Los psicólogos lo tienen claro: el divorcio de los padres, fuente de traumas en los hijos

El rechazo a uno de los progenitores es un factor de riesgo de primer orden en el desarrollo psicológico de los niños

Una niña con dibujos que representan a sus padres. | LNE

Una niña con dibujos que representan a sus padres. | LNE / Esther Blanco y Andrés Calvo

Esther Blanco y Andrés Calvo

Según estadísticas del Consejo General del Poder Judicial, aproximadamente 1, 2 millones de personas adultas se hallan inmersas en procesos judiciales relacionados con asuntos de familia e infancia. No menos de 800.000 niños se encuentran afectados por tales trámites. España alcanza cifras de 90.000 divorcios anuales.

Las rupturas familiares suponen un impacto psicológico para los menores tan solo superado por el fallecimiento de los progenitores. Los niños deben enfrentarse a un entorno menos predecible, obstaculizado por discontinuidades en su rutina, de mayor incertidumbre en casi todos los aspectos de su vida. Pero, entre todas ellas, la más trágica y desconocida consecuencia es la huella que el conflicto familiar deja en el menor.

Resulta evidente que un sistema familiar en guerra no ofrece las mejores condiciones para el desarrollo afectivo. Ante esas experiencias que los niños viven dentro de los entornos familiares más disfuncionales, lo habitual es una respuesta.

Nada más falso que eso de que "aquello que no nos mata, nos hace más fuertes". La salida a las situaciones conflictivas que viven los niños no es la resiliencia, es el trauma.

Son los denominados traumas intrafamiliares o trastornos traumáticos del desarrollo. Se trata de niños expuestos a un trauma crónico y persistente en el seno de las relaciones interpersonales. Niños que sufren de violencia intrafamiliar, abuso físico o emocional y negligencias. En estos casos es fácil llegar a diagnosticar un TEPT (trastorno de estrés postraumático), un trastorno con entidad psicológica pero también jurídica.

Existe un trauma igualmente importante, desconocido, vivenciado en la familia en conflicto de forma consciente o inconsciente, con capacidad de dejar una huella en la formación de la personalidad y la identidad del menor. Se observa en la mayor parte de los procesos de divorcio, pero también en familias en conflicto intrafamiliar que no llegan a los juzgados. Pasa inadvertido para la mayor parte de los adultos y es minimizado o negado por los padres en conflicto.

Se trata del fenómeno conocido como disociación y consiste en un recurso de supervivencia que adoptan los hijos pequeños de padres en conflicto. La disociación es la consecuencia de haber tenido que adaptarse a una contradicción generada por los propios progenitores. Algo así como responder a la pregunta: "¿A quién quieres más, a papá o a mamá?".

Y este es el trauma: tener que vivir con un padre o madre señalado como "el malo", adaptarse a vivir con un progenitor al que se ha de odiar, pero por el que se siente afecto. Las relaciones se polarizan entre aquellos considerados "los malos" frente a "los buenos", donde se ve inmersa con frecuencia el resto de la familia.

El rechazo de uno de los hijos a uno de los progenitores se considera un factor de riesgo de primera magnitud en el desarrollo psicológico de un niño. Un menor obligado a elegir entre opciones excluyentes. Una forma de simplificar la realidad que tanto daña el desarrollo del infante.

La contradicción es el mayor síntoma de trauma superior, similar al trastorno de estrés postraumático TEPT. El trauma del desarrollo, el trauma relacional es el que dejará la huella más dramática en la formación de la personalidad y el desarrollo de la identidad. Obliga al cerebro a dividirse, lo daña físicamente y afecta gravemente al desarrollo de la personalidad.

Se trata de niños que muestran gran sometimiento, obediencia, negación de la realidad, disimulo de la evidencia, aparente normalidad en su funcionamiento. Ante situaciones en las que la víctima no tiene capacidad para defenderse, como en el caso de los niños, estos tratan de "escapar". Pero lo hacen a su manera: son niños que no se quejan porque el enemigo no está claro. Permanecen en la retaguardia conteniendo el malestar y el enfado hasta la adolescencia, cuando el trauma hará su debut.

Llegada la edad adulta, cristalizará en diversa psicopatología dentro de la cuál la más común es el trastorno límite de la personalidad (TLP). Patología poco conocida, con claro infradiagnóstico, jurídicamente poco considerada y de tratamiento muy especializado. La retraumatización y las intervenciones iatrogénicas suele ser un escenario muy frecuente para estas personas, cerrando así el círculo vicioso de su existencia. No permitamos que esto ocurra con nuestros menores. Merece la pena solicitar asesoramiento especializado ante situaciones de separaciones, divorcios o conflictos familiares.