Entrevista | Rubén Villa Estébanez Presidente de la Sociedad Asturiana de Medicina Familiar y Comunitaria (SAMFYC)

"No faltan médicos globalmente, lo que faltan son médicos trabajando en atención primaria"

Rubén Villa Estébanez, en Oviedo

Rubén Villa Estébanez, en Oviedo / Irma Collín

Pablo Álvarez

Pablo Álvarez

Rubén Villa Estébanez, director del centro de salud de Grado, preside la Sociedad Asturiana de Medicina Familiar y Comunitaria (SAMFYC). Nacido en Mieres (1961), vive en Oviedo desde los ocho años. Pese a todo, "nunca me sentí carbayón, quizás porque el Sporting se cruzó en mi camino". Se graduó en Medicina en la Universidad de Oviedo en 1986 y se doctoró en 1992. Se especializó en medicina de familia en Avilés, con Miguel Merino como tutor. En 1998 se incorporó al centro de salud de El Cristo (Oviedo) donde se encontró con "un equipo de compañeros y una idea de lo que debe ser la medicina de familia que marcó mi estilo profesional". Desde 2007 ejerce en la capital moscona: "Soy un médico de pueblo y, aunque llegué con sentimientos encontrados, Grao me acogió y soy feliz ejerciendo allí la medicina de familia".

—¿Por qué decidió ser médico?

—No lo tengo muy claro, no te sabría dar una razón concreta, pero desde pequeño ya quería estudiar medicina. Quizás mi padre no pudo estudiar medicina, los recursos de mis abuelos no llegaban para costear los estudios en Valladolid. Pero no lo tengo claro. Sería una impostura decir que quería ayudar a la gente, salvar vidas.

—¿Volvería a optar por esa profesión?

—Por supuesto. La vida laboral es esencial en el desarrollo personal. Hay que intentar ser feliz, disfrutar con lo que uno hace, independientemente de lo que hagas. Yo disfruto en la consulta, en los domicilios, incluso hasta en las guardias. A veces es agotador y frustrante, como todas, pero hay miradas, sonrisas, que lo llenan todo.

—¿Se ha arrepentido de elegir medicina de familia?

—Para nada. No era mi primera opción, pero circunstancias personales y sobre todo mi número en el MIR, limitaban las posibilidades. Pero estoy encantado. Cada vez que se abre la puerta entra una nueva historia, una preocupación, un miedo; que no tiene nada que ver con la anterior ni con la siguiente y que te obliga y permite ampliar tu campo competencial hasta donde tú quieras.

—¿La medicina de familia es la medicina más medicina?

—La medicina de familia es la medicina de las personas, en tanto que el resto es la medicina de las enfermedades. Las personas somos un todo que debe funcionar en armonía. No sólo un corazón o un pulmón o un riñón. Esta visión integral, solo la tienen la medicina de familia y la medicina interna. Pero la medicina de familia tiene otro factor crucial, la longitudinalidad, esa relación estable, en todos los momentos vitales, mantenida en el tiempo, entre el mismo médico y sus pacientes, en un barrio o pueblo. Se crea así una relación de confianza, de conocimiento mutuo, de compartir alegrías y tristezas, de compromiso, que favorece una asistencia más humana y segura. La longitudinalidad evita el sobrediagnóstico, la medicalización; disminuye las derivaciones hospitalarias, las visitas a urgencias, los ingresos hospitalarios, la mortalidad y mejora la esperanza y la calidad de vida, particularmente en las personas mayores.

—¿Le falta glamour a la medicina de familia o se trata de un error de apreciación de los médicos jóvenes?

—No puedes amar lo que no conoces. Resulta paradójico que cuando el 40 por ciento de los médicos egresados acabarán desarrollando su vida profesional en áreas competenciales de la medicina de familia; en Oviedo, aún no se haya impartido en ningún curso la asignatura de medicina de familia. Cuando los estudiantes llegan a los centros de salud, en el rotatorio de sexto, se sorprenden la amplitud de nuestro campo de conocimiento y de la variedad de técnicas y tareas que desarrollamos. Como dice Neferet en "La pirámide asesinada", de Christian Jacq, "el verdadero ideal del médico es ser generalista; pero la prueba es tan dura, que la mayoría renuncia a ello".

—¿Qué le sucede a la atención primaria?

—Que no brilla. No tiene máquinas que hagan "ping" ni lucecitas de colores. Que nunca ha sido una prioridad política y ha vivido abandonada a individuales esfuerzos voluntaristas. Pero también nosotros somos en parte responsables. El concepto de profesión ha sido sustituido por el de ocupación, simples trabajadores sumisos conminados a cumplir órdenes, desde la composición del centro hasta la contratación de sus miembros o la organización de su propio trabajo. También la extrema preocupación por mantener un igualitarismo absurdo, todos somos fantásticos, dificulta cualquier proceso de revisión crítica. Pero no debemos olvidar que la atención primaria es el único componente de la atención sanitaria donde un aumento de la oferta se traduce en un aumento de la salud y una mayor supervivencia, el único. A algunos estudios recientes me remito. Uno realizado en Noruega concluye que si la continuidad de un paciente con un mismo médico se mantiene durante más de 15 años, la probabilidad de acudir a urgencias, ingresar y morir disminuye entre un 25 y un 30 por ciento.

—¿Es planteable una gestión privada o semiprivada de la atención primaria?

—Aunque no es mi modelo, creo que lo veremos. Las rigideces antes mencionadas en relación con la contratación, las plazas en propiedad o el fracaso de la carrera profesional facilitan el desarrollo de modelos organizativos apetecibles para las generaciones jóvenes. El problema está en el lucro obsceno. Existen ya estudios en el Reino Unido que demuestran que tras la externalización progresiva de servicios del Sistema Nacional de Salud se empieza a observar un deterioro importante de la calidad en la atención y de la mortalidad.

—¿Se sienten los médicos de primaria un poco menospreciados por los médicos de hospital?

—Tampoco nos conocen. Sí que a veces nos consideran secretarios cualificados o un poco papelera de reciclaje de aquellos pacientes que no brillan. El modelo de sistema de salud facilita que a los compañeros de atención hospitalaria cada vez les fascine más el caso extraordinario, lo fuera de lo común, la última técnica, el último tratamiento, resultándoles tedioso lo común y repetitivo.

—¿En qué medida continúa siendo realidad la tantas veces proclamada descoordinación entre atención primaria y atención especializada?

—Coordinar significa caminar de la mano. Tú y yo pactamos y decidimos lo que puede y debe hacer cada uno. No que tú hagas lo que yo no quiero hacer. Es verdad que depende de los servicios, de las personas; pero se debe entender que estamos en un mismo nivel jerárquico. Desde hace unos años, los programas de formación recogen que los residentes de atención hospitalaria roten por primaria. Esto está facilitando las cosas, pero queda mucho camino por recorrer, ya que a veces parece que hablamos lenguajes distintos.

—¿En los problemas de la sanidad pública pesa más la escasez de médicos o la organización?

—Hay que romper de una vez con ese dogma. No, no faltan médicos. Faltan médicos trabajando en atención primaria. Tenemos más médicos que la mayoría de los países de nuestro entorno socioeconómico. Los tenemos mal distribuidos. La mayoría de los miles de médicos de familia que se forman no van a los centros de salud, sino a otros ámbitos por ser, claramente, poco atractivas las condiciones laborales y profesionales en atención primaria. La organización ha propiciado un crecimiento irracional de las plantillas hospitalarias, y la pérdida del sentido de pertenencia al no dimensionar las plantillas para poder asumir bajas y permisos.

—¿Considera que habría que aumentar las competencias de la enfermería?

—Por supuesto. Tenemos en nuestros equipos unos profesionales altamente cualificados y estamos desaprovechando su potencialidad. No se debe entender como descargar de tareas menores al médico, sino recuperar la unidad básica asistencial, medicina, enfermería, y trabajo social. Abrir las puertas, buscar espacios comunes, protocolos, vías de atención...

—¿Puede Asturias permitirse la actual estructura de centros de Atención Primaria?

—El mapa sanitario, la distribución de recursos, va a cumplir 40 años. La estructura demográfica de la población y las comunicaciones físicas y digitales son radicalmente distintas. Procede una reflexión sosegada acerca de dónde tenemos los dispositivos, su actividad, los puntos de atención continuada. Alcanzar un acuerdo con las corporaciones locales y organizaciones profesionales sobre qué modelo de atención es el más optimo. Y hay que hacerlo ya. Este es un problema extremadamente complejo, con costumbres viciadas y clientelismos. Muchas veces está basado en la comodidad y la cercanía, más que en la capacidad de resolver problemas. Pero hay que ser valientes, persuadir y convencer.

—¿Qué necesita la sanidad asturiana en la legislatura que ahora comienza?

—En primer lugar, y enlazando con la pregunta anterior, arrojo. Modificar de una vez el mapa sanitario y los puntos de atención. Definir qué modelo queremos, el basado en una atención primaria fuerte y para todos; o seguir con esta especie de descremado sociológico mediante el cual las clases pudientes lo van abandonando progresivamente, quedando reducida a una atención de beneficencia. Conchita Saavedra, la consejera de Salud, en sus primeras declaraciones apuntó la atención primaria como una de sus prioridades. Lo tenemos apuntado, esperamos sus medidas y contará con nuestra ayuda.

—¿Qué problemas de salud son los más emergentes en la actualidad?

—Son varios y complejos. La soledad: aunque vivimos rodeados de gente e hiperconectados, cada vez estamos más solos. Nos falta afecto. La insatisfacción: pequeñas malas decisiones determinan que alcances una edad y te des cuenta de que no te gusta tu trabajo, tu pareja, etcétera. La intolerancia al fracaso, al no. Las fascinantes vidas en la red no tienen nada que ver con tu día a día. Como puede verse, la mayoría no son problemas sanitarios, no son una enfermedad; es la vida. Se han medicalizado los avatares de la vida diaria y, a veces, más que un tratamiento se precisa una decisión personal. Por otra parte, cada vez vivimos más, que no quiere decir con mayor calidad. No tenemos claro cómo abordar la vejez, la dependencia física y psíquica, la muerte...

—¿Cómo ha evolucionado en las últimas décadas la actitud de los ciudadanos respecto a su médico de cabecera?

—El ciudadano sigue apreciando mucho a su médico de familia, confía en él, conoce su nombre, se siente seguro. El problema es que le hemos ido sustrayendo de las habilidades básicas para el control de su propia salud, y ahora cualquier malestar debe ser consultado y la consulta tiene que ser hoy, aquí, ahora y cuanto más cerca de casa mejor. La demanda basada en la exigencia del ciudadano, y no en un criterio profesional, ha supuesto un auténtico desastre para el sistema sanitario, que se está desmoronando, comenzando por sus puntos más débiles, la atención primaria y la urgencia.

—¿Es usted pesimista?

—Estamos en un momento crítico y tenemos una oportunidad única. O apostamos por un sistema de salud robusto para todos o lo vamos poco a poco desgajando, desvirtuándolo. En estos últimos años se ha discutido mucho sobre la sanidad; más sobre la pugna política que con propuestas y prioridades claras. No hay modelo sanitario más eficiente que aquel basado en una atención primaria competente y con recursos. La atención primaria, como le sucede a la salud, se echará en falta cuando se pierda.

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