Los coches y la psiquiatría

Una semblanza del psiquiatra José Rodríguez Reyes, recientemente fallecido

José Rodríguez Reyes

José Rodríguez Reyes

Juan Junceda Moreno

Juan Junceda Moreno

–¡Anda! ¡Mira qué coche, chaval! –le dijo un soleado día de verano un crío a otro en la acera del café Martínez, en Navia. Era, sencillamente, el Opel Monza de Pipo Reyes, recién aparcado allí. Impresionante donde los haya.

El pasado día 9 nos dejó José Rodríguez Reyes. Ovetense nacido en noviembre de 1931, estudió la carrera de Medicina en Valladolid. Una vez licenciado, se decantó por una especialidad como la psiquiatría, que combina como ninguna el conocimiento de la mente y del cuerpo. Tras formarse en España, Francia y Alemania, ejerció durante muchos años en Asturias con mayor dedicación a las áreas centrales en Oviedo y Gijón, donde después de unos años se convirtió en un psiquiatra de referencia y gozó de gran prestigio tanto entre los pacientes como entre los compañeros, llegando a ser jefe del Departamento de Terapias Colectivas del Hospital Psiquiátrico Provincial.

Fue un hombre caracterizado por las ansias de colaborar con casi cualquier iniciativa que fuese beneficiosa y que pudiera estar a su alcance. Colaboró muchos años con el Colegio de Médicos de Asturias, fruto de lo cual, entre otras cosas y junto a la actividad de otros psiquiatras de enorme nivel, como Martínez Sierra, Sandonís, García Prieto, etcétera, surgió el Plan Piloto de Asistencia Psiquiátrica en Asturias, que fue una iniciativa –reflejada en una obra escrita como guión de actuación– para el tratamiento de las enfermedades mentales. Llamó enormemente la atención en todo el entorno sanitario del país, acostumbrado a que la psiquiatría profunda fuese una especie de elemento pegajoso y molesto de manejar debido a las tan diversas idiosincrasias individuales de los pacientes que las sufren, y que, como es natural, adolecen de defectos higiénicos, de comportamiento, e incluso pueden deteriorar, como sabemos, la convivencia.

Pero Pipo, al igual que otros psiquiatras de cuya actividad nos beneficiamos en nuestra región, tenía una característica fundamental: tenía todo el tiempo del mundo para los demás. No escatimaba descanso ni escatimaba horas al apoyo al enfermo mental. Siempre estaba ahí. Es muy conocido el aforismo del doctor Plácido Buylla cuando un periodista le preguntó por qué creía, ya en el momento de su declive profesional o de su jubilación, por qué había triunfado en su trabajo... Don Plácido simplemente le miró de soslayo y le dijo "¿Sabe usted por qué ? Pues se lo voy a decir y es muy sencillo: porque siempre que me necesitaron, estuve". Así era también Pipo Reyes.

En el terreno de la psiquiatría más ligera era de la escuela farmacoterapéutica, maestro en la medicalización de los cuadros psiquiátricos, de modo que así descargaba en parte la tensión mental que tenían los que estaban tocados por patologías neuróticas –tan frecuentes en determinadas décadas– y que les llevaba a acudir al psiquiatra.

Era un apasionado de los automóviles. Tanto es así que sus ratos de ocio y de vacaciones, cuando iba a la tierra de sus ancestros en Cartavio, se había hecho en la parcela de su casa construir un minicircuito donde tenía unos pequeños karts que utilizaban sus hijos Santi y Gonzalo con una pericia impropia de su edad infantil y donde también lo pasaban en grande vecinos y amigos de sus hijos.

El afán por ayudar que siempre le caracterizó le llevó incluso a tener un enorme protagonismo en la asociación de Antiguos Alumnos del Colegio Marista de Oviedo, donde organizaba iniciativas y donde era una persona que se identificaba siempre con los actos y las celebraciones que se hacían. Tuvo siempre una fluida y respetuosa colaboración con sus compañeros de trabajo, como así nos han comentado varios, y eso le hacía ser un hombre querido por los compañeros y los pacientes.

Uno de los últimos comentarios que recogí acerca de él fue cómo, con 90 años, y manejando un automóvil al que no se le veía el final de lo grande que era, era capaz de aparcarlo en tres maniobras ni más ni menos que en el famoso parking de La Escandalera, de Oviedo, por supuesto que asombrando al que iba de copiloto y a quien acababa de invitar a tomar un cafetito en la misma plaza, precisamente para hablar de cuestiones de tipo profesional. Un fenómeno.

Ahora suponemos que ya estará feliz conduciendo todo tipo de coches de los cuales aquí no tuvo oportunidad y disfrutando de la potencia y la estabilidad de todo tipo de cacharros y automóviles, reales e imaginarios. Descanse en paz.

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