Amigas para siempre: salud y ciencia

juan fueyo

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Juan Fueyo

Juan Fueyo

La carne es triste, decía un verso de Mallarmé, y para Olvido García Valdés —nuestra Olvido García Valdés—, flamante ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía, la enfermedad es la intrusión de lo extraño y ajeno en el cuerpo. Para Susan Sontag, el país de la enfermedad requería un pasaporte diferente al de la salud. Tarde o temprano, todos acabamos sintiendo el látigo de la enfermedad. Un golpe cuya potencia y efecto ha sido atenuado, mitigado y, en ocasiones, abolido por la ciencia que inspira la medicina de hoy.

En los hospitales, la resonancia magnética y el algoritmo han desplazado al ojo clínico y el robot trabaja con el cirujano y podría reemplazarlo. Vivimos inmersos en la ciencia y la tecnología. La medicina contemporánea, apoyada por la investigación experimental de las ciencias biológicas y químicas, es cuantificada y objetivada por las ciencias exactas de la matemática y la física, y cuenta con la ayuda extraordinaria de la tecnología. A través de este proceso, la ciencia ha liberado a la medicina de la jaula de oro de un arte impreciso y artero.

Hoy en día, la ciencia influencia las decisiones médicas, que deben basarse en pruebas sólidas (evidence-based medicine), es decir, en el uso consciente, explícito y juicioso de los mejores y más recientes datos para tomar decisiones sobre los cuidados de cada paciente (Sackett). Los charlatanes, homeópatas y curanderos se estrellan con ese muro de la evidencia que ha construido la investigación médica y que separa la verdad de la mentira interesada, la realidad de los cuentos.

El diagnóstico de una enfermedad puede requerir la confirmación de una anomalía molecular o genética, que muchas veces constituyen la raíz del problema. La investigación aplicada utiliza el conocimiento de esas bases moleculares para identificar fármacos que selectivamente corrijan defectos a ese nivel. Y así, el avance de la investigación básica ha propiciado, por ejemplo, el nacimiento de la medicina de precisión, que idealmente conseguiría un tratamiento individual y único para cada paciente de cáncer.

Cambio climático: el mayor reto

En física, siguen buscando la “teoría del todo” que finalmente reuniría el universo de Einstein con la mecánica cuántica. Y ahora en algunos laboratorios se baraja la hipótesis de que podría existir una teoría general para todas las enfermedades. Una comprensión profunda de la inflamación, por ejemplo, podría llegar a apoyar una visión unificadora de una gran variedad de males crónicos considerados como entidades muy diferentes, entre las que figurarían las enfermedades cardíacas, el cáncer, la diabetes y el alzhéimer. Para otros, esta teoría no tiene sentido. Claro que tampoco tenía sentido para los ciudadanos del siglo XIX la “teoría del germen”, que postulaba que una infinidad de enfermedades estaban causadas por ínfimos organismos vivos…

El mayor reto actual para la salud del ser humano es el cambio climático. Borges pensaba que Francis Bacon, fundador del método científico, había escrito la primera obra de ciencia ficción: “Nueva Atlántida”. En esta novela, unos viajeros llegan a una isla. Y dice Borges: “Esa isla que se llama, creo, la Isla de Salomón está llena de laboratorios y en esos laboratorios se fabrica toda clase de máquinas y, por ejemplo, se producen lluvias, nevadas, caídas de granizo artificiales. Se imitan también los arcoíris”. En otras palabras, se trataba de la ciencia del clima.

María Neira —nuestra María Neira: médico de cabecera de la Tierra— lleva años insistiendo en ello: las terribles emanaciones, que llamamos asépticamente polución, son responsables de millones de muertes prematuras por año. Y el aumento de la exposición solar (tumores de piel), las partículas sólidas del aire (neoplasias de pulmón) y la contaminación de las aguas (enfermedades malignas del sistema digestivo) llevarían a que el cáncer se convirtiese en la enfermedad más letal de este siglo. Por si fuera poco, incubadas por el calentamiento global, las pandemias arrecian y aún quedan por llegar las epidemias más devastadoras. ¡Cuidado: los microbios pueden tener la última palabra! La crisis del clima amenaza con revertir décadas de progreso en salud pública al sacudir los tres pilares básicos de la salud: la vivienda, los alimentos y el agua potable. Como en otras ocasiones, la ciencia y la medicina enfrentan la impávida esfinge del poder. El conocimiento y la medicina sin las pertinentes acciones políticas en este asunto en particular, son menos que nada.

Hay otra batalla en los despachos de los médicos de familia y en los hospitales: impedir que la exactitud de los números y el conocimiento “in silico” deshumanice una profesión que sin humanidad carece de sentido. Por otro lado, y por más paradójico que nos parezca, hay veces que la enfermedad da sentido a la vida, y hay personas que subliman sus afecciones. Para ellos, la ciencia y la medicina habitan en dimensiones inferiores. Bolaño nos recordó que Canetti cuenta en su libro sobre Kafka que el más grande escritor del siglo XX comprendió que ya nada le separaba de la escritura el día en que por primera vez escupió sangre.

Hubo quizás un momento en la evolución, cuando solo había organismos unicelulares, que quizá existió vida sin muerte. Pero una vez aparecieron los organismos multicelulares, la muerte se convirtió en un hecho cotidiano. Científicos y médicos han conseguido solamente retrasar su llegada y mejorar las condiciones de ese aterrizaje forzoso. Nada podrá evitar que, de vez en cuando, criaturas heridas, acudamos al médico con una historia que contar. Decía Borges que la vida es una muerte que viene. Por ello, mantenernos sanos y mortales, inherentemente humanos, durante el mayor tiempo posible, es la mayor victoria de la medicina científica.

Juan Fueyo Margareto (Oviedo, 1957) es autor de los libros “Viral” y “Blues para un planeta azul”, entre otros.