La Nueva España de Siero

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Ricardo Junquera

Los muchachos de Santiago

Crónica personal de una peregrinación a Compostela por el Camino de la Costa

Esta semana tenía previsto no escribir nada; y así lo avisé. Tuve unos días bastante ajetreados y además dormí bien, que lo que escribo suelo hacerlo en noches de insomnio y luna larga. Pero va a ser que no, que no he podido resistirme a contar esto que quiero contar aquí, y después explicaré por qué. Unos de estos días de atrás subí al ático de casa. Allí, como casi todos los que hacemos uso de desvanes, trasteros o similares, guardo esos objetos que, o bien poco a poco van desapareciendo de nuestra vida por hacerse inútiles hasta que en la siguiente revisión que hacemos nos despedimos de ellos definitivamente, o bien guardamos porque por lo que sea no los queremos tirar.

Y allí, entre esas cosas que nunca tiraré, encontré ese libro, en una caja de libros de los que tenía de niño: "Los muchachos de la calle Pál", se llama. Su autor fue un escritor húngaro y se publicó en 1907. Es un libro de andanzas de chavales y de pandillas sobreviviendo en tiempos difíciles, los tiempos de la época en la que fue escrito; un libro precioso y realista, dirigido a un público juvenil, pero de los que te hacen conectar rápido con sus personajes. Qué lástima que los niños de hoy prácticamente desconozcan lo que es un libro. Qué lástima y qué peligro. Aquel libro me impactó cuando lo leí, tendría de aquella más o menos diez años, y el otro día nada más verlo recordé por qué me impactó tanto hasta hacer que aún hoy, casi cincuenta años después, lo siga recordando: poco antes del final, uno de los protagonistas del libro, un chaval de los de aquellas pandillas con quien el autor te había hecho empatizar especialmente, moría de una enfermedad de las que había entonces y que te llevaban en un visto y no visto. Sin más, y sin que esa muerte la esperaras para nada. Y menos en un libro escrito para chavales. Aquello, a mis diez años, me dejó una sensación muy amarga y un primer mensaje sobre la inutilidad de muchas ambiciones. Uno de los amigos de la pandilla de aquel crío se preguntaba en el libro: "¿Por qué le ha pasado a él y no a mí, que también me podía haber pasado?".

La misma tarde en la que escribo esto he terminado, con la Asociación de Amigos del Camino de Siero, Noreña y Sariego, otra peregrinación a Santiago de Compostela; esta vez por el Camino de la Costa. Si no cuento mal, esta es la octava vez que llego a Santiago peregrinando. Y ya cerca del final, una vez que ya has bajado el Monte del Gozo y vas subiendo hacia el centro de la ciudad, me vino a la cabeza la primera vez que hice aquel trayecto de final de Camino: fue mano a mano y paso a paso con Juan, fundador y maestro de la asociación. Poco después Juan se nos fue en lo mejor de la vida. Y también me acordé de la última vez que entramos a Santiago por esa vía; y me acordé de que lo hice mano a mano y paso a paso con Chus, otro maestro de la vida, que hace poco también se nos fue en lo mejor de la suya.

Y cuando hoy volví a pisar la plaza del Obradoiro no pude evitar volver a pensar en ellos nada más hacerlo, y a recordar a todos esos compañeros que un día llegaron conmigo a esa misma plaza y ahora ya no están; y volví a sentir ese golpe de escalofrío que te sale de dentro, de alguna parte que no sabes bien de dónde es y que tú quieres pensar que es que esos amigos de los que te estás acordando de alguna manera vuelven a estar contigo en ese momento, y que son ellos los que te dan ese golpe que te eriza el cuerpo y el alma.

Y cada vez que me pasa, la última vez esta misma tarde, acabo haciéndome la misma pregunta que se hacía el chaval de "Los muchachos de la calle Pál": ¿por qué le pasó a él y no a mí? Y me respondo que ya lo único que puedo hacer por ellos es recordarlos cuando acabo cada Camino, y dejar que ese golpe de escalofrío me siga llenando, aunque solo sea unos instantes.

Por eso me decidí a escribir esto, por todos esos muchachos de nuestras calles Pál; por todos esos muchachos de nuestros Santiagos. Por todos los que por alguna razón que nada ni nadie puede explicar se han ido antes que nosotros, dejándonos esa sensación de vacío y ese escalofrío que nos sale de dentro cada vez que los sentimos cerca. Sí, va por ellos.

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