Los gestos que no resuelven nada

En memoria de Enrique Álvarez Moro, "Kike", párroco de Turón fallecido el pasado día 13

Ricardo Junquera

Ricardo Junquera

Hola Kike; creo que no nos conocemos; si acaso es posible que alguna vez coincidiéramos en la etapa en la que estuviste en Pola de Siero, de seminarista, ayudando en la parroquia. No me acuerdo bien. En todo caso, tampoco tiene importancia para esto que te quiero decir. El pasado viernes, a mediodía, leí la noticia de tu accidente, cerca de aquí, y en el inicio de la plenitud de tu vida. Ibas a Gijón, a despedir a un compañero. Cuando pasan estas cosas siempre acabas buscando unas razones que escapan a nuestra comprensión. Y no las encuentras.

Mira Kike, quería haberte conocido antes de esto; y contarte que el año pasado estuve en Villaviciosa, el miércoles de la Semana Santa, y que tuve la suerte de poder escuchar ese magnífico Sermón del Encuentro que predicaste en la Plaza del Ancho. Bueno, la verdad es que no lo escuché entero; a partir de cierto momento dijiste algo que me quedó y me hizo empezar a dar vueltas a aquello y, disculpa, pero durante un buen rato me alejé ya del resto de lo que decías. Hablabas de la Verónica, aquella mujer anónima, sin historia, que tuvo la valentía y el gesto de apiadarse de un condenado al que no conocía. Y vas a permitirme que transcriba aquellas palabras que me impactaron y que afortunadamente he encontrado en un periódico digital de Villaviciosa: "Verónica está hoy también. Ella representa las personas que tienen el coraje de realizar un gesto que no resuelve nada. Un gesto pequeño, inútil, desproporcionado a la gravedad y complejidad de la situación. Y sin embargo, estos oscuros profesionales del gesto que no resuelve nada, son los que hacen creíble el término progreso; no intentan resolver los problemas globales, ni afrontar las situaciones en sus implicaciones socioculturales. Se contentan con resolver el minúsculo problema de aquel sufrimiento que está ahí, ante su vista, y del que nadie se preocupa".

Ahí me quedé, Kike; qué sencillo explicaste lo que a veces nos cuesta tanto entender. Y ya te digo que me hubiera gustado verte y darte las gracias por hacernos llegar ese mensaje tan simple, tan cercano, pero tan difícil para la mayor parte de nosotros; después también leí la implicación que tenías con tus feligreses, con tus vecinos, y cómo te volcabas con ellos, y cómo durante la pandemia fuiste capaz de crear una red social para que te vieran siempre cerca, y que en un pueblo de dos mil personas tenías tres mil seguidores; y cómo te acercabas a llevar comida a los mayores; y cómo te preocupabas de llamarles cada noche, y ahora lo seguías haciendo, para hablar con ellos un rato y ver cómo iban, y saber si necesitaban algo; algo más además de saber que mientras tú estuvieras cerca, ellos no iban a estar solos.

Esos pequeños gestos que no resuelven nada, Kike, pero que nos demuestran que todavía en el mundo hay gente como tú capaz de hacer que siga existiendo un cariño tan intenso, tan desinteresado, tan profundo, tan verdadero; que a pesar de todo siempre quedáis ese puñado de personas, de héroes anónimos en tantos sectores de nuestras vidas, con el coraje necesario para recordarnos que la vida no es solo cuestión de monedas ni de rendimientos económicos; que es preferible un hombre lleno de pasión y fuego a otros con sus despensas llenas de virtudes enlatadas; que la vida y la esperanza se construyen con el trabajo diario, con la pequeña lucha de cada hora; que la primera ley de la existencia humana debería ser que nuestra vida sirva para algo o, mejor, para alguien; que a la hora de la verdad nos arrepentiremos de miles de cosas que hayamos hecho en nuestro camino, pero seguro que nunca lo haremos de esas horas perdidas en esos gestos que no resuelven nada; que al final lo que contará será lo capaces que hayamos sido de llenar nuestras mochilas de ese denso, callado, lento, cotidiano y enorme amor construido de esos infinitos pequeños gestos que no resuelven nada.

Kike, ahora que ya estarás siempre tan cerca nuestra, danos por favor la fuerza de esos gestos; recuérdanos siempre que debemos comenzar por resolver el minúsculo problema de quien espera algo de nosotros ahora; no permitas que nos falten nunca cerca los animosos profesionales del "gesto de nada"; el gesto, sorprendente, de la persona que sale fuera de su egoísmo y pone al descubierto su propio corazón. De carne. Como tú nos enseñaste.

Gracias, Kike. Un abrazo.

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