Todo empezó con 27 dólares. Ésa fue la cantidad con la que en 1974 Muhammad Yunus, entonces un joven profesor universitario de Economía, liberó a cuarenta y dos pobres «de las garras de los prestamistas» en Bangladesh. Era el embrión del sistema de microcréditos, la fórmula desarrollada por Yunus para que los que no tienen nada puedan construir su propia vida y lograr una autonomía económica. Ahora Yunus se encuentra apartado del Grameen Bank, el banco desde el que desarrolló la labor que le valió el premio «Príncipe de Asturias» en 1998 y el Nobel en 2006. El Banco Central de Bangladesh justifica la medida en que, a sus 71 años, Yunus supera de largo la edad de jubilación. Pero el banquero se ha convertido desde hace dos décadas en una fuente de incomodidad política, acentuada con su pretensión de concurrir a las elecciones de 2008 con una tercera fuerza que rompiera veinte años de alternancia en el poder de la ahora opositora Khaleda Zia y la actual primera ministra Sheikh Hasina.

En 1974, tres años después de independizarse de Pakistán, Bangladesh sufrió una severa carencia de alimentos. Aquella calamidad colocó al profesor Muhammad Yunus ante la contradicción entre los fundamentos económicos que enseñaba en la Universidad y la realidad de un país con 145 millones de habitantes, agrupados en un pequeño territorio que está entre los de mayor densidad de población del planeta. «Ante el hambre y la pobreza aplastantes, sentí la vaciedad de los conceptos económicos». La hambruna «me sacó del campus universitario y me obligó a convertirme en activista social, además de profesor», cuenta Yunus en «Las empresas sociales» (Paidós, 2011). Pero aquella no iba a ser una ocupación provisional y «lo que empezó en una época de crisis se convirtió en una vocación para toda la vida».

Comenzaba así a gestarse un proyecto orientado a «hacer realidad la idea de una nueva forma de capitalismo y un nuevo tipo de empresa basado en la actitud desinteresada de las personas: lo que llamo empresa social». Pese a las veleidades marxistas de su juventud -cuando «me consideraba un progresista de izquierdas moderado porque no me gustaba la situación que veía alrededor»-, Yunus no es ningún revolucionario que quiera acabar con el sistema, pero tampoco «un capitalista en el sentido simplista de la división izquierda-derecha». Cree «en el poder de la economía de libre mercado global, en el empleo de herramientas capitalistas», y defiende «la tesis central del capitalismo: el sistema económico debe ser competitivo». Con una importante puntualización: su convencimiento de que «la ganancia personal no constituye la única fuente de alimentación posible de la libre empresa. Los objetivos sociales pueden suplir la codicia como fuerza poderosa de motivación».

El grave error teórico del capitalismo reside, a juicio de Yunus, en «su equivocada interpretación de la naturaleza humana. Los seres humanos dedicados a los negocios aparecen retratados como seres unidimensionales cuya única misión es maximizar sus beneficios», expone en «El banquero de los pobres» (Paidós, 2008). Postulados todos ellos que han alimentado los recelos de quienes, desde un lado, lo acusan de perpetuar el actual estado de cosas y los que, desde el opuesto, le atribuyen una visión idílica y nada fiable de la humanidad.

En 1976 Yunus comenzó a actuar como mediador y garante de préstamos de la banca convencional para «la gente pobre del pueblo». Aquel «banquero informal» se convertiría siete años después en el fundador del Grameen Bank, «banco del pueblo» en la lengua bengalí, una entidad que ahora presta más de 100 millones de dólares al mes en créditos sin aval por un importe medio de 200 dólares. Todos sus fondos provienen de los depósitos y su actividad se orienta a «fomentar entre el pueblo de Bangladesh la iniciativa empresarial y la independencia». Son créditos destinados a que los más despojados puedan labrarse de forma progresiva una independencia económica. Y, pese a las apariencias, Grameen Bank obtuvo beneficios, excepto en el primer año de actividad y 1991 y 1992, época de reconstrucción de Bangladesh tras un ciclón devastador. Su fundador se muestra hoy convencido «firmemente de que el crédito debería ser considerado un derecho humano».

El 97 por ciento de sus ocho millones de prestatarios del «banco del pueblo» son mujeres. La ya larga actividad ha demostrado que ellas «obtenían mucho más beneficio para sus familias que sus homólogos masculinos» y que, en definitiva, «las mujeres tenían más energía para salir de la pobreza».

Yunus ha mantenido enfrentamientos con los responsables del Banco Mundial, a quienes reprocha la pretensión de marcar las pautas de su actividad. Y ha implicado a su banco en proyectos de desarrollo orientados a mejoras en la calidad de vida de la población. Aliado con importantes marcas, su banco financia una fábrica que garantiza a un precio mínimo yogures enriquecidos para niños, redes para prevenir las enfermedades transmitidas por los mosquitos, calzado deportivo al que puedan acceder los que nada tienen y favorece la creación de redes de comunicación en zonas rurales a través de mujeres que prestan servicios telefónicos. Estas iniciativas se sostienen sobre empresas sociales, «una empresa sin pérdidas ni dividendos» en palabras de Yunus, «dedicada íntegramente a lograr un objetivo social».

«Gracias al concepto de empresa social, los ciudadanos no tienen que dejar todos los problemas en manos de la Administración (y luego pasarse la vida criticando al Gobierno porque no consigue solucionarlos)», defiende el premio Nobel de la Paz de 2006. Sin embargo, esa supuesta liberación de la presión de los desfavorecidos sobre los poderes públicos no ha facilitado su entendimiento con el Gobierno de su país.

Desde la década de los noventa, Muhammad Yunus intenta que la clientela de su banco tenga peso político, que los candidatos los tomen en consideración. «Su número es su poder», afirma. Arranca así la vertiente política del banquero puesta de manifiesto con una presencia progresiva de los prestatarios del «banco del pueblo» en los distintos consejos y órganos de gobierno locales. Yunus se ufana de que, a través de la movilización llevada a cabo desde la entidad que dirigía hasta ahora, en 1996 «las prestatarias de Grameen encabezaron la consecución de un hito casi inimaginable: el número de mujeres votantes en las elecciones nacionales fue mayor que el de hombres, lo que contribuyó a barrer casi por completo del Parlamento a un partido político que se había posicionado en contra de los derechos de la mujer».

En 1997 se celebró en Bangladesh la Cumbre del Microcrédito, presidida por la primera ministra Sheikh Hasina y a la que, entre otros representantes mundiales, asistió la Reina doña Sofía. Al año siguiente, Yunus recibiría el premio «Príncipe de Asturias» de la Concordia, compartido con Vicente Ferrer, Nicolás Castellanos y Joaquín Sanz Gadea.

Desde entonces, la relación con los poderes de su país han cambiado de forma sustancial. Sheikh Hasina lo tacha ahora de «chupasangre de los pobres», después de que en 2008 Yunus intentara, en la culminación de su estrategia de convertir a los clientes de su banco en fuente de poder político, constituir un nuevo partido para romper la alternancia en el Gobierno de las herederas de dos viejas dinastías políticas y «eliminar la cultura de la corrupción que impera en el país».

La respuesta es su jubilación. El Banco Central cae en la cuenta de que Yunus debía haberse jubilado hace once años, al cumplir los 60, y lo fuerza a jubilarse, medida que el premio «Príncipe» ha recurrido ya ante los tribunales. Todo ello aderezado con una confusa denuncia de corrupción.