Apenas cinco años después de rasgar la pantalla sin contemplaciones en Uno de los nuestros, un retrato virulento y vitriólico hasta la extenuación de los corrales mafiosos, Martin Scorsese se lo jugó todo a una carta en Casino. De nuevo, personajes corrompidos y letales atrapados por la cámara convulsa de un cineasta lanzado a tumba abierta a lo largo de un extenso e intenso metraje que no da respiro al espectador. Pero Scorsese no quería volver a contar una historia de la mafia. Lo había dicho (casi) todo en el título anterior. Su pretensión era, nada más y nada menos, que construir un ambicioso y descomunal fresco histórico sobre América a partir de una de sus postales más elocuentes y envenenadas. Contó como gran aliado, una vez más, con Robert De Niro en un estado de forma admirable, contenido y desmesurado a partes iguales. Un personaje fascinante que mete miedo unas veces y conmueve otras. A su lado, un reparto de primera, especialmente una Sharon Stone que puso toda la (desgarradora) carne en el asador para encarnar a un ser patético y vulnerable, emocionante e incómodo. Y, como es habitual, un Joe Pesci que electrocuta la pantalla cada vez que aparece, y que protagoniza una de las escenas de violencia más escalofriantes del cine de Scorsese.

Decidido a jugarse el todo por el todo desde el principio, Scorsese inicia su película con una catarata de imágenes y datos que muestran, a modo de deslumbrante documental con armazón de ficción, el funcionamiento interno de un casino y sus lazos con la mafia. Esta especie de prólogo vertiginoso y repleto de información tendrá al final un equivalente mucho más sangriento.

Una vez abierta la partida, Scorsese y De Niro se enfundan el traje de faena para narrar la ascensión y caída del mafioso Ace y su amigo Nicky, con la historia/histeria añadida de una mujer, Ginger, que pierde la razón por las joyas y el dinero. La evolución de esa amistad y de ese seudoamor, el camino hacia el éxito y el derrumbe explosivo de los sueños en una llamarada de sobornos, traiciones y venganzas son mostradas por el tahúr Scorsese con un montaje vertiginoso y unas filigranas visuales que cortan el aliento. Y, como envoltorio musical de primera clase que enriquece las imágenes a todo volumen, una banda sonora prodigiosa.