La directora Anu Tali pasó, y con nota, su segundo examen al frente de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA). La directora estonia dejó el pabellón bien alto tras dos programas en los que, con un trabajo sólido, versátil y milimétrico, sacó lo mejor de una orquesta de sonido pleno e ilimitado. La habilidad de Anu Tali para concertar solista con orquesta, la elección de versiones con personalidad y fundamento y su dominio del lenguaje musical del siglo XX son cuestiones ya inherentes a esta candidata a la titularidad de la OSPA, como se comprobó en sus últimos conciertos en Gijón y Oviedo esta semana. En éstos, la directora estonia escogió un gesto más abierto que la semana anterior -teniendo en cuenta la propia naturaleza de las obras-, pero con cuidado igualmente en los puntos inflexivos de las partituras, con claridad directiva. Parece evidente que floreció definitivamente la confianza, tras el primer flechazo con la orquesta.

El último concierto de la temporada de la OSPA supuso además el regreso de Adolfo Gutiérrez Arenas, un violonchelista «de casa», muy querido por la afición asturiana. El intérprete volvió con el «Concierto para violonchelo en mi menor, op. 85» de Elgar, una obra que este año lo llevó junto a la Sinfónica de Londres, dirigida por el ovetense Pablo González. Anu Tali levantó una versión estremecedora e intimista del concierto, con un chelo en constante diálogo con la orquesta, perfectamente integrado con la misma.

De este modo, una OSPA en permanente evolución defendió una orquestación bajo las ideas de contraste y variedad que atraviesan el concierto. Anu Tali fue la encargada de entretejer las distintas secciones de la orquesta, junto al intérprete solista, en un verdadero ejercicio de dinámicas y densidades sinfónicas. Al mismo tiempo, Gutiérrez Arenas combinó expresión y virtuosismo en una página esencialmente lírica, de gran recorrido en el registro del chelo, y en la que el solista logró espléndidos colores dentro del carácter sobrecogedor que planea sobre la obra de Elgar. Y es que este concierto culmina el catálogo del compositor oficial de un imperio en decadencia. Como propina, Gutiérrez Arenas regaló al público una zarabanda de Bach.

Hay que celebrar la programación de la cuarta sinfonía de Arvo Pärt, por primera vez en España, en la segunda parte de la cita con la OSPA. La OSPA conmemoró así el 75.º aniversario del compositor, por iniciativa de Anu Tali, con esta obra de 2008, escrita para cuerda, arpa y percusión. En esta sinfonía, subtitulada «Los Ángeles», impera el factor tiempo, por su presencia o ausencia, en una obra magnética, que reviste de modernidad la tradición musical antigua.

El oyente se evade así en un universo sonoro de otra dimensión, en el que actúa la técnica que el mismo Pärt denominó «tintinnabuli», que consiste en la creación de sonoridades a partir de un acorde, simulando el efecto de las campanas. Se trata de una obra seccional y compleja en su ejecución, en la que hay que reconocer un gran trabajo por parte de la OSPA durante la semana, así como la habilidad de Anu Tali para dar, además, al resultado sonoro el punto entre dramatismo e introspección que pide la sinfonía.