Gijón, E. G.

Desde 1950 a 1968 Gijón dispuso de tres estaciones ferroviarias. Llegaban a la ciudad, por tanto, tres ferrocarriles, con la particularidad de que cada uno tenía un ancho diferente de vía. Lo absurdo es que había proyecto para instalar dos ferrocarriles más, con su estación correspondiente: uno, el de la línea costera a Ribadesella, y otro hacia Lieres. Por fortuna la cosa quedó en proyecto.

La estación del Norte funcionó desde 1874 a 1990; el Ferrocarril de Langreo fue inaugurado en 1852 y ahí sigue; por último, el de Carreño tuvo estación durante dieciocho años, desde su puesta en servicio en 1950.

Esa atomización ferroviaria contrastó con el eterno proyecto de crear una estación central, «idea de la que se viene hablando desde el siglo XIX», recuerda el historiador Javier Fernández. Desde entonces hubo muchas iniciativas. Una databa de los años veinte y situaba la pretendida estación en un punto cercano a lo que hoy es el límite de la avenida de la Constitución (la zona de Foro, para los gijoneses). Otro de los proyectos acercaba la estación central al centro de la ciudad, en la actual plaza del Humedal, donde no hace muchas fechas se ubicaba la antigua estación de Feve y de cercanías de Renfe.

Hoy, el Museo del Ferrocarril tiene entre su material expositivo una maqueta de lo que fue la primitiva estación, cuya importancia va mucho más allá de lo meramente arquitectónico. El historiador José María Flores escribe en su capítulo del libro Asturias y el ferrocarril: «La entrada en servicio de la terminal ferroviaria impulsó el crecimiento industrial de la ciudad y fue foco de atracción para diversas factorías que buscaron su implantación en la proximidad de las vías férreas», sin olvidar la proliferación de establecimientos de hospedaje en el cercano barrio del Carmen.