Hoy, día 25 de abril, Corín Tellado habría cumplido 86 años. Ya hace tres años que nos dejó, un 11 de abril de 2009, pero su nombre no puede caer en el olvido.

Mi recuerdo se va a remontar al invierno de 1995, cuando tuve el privilegio de conocerla. Las personas de mi generación habíamos oído hablar de Corín Tellado desde siempre, de sus novelas, de las historias de amor con las que había hecho soñar a varias generaciones de lectoras. Y yo me preguntaba qué podían contar aquellas novelas que habían alimentado la imaginación de tantos millones de mujeres y también de hombres. Además, en aquel momento, sus novelas ya no estaban ni en los quioscos, ni en librerías, ni en bibliotecas, ya que a partir de los años noventa del siglo pasado Corín Tellado ya había dejado de escribir novela corta para las editoriales españolas y sólo escribía su novela quincenal para la revista «Vanidades», editada primero en Cuba hasta 1960. Fue allí donde Guillermo Cabrera Infante conoció sus novelas, como corrector de la revista, y tanto se impregnó de su estilo al describir a los personajes femeninos de sus obras que al final de su vida la llamaba «mi maestra». Desde 1960 la revista «Vanidades» se edita en Miami, teniendo como principal reclamo la novela corta de Corín Tellado.

Tampoco las historias de la literatura mencionaban su nombre, ni la literatura específica de la segunda mitad del siglo XX, ni los estudios sobre las mujeres novelistas de la posguerra. Por todo esto decidí dirigirme a ella en una carta, expresándole mi admiración por ser mundialmente famosa y mi deseo de conocer su obra. Fue en el puente de la Inmaculada cuando recibí su respuesta invitándome a su casa para conversar.

Al encontrarme ante ella quedé, de inmediato, fascinada por su personalidad de mujer afable en la distancia, de conversación envolvente y cálida, con un ligero acento musical del Occidente astur. Me llamaron la atención su voz rota por los miles de cigarrillos mentolados fumados mientras plasmaba en su Olivetti las historias de amor, sus ojos negros, de mirada inteligente y penetrante, que habían captado durante muchos años los aleteos de la vida que discurría a su alrededor, y aquel escudo de amable indiferencia, como quien está de vuelta de todo, que usaba para protegerse de los desaires del mundo. Pero cuando voluntariamente o por descuido dejaba al descubierto su fina sensibilidad y su gran humanidad, entonces me di cuenta de que estaba ante una mujer irrepetible, ante un hito de la reciente historia de Asturias, ante una mujer genial.

Después de esta primera visita se sucedieron otras muchas; era una delicia escuchar sus comentarios sobre la actualidad, siempre acertados e inteligentes y con un punto de fina ironía. En ocasiones compartía la reunión con escritoras y profesoras venidas del extranjero con el único deseo de conocerla, como la visita que le hicieron las escritoras cubanas Sonia Rivera-Valdés y Jacqueline Herranz Brooks y la escritora de origen asturiano Paquita Suárez Coalla, todas ellas profesoras en Nueva York.

En la última reunión que mantuvimos, a principios de 2009, me comentó cuánto le había gustado el capítulo que le había dedicado su amigo, el escritor José Antonio Mases, en su libro «Todos los días Gijón», que le había enviado.

Termino el recuerdo de aquellos momentos expresando mi profunda admiración por esta novelista, gran trabajadora, que puso todas sus cualidades al servicio de aquellos lectores que necesitaban iluminar su vida con un poco de ilusión; por eso siempre vivirá en sus recuerdos.