Oviedo, P. R.

Víctor Botas (Oviedo, 1945- 1994), poeta y narrador, publicó su primer poemario, «Las cosas que me acechan», a los 33 años, lo que sorprendió a sus conocidos y algunos familiares, ya que nunca hablaba de literatura. Algunos llegaron a pensar que era su esposa, Paulina Cervero, persona fundamental en su vida y en su obra, quien escribía los poemas. Cuando falleció, con tan sólo 49 años, dejaba una sólida obra poética y una interesante y casi desconocida obra en prosa. José Luis García Martín, quien mejor conoce su poesía y que fue durante quince años, según él mismo confiesa, editor, agente, crítico de cámara, confidente y también «enemigo político» de Botas, acaba de editar y prologar su «Poesía completa», en edición de La Isla de Siltolá. Una primera edición de «Poesía», aunque algo diferente de esta, fue publicada en 1994 por Llibros del Pexe.

Licenciado en Derecho e interesado en las inversiones bursátiles, Víctor Botas presumía de no tener formación literaria, pero, como escribe García Martín en el prólogo de «Poesía completa», conocía muy bien a los clásicos griegos y latinos y era un especialista en la historia de Roma, algo que se evidencia en su poesía y, sobre todo, en la novela «Rosa, rosae», publicada por una editorial de Zaragoza que quebró antes de haberla distribuido. Amaba a Borges, sobre todo, al poeta. «Todo lo que Víctor Botas toma de Borges lo hace inmediatamente suyo: nunca Botas es más Botas que cuando juega a ser Borges», afirma García Martín.

El propio Botas dejó escrito un perfil de sí mismo: «Soy un chapucero congénito, protegido (¿o estropeado?) por el sistema capitalista. Sólo ahora, al cabo de medio siglo de esfuerzo, he empezado a aprender a desenvolverme. Mi niñez duró unos veinticinco años. Ensayé diversas carreras y periódicamente tuve que huir ante el inminente desastre. Después: un casamiento romántico, hijos, el hábito y la pasión del hogar. Me desperté como adolescente casado a los treinta y cinco años. Penosamente pasé del estado larval a una madurez informe, atrasada. Ahora, ya con un pie sobre el umbral de la madurez mental, advierto que el otro pisa la tumba».

José Luis García Martín, poeta también, profesor de la Universidad de Oviedo, crítico y colaborador habitual de LA NUEVA ESPAÑA, conoció a Víctor Botas en el año 1979, en la tertulia literaria de Oliver, en Oviedo (cafetería que ya cerró), y lo vio por última vez un viernes de octubre de 1994, cuando Botas «salió de la tertulia para no volver nunca»; pero sigue estando en ella, aunque el escenario haya cambiado, asegura. «Rara es la tarde en que no se le menciona, y su poesía sigue ahí, sorprendente y fresca, sin que el tiempo "que todo se lo lleva por delante / como un rinoceronte enloquecido", le haya dejado ni una arruga».

La obra poética de Botas fue creciendo desde los poemas iniciales de «Las cosas que me acechan» hasta «Las rosas de Babilonia» (1994). Según considera García Martín, son «Historia» (1987) y «Retórica» (1992) los libros que guardan sus mejores poemas. El amor, grande y loco, y la muerte, temida y presentida, son sus grandes temas, pero también la vida familiar y los arribistas. También las creaciones de «Segunda mano», en la que traduce poemas ajenos.

En el prólogo a «Poesía (1979-1992)», Víctor Botas comentaba un silencio literario que entonces ya duraba tres años y que no mantendría mucho más. Porque, en una carta que escribió a su amigo el poeta Miguel d'Ors, le hablaba de dieciséis poemas nuevos.

«Yo fui testigo del milagro que es siempre la aparición de un poeta, pero no me pidan explicaciones. Los milagros no se pueden explicar. Sólo cabe dejar constancia de ellos. Y es lo que he tratado de hacer con estas líneas», concluye García Martín en el prólogo a la «Poesía completa» de Botas.