Un juego en el que no faltan los códigos secretos, la ingenuidad, el dar rienda suelta a lo irracional y las referencias a los miedos infantiles más profundos. Y todo salpicado de color y naturaleza. Eso es "Tres mil seiscientos cincuenta y dos días", la exposición con la que la artista asturiana Dora Ferrero-Melgar celebra el décimo aniversario de su primera muestra en solitario.

Hasta el 11 de mayo, la sala de arte Alfara acoge este trabajo, en el que la serigrafía es el hilo conductor. "Está basada en esa actitud de caminar por caminar. Ese proceso en el que te van surgiendo ideas, como breves iluminaciones irracionales, que luego intentas plasmar en el taller y se convierten en pequeñas huellas que te permiten empezar a trabajar", cuenta a LA NUEVA ESPAÑA la creadora. Ese juego de huellas es el que le acercó a la gráfica.

Siguiendo el esquema que utilizan los músicos para las improvisaciones, en las que nada está escrito, Ferrero-Melgar creó una serie de "improvisaciones" en las que el color manda y las propias estampaciones van creando la perspectiva. "Están hechas en papel de kozo japonés de colores y esa es la base que me permitió hacer juegos de color, de luces y sombras y trabajar con el concepto de intensidad". Muy interesada en los materiales y en la geometría, por su pasado como instructora de dibujo técnico, la artista crea auténticas historias en una serie de 120 estampas hechas en papel de caligrafía chino, que reflejan los 120 meses que han pasado desde su primera muestra, 30 por cada estación; en dos óleos en los que los abedules se utilizan para hablar de la libertad del día y lo amenazador de la noche; o esculturas de elementos naturales que juegan con la literatura de su infancia y con un código secreto que ella misma inventó de niña. "Toda la exposición utiliza el lenguaje plástico y visual. Estoy interesada en esa ruptura de las fronteras que existe actualmente, en la que todos los estilos se mezclan". Por eso, entre las obras más llamativas de la exposición destaca una rama de arbusto que el viento llevó hasta sus pies durante una caminata y que llenó de vida con unas hojas de papel japonés, aparentemente transparente pero con mucho contenido.

"Es una muestra muy heterogénea. Los artistas tenemos la obligación de acercar el arte a todo tipo de públicos", afirma.