Sin decir casi nada, Quique González (Madrid, 1973) lo dijo casi todo. Por si había algún despistado entre el público, eligió, de todos los temas de su último disco, «Su día libre» como canción favorita. Un tema que resume muy bien la carrera musical del madrileño y su manera de encarar las letras: con tranquilidad, resignación, clase y un toque de piratería elegante. Quique González canta con tanta naturalidad las cosas que a uno casi le dan ganas de tener un fracaso amoroso para poder hacer lo mismo.

Y, por si la sencillez del escenario -apenas un neón con el logo del «Daiquiri blues», el título de su último disco- no había dejado todavía claras las cosas, una voz anónima se lo sirvió en bandeja al artista. Cuando alguien desde el público, en tono jocoso, invitó al cantante a participar en Eurovisión, los asistentes pudieron adivinar una media sonrisa debajo de su barba al tiempo que decía: «Soy un chico de club». Ahí radica, precisamente, el éxito mesurado de Quique González, en que siempre ha sabido lo que es. En el teatro Jovellanos de Gijón, en el que apenas quedaban unas butacas libres, se podía ver un público muy heterogéneo, con representación de casi todas las tribus urbanas. No se podría hacer un retrato tipo porque la mezcla era enorme, pero todos sabían a lo que iban.

Quique González saltó al escenario vestido en tonos oscuros, con americana de terciopelo, camisa negra, pantalón algo ajustado y botines. Arrancó con «Daiquiri blues» y cerró con «Miss camiseta mojada». Si alguien hubiera entrado a ver sólo la primera y la última canción muy probablemente pensaría que se trataba de dos conciertos diferentes. Porque la parte central del show transcurrió en un tono relajado, íntimo, de teatro, y en la parte final al chico de club le salió la vena rockera y puso en pie al público.

Es ésa una de las novedades en cuanto a las anteriores giras del cantante madrileño, que parece haber entendido que, cuando la música sube decibelios y los instrumentos entran con fuerza, su voz no luce tanto. La solución que ha encontrado es bajar una revolución algunos temas, «Cuando estés en vena», por ejemplo, y guardar para la parte final del espectáculo el último esfuerzo vocal, de tal manera que se ofrece al respetable la misma dosis de movimiento que antaño, pero mejor distribuida.

Llevó a cabo una bonita versión con guitarra de «Aunque tú no lo sepas», rescató con acierto «Pájaros mojados», se metió de lleno en el concierto con «Pequeño rock and roll», y dejó a la gente con ganas de más con una elegante, sutil y movida versión de «Torres de Manhattan».

Quique González, como todo buen cantante que se precie, y por muy chico de club que sea, también tiene una canción franquicia. «Salitre». Un tema que es bueno desde los primeros acordes y que todo seguidor del madrileño ha dedicado, al menos una vez, a alguna chavalita a la que quería conquistar. «Salitre» gana algo en cada gira, va sumando toques de calidad. El jueves, en el Jovellanos, fueron los «Rolling Stones» los que aportaron la diferencia al final del tema, con su «All I want is you to make love to me», de «Beast of Burden», sonando como un susurro.

Quique González sigue siendo el mismo y ha encontrado su sitio, que está a medio camino entre los teatros y el humo de los bares. Y lo que quiere, en realidad, es darle sus datos a la chica de la lavandería para meterse en un lío, o que se le corte un sueño lleno de mujeres desnudas yendo al trabajo en autobuses rojos, para después contárselo a los parroquianos con total naturalidad, sin hacer un drama de ello. Qué listo el chico del club.