Rodaban los años veinte del siglo XX y rodaba más aún la mano de un rapacín que giraba la manivela de un cinematógrafo. Solía subirse a una caja para atender las proyecciones con las que el café Colón de Avilés amenizaba la estancia a sus clientes. Tenían gran éxito. De frente y del revés, pues por una ventana del local, justo detrás de la pantalla, se atropaban en la calle guajes y público en general que no podían acceder al salón para ver la proyección. Éstos veían las películas por detrás, invertidas, pero algo era algo, y el cine, entonces, era mucho.

El de la manivela era un hijo de Vicente El Mazarico. Todo un personaje del avilesino y pescador barrio de Sabugo. Vicente fue pionero del primer cine que se vio en Asturias. Era también una referencia en su barrio. Gran conversador, «curioso» para toda clase de trabajos, leído, conseguidor de favores para sus vecinos y «abogao» de caleyes en general. Vicente adiestró a sus hijos en los negocios y en unos secretos del celuloide que llevaron consigo toda su vida. Uno de ellos, de nombre idéntico al padre, fue fotógrafo (Foto Arrieta) y acabó sus días en Alicante. Otro, el chaval de la manivela, se llamaba Eduardo, aunque, en honor del mote familiar, todo el mundo lo conocía como Duardo El Mazarico o, entre los profesionales del cine, simplemente El Mazarico.

Eduardo Martínez, «El Mazarico», tuvo una vida un tanto novelesca o, por precisar más, un poco peliculera. Reconocía que el cine lo había vuelto loco y a él le había dedicado su vida. Rodó todo tipo de materiales, al principio en Avilés, donde sus mayores satisfacciones profesionales llegaron, como para tantos otros, con los años de la construcción de Ensidesa. En aquellos confusos días en que cientos de hombres secaban la marisma con botas de goma y la boina puesta, El Mazarico plantó unos tornillos en la cima del monte de La Luz para apoyar su trípode, un día tras otro, hasta rodar todos los pasos del nacimiento del gigante siderúrgico. Reuniendo los trozos montó un documental que se estrenó en Madrid, adonde fue Duardo, endomingado, a recibir parabienes de toda la jarca del INI.

Y el cine lo arrastró desde Avilés hasta Oviedo, y de allí a medio mundo. Lo mismo a montar un cine en un pueblo que a rodar operaciones quirúrgicas en Alemania. Y lo hizo siempre sin mirar atrás, sin reparar en casa y familia. Más disgustos que negocios.

Negocios, cuando los hubo, de un profesional a la antigua. Corresponsal del No-Do, empresario de cines y representante genuino y antiguo de una profesión hoy día a punto de extinguirse, la del operador de cine de toda la vida. Ese proyeccionista con mucha mano izquierda y conocimientos de mecánica, de electricidad o sonido, que aseguraba una proyección de calidad por más que los elementos se pusieran en contra.

Toda esa vida, en forma de viejas latas de películas, una tropa de máquinas, proyectores de diversa condición y materiales de toda laya, le fue acompañando para irse a remansar, primero, al cine de Noreña y, más tarde, a una nave de Colloto, donde El Mazarico defendía sus recuerdos y hasta se proyectaban películas de siempre en sesiones privadas. Si eras su amigo, lo mismo te enseñaba un viejo Pathé que te invitaba a ver una de Tarzán.

A la muerte de Duardo todo ese caudal de recuerdos, hecho patrimonio cinematográfico, empezó a sestear en el almacén de Colloto sin que su familia supiese muy bien qué hacer con él. Ante el peligro de desaparición y el deterioro evidente que sufrían, no faltaron personas que intentaron salvar el legado de El Mazarico. Merecen reseña quienes, vinculados a la Universidad de Oviedo, hicieron gestiones ante su familia y ante la Filmoteca Española para preservar y estudiar lo que pudiera haber de valioso en aquel caótico almacén.

Para que la siesta de todo aquello no llegase a ser el sueño eterno, se pidió auxilio al Ayuntamiento de Avilés, al Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer, futura sede de un Film Center, pero sin interés alguno en estos materiales, y, por último, a la Consejería de Cultura, eficaz, ésta sí, en la búsqueda de soluciones. Por este diario me entero que, finalmente, el Ayuntamiento de Langreo ha tenido el gran acierto de rescatar la vida y los milagros de El Mazarico. Merece un aplauso.

Empieza ahora un proceso de recuperación y estudio en el que pueden aparecer cosas de gran valor o sólo artículos de lance. Pero, sin duda, merecerá la pena, como siempre que aflora una parte del desdichado y misérrimo patrimonio cinematográfico que en España ha quedado.

Lo de El Mazarico no es sólo celuloide, documentos y cacharros. Es un legado material de una vida de cine y, también, un legado inmaterial que arranca desde los tiempos de su padre. Quizá sea mucho, o muy poco, pero es una buena noticia que algunas instituciones y personas se hayan movilizado para dar abrigo a lo que El Mazarico nos dejó.