Entré en el cine muerto de sueño y a los treinta segundos tenía los ojos abiertos como platos. Este condenado Greengrass sabe cómo coger al espectador por las solapas y arrastrarlo a donde le dé la gana. Adrenalina pura en la vena de la pantalla, pero sin caer en la sobredosis. Con mucho grano en la imagen, mucho plano barrido, mucho desenfoque incluso cuando no es necesario, pero no para dar la falsa impresión de documental con la que la más pomposa Bigelow daba gato por liebre en su oscarizada En tierra hostil, sino porque es su impetuosa forma de arrancar la acción de la pantalla y esparcirla sobre el patio de butacas en racimo.

Ya lo hizo en los carruseles de Bourne (más farragosos, más expansivos, menos concentrados y contundentes) y lo elevó a categoría de arte con United 93. Aquí, Greengrass lanza un órdago de tres pares de narices: a que te convenzo de que estás en un Bagdad de ruinas, odio y miedo en el delicadísimo momento en que se decide si la invasión se convierte en la antesala de una guerra civil, a que te meto en una trama descomunal en la que un soldado bueno se enfrenta a la conspiración de ciertos maquiavelillos en Washington para hacernos creer que Irak tenía armas de destrucción masiva y justificar así una guerra desproporcionada haciendo una peineta al resto del mundo, a que te hago creer que en cuestión de horas un «espídico» (y convincente) Matt Damon se mete en un berenjenal sin más ayuda que un agente de la CIA que no se traga la bola y un iraquí mutilado y conmovedor que quiere salvar a su país del caos que le espera. Frente a ellos, un fiero general iraquí usado como marioneta, un maligno funcionario del desorden mundial (eficaz Greg Kinnear, y mira que me gusta poco este actor) y un militar norteamericano que cumple como perro de presa las órdenes, por atroces que sean. Y, en medio, una periodista que, involuntariamente, contribuye a la gran farsa.

Contada, la película es un disparate con manojos de cabos sueltos, pero vista consigue la proeza de mantener las pulsaciones de la pantalla a un ritmo frenético sin perder el resuello, llenándola de imágenes que se pegan como lapas a la vista. Bum, bum, bum. No se la pierdan.