Madrid,

Elvira BOBO CABEZAS

Cuando Clarín terminaba de impartir sus clases en la Universidad de Oviedo, Fernando Vela, el que avanzando los años sería secretario de la «Revista de Occidente» con Ortega, le esperaba para charlar con él, para absorber como una esponja el fondo y las formas de don Leopoldo. El autor de «La Regenta» fue para Vela su primer maestro, el que de adolescente le abrió el apetito de la literatura, el que le enseñó algunos lances de esgrima y le inculcó el amor por el ajedrez.

Asturiano por los cuatro costados (nace en Oviedo en 1888 y muere en Llanes en 1966) pero universal como pocos, unas jornadas en su memoria reivindican desde hoy en la Universidad de Oviedo al periodista, al esteta, al intelectual, al hombre cuya nieta Yolanda Corrochano define como «profundo, limpio y honesto» y a quien quiere dar el punto de vanidad que su abuelo no tuvo: «No tenía absolutamente nada de ego, quizá ni ese poquito que siempre hace falta», cuando realmente «fue uno de los responsables de que España tuviera pensamiento europeo a través de la "Revista de Occidente"». Vela perteneció a ese grupo de grandes hombres que querían mejorar el mundo y que entendían que había que hacerlo a través de la cultura. Y él lo hizo a través de la palabra, de la escritura. Y es que, igual que se canta por bulerías o por fandangos, Fernando Vela pensaba «por ensayos», como decía Eugenio d'Ors. Era un hombre «con tan poco adorno que su prosa es de una pureza tremenda, y por eso sigue fresca». Y así avanza una metáfora: «Vela es como un árbol de hoja perenne: no está sujeto al paso de las estaciones ni de los años». Yolanda ya no es modesta: «Sé que era una mente superior, que había trascendido y trascendió hasta a los egos».

De niña, Yolanda conserva recuerdos «de nivel visual de pata de mecedora», y evoca a su abuelo siempre leyendo la prensa internacional o recién llegado de la redacción. «Yo tenía un lujo en casa, porque vivir con Vela era vivir con la noticia fresca, con la tinta caliente todos los días». Hoy es consciente de que para su abuelo cada ensayo podía haber sido un libro, y él tenía que mutilar los temas para seguir la velocidad de las noticias. Porque «no había nada que no le interesara». Amaba el fútbol, que también entendía desde un punto de vista filosófico, «amaba todas las manifestaciones nuevas de la cultura» y las vivía con una ilusión casi infantil: tras una comida familiar el día de su cumpleaños, se levantó a los postres ilusionado porque tenía una sorpresa, cuenta su nieta. Desde su despacho puso en un gramófono antiguo un disco de pizarra con la música de «El tercer hombre». La cítara de Anton Karas emocionaba a un Vela para quien el estreno de esa película fue «un momento impresionante». Amante de la música, compositor, biógrafo de Mozart, Vela tocaba el piano -sobre todo a Schumann- a diario en su despacho. Yolanda ha preparado con especial cariño un concierto de Mozart para el viernes. «Es un broche perfecto después de la conferencia de José Carlos Mainer», uno de los más importantes estudiosos de la obra de Vela.

Siempre nadando entre la más rabiosa actualidad y la profundidad del pensamiento filosófico, estuvo al margen de la política: «Defendió el europeísmo, pero supuraba espíritu liberal y el resto le chirriaba»; quizá por eso en la guerra «le persiguieron las derechas y las izquierdas, y eso es lo mejor que se puede decir de una mente». Y añade: «Ése es el gran regalo que nos ha hecho. Su limpieza ha marcado mi educación, nos dejó crecer libres y alejados de la vulgaridad y de la frivolidad», comenta orgullosa.

Es obligado preguntarle por Ortega, bajo cuyo palio a veces Vela ha quedado sumergido, pero ella despeja rápido: «Jamás compitieron: se reconocieron. Cuando reconoces al otro desde dentro, no compites, sino que te nutres». Y Vela murió un poco cuando perdió a Ortega, a su amigo, al que escribía desde Tánger explicándole que vivía en la placidez de la vida familiar, pero «echo de menos las conversaciones con usted y la consulta de los libros de mi biblioteca para comprender lo que está pasando», recuerda Yolanda. «Ellos tenían el concepto de élite de una forma natural».

«No nos podemos permitir el lujo de olvidar a personas así cuando estamos en un mundo que necesita pensadores y maestros», reclama Corrochano mientras espera con ansia las jornadas: «Fernando Vela está ahí y quiero que investigadores jóvenes lo retomen».

El Vela que no soportaba lo superfluo, el rescatado por la Obra Fundamental de la Fundación Santander, que presentará el volumen «Ensayos» el jueves en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA, el de la naturalidad, el de la levedad profunda, está más vivo que nunca. Si publicáramos hoy cualquiera de sus artículos, por ejemplo, el que habla de las situaciones de crisis económicas, nadie dudaría que está escrito hoy. «Sería un bombazo decir que está escrito hace más de cincuenta años», exclama.