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Crítica

Voz y escena

«Linda di Chamounix», de Donizetti, pone en pie al Liceo en una nueva producción de Emilio Sagi con Flórez y Damrau

Voz y escena

La del pasado martes, con el estreno de «Linda di Chamounix», de Gaetano Donizetti, fue una noche de emociones fuertes en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona. El que es uno de los más relevantes teatros españoles reunió un reparto espectacular que defendió el título con seguridad técnica y garra vocal y teatral, sumado a un equipo escénico encabezado por el ovetense Emilio Sagi, que ofreció un espectáculo sensacional en lo que se refiere a la presentación de la obra desde una óptica moderna, trasladando la acción con inteligencia, sentido común y teatralidad hasta la médula.

Aún conviene explicar que la ópera es voz, música y escena. Digo esto porque incluso se lee a críticos supuestamente enterados que la ópera es música y voz. Que lo es, por supuesto, pero también algo más. Sin el concurso de la escena no se puede hablar de ópera. Si Verdi, Wagner o Donizetti hubiesen querido escribir música pura se hubiesen dedicado a las sinfonías con profusión, y si música y voz, al oratorio, cantatas y demás géneros. Si escribían ópera es porque el teatro era para ellos esencial y un elemento al mismo nivel que el resto. De no ser así se falta de manera grave a la integridad de lo que los compositores pensaron.

La conjunción de elementos de forma positiva, la suma de cada apartado, es lo que llevó a la magia esta función barcelonesa. Emilio Sagi mueve la trama a los años treinta del siglo XX, a ese período de entreguerras tan feliz y con cierto regusto decadentista. Todo ello se deja ver en una estética de belleza crepuscular, en una ambientación invernal, en la estructura de una trama que mueve, dentro del peculiar estilo que ha sabido crear para este repertorio, con su magisterio habitual, en el que no hay acomodo. Siempre arriesga, y eso se agradece. De hecho, la furia y el desgarro con los que montó la escena de la locura de Linda es antológica. A día de hoy es lo mejor que, en este ámbito, se puede ver en un teatro de ópera. Impresiona por su arrebato descarnado transcrito por la maravillosa Diana Damrau con fuego abrasador. Sagi se rodea de un equipo de primera y eso se percibe en la impecable escenografía de Daniel Blanco -fantástico el espacio interior del segundo acto- o en un vestuario de Pepa Ojanguren que combina imaginación, frescura creativa e impecable factura técnica. Albert Faura no se queda atrás con una iluminación matizada con perfecto rigor.

En un título como «Linda di Chamounix» reunir un reparto tan bien pensado como el que ha conseguido el Liceo no es fácil. Por encima de todos, Diana Damrau como Linda en una recreación del personaje de ensueño. Vocalmente es impecable, pero va más allá en la maduración dramática de un rol que otras también cantan fantástico pero que no saben hacer evolucionar, quedando plano. La Damrau arriesga, magistral en la escena de locura, y ahí se exhibe en plenitud la que es una de las grandes intérpretes de nuestro tiempo. A su lado, como Carlo, brilló con fuerza el canto impoluto de Juan Diego Flórez. El tenor peruano no tiene rival en un repertorio que va haciendo suyo con la inteligencia de una carrera muy bien pautada y en el que su vocalidad argéntea fascina a su enorme legión de seguidores. Ante esta pareja protagonista merecen también destacarse méritos abundantes en otros de los intérpretes. Por ejemplo, en el impactante Prefecto de Simón Orfila. ¡Qué bien, por carácter y expresión, el bajo menorquín! Otro cantante español cuyo crecimiento internacional es imparable. Silvia Tro Santafé fue un Pierotto de entidad y Bruno de Simone, un pícaro marqués de Boisfleury. Éxito importante obtuvo la mezzosoprano ovetense María José Suárez en su debut en el Liceo. Resolvió un papel de entidad como es Maddalena muy bien vocalmente y con su habitual perfección escénica. Entró en el Liceo por la puerta grande. A su vera, el siempre seguro Pietro Sapagnoli cantó un Antonio ponderado y eficaz.

Los dos únicos puntos débiles de la función residieron en los cuerpos estables del teatro. Aprobado justo para el coro del teatro y más apurado aún para la orquesta con las carencias de siempre en cuanto a la afinación y a un sonido casi siempre deshilvanado, falto de balance. La dirección de Marco Armiliato bien enfocada para los cantantes no resultó tan adecuada desde el punto de vista de una versión monótona y lenta en demasiados pasajes. Esto no fue obstáculo para un éxito monumental que cerró la velada con espectaculares ovaciones y el público en pie.

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