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Retorno a Jeremy Irons

El actor británico recita hoy en el auditorio de Oviedo los versos del poema sinfónico "Egmont", de Beethoven

Retorno a Jeremy Irons

Jeremy Irons dejó bien claro a las primeras de cambio que la televisión era una pantalla que le quedaba pequeña. Su trabajo en Retorno a Brideshead, el no va más de la calidad en los años 80, fue de los que dejan huella. Y el cine no tardó en reclutarle. En La mujer del teniente francés no se dejó amedrentar por Meryl Streep y se lució en un tipo de personaje que luego se convertiría en una suerte de seña de identidad. Su aspecto vulnerable pero no exento de coraje, su mirada lánguida, su voz penetrante y su sonrisa entre tímida y resuelta eran unas herramientas de trabajo perfectas para historias de marcado cariz romántico en las que su pose elegante brillaba con luz propia. Era la elección perfecta para El amor de Swann (inevitablemente fallida por ser Proust un autor imposible de adaptar al cine) y en El riesgo de la traición también estuvo a la altura del texto de Harold Pinter. Pero el golpe de autoridad de Irons fue en La misión, una película bastante tediosa pero de mucho éxito comercial en la que el trabajo de Irons y De Niro, arropados por una inolvidable música de Morricone y una fotografía fabulosa sacaban las castañas del fuego al siempre inepto Roland Joffé. Sin tiempo que perder, Irons aceptó luego el doble desafío de David Cronenberg en la que sigue siendo la obra más inquietante y desgarradoramente hermosa del director canadiense: Inseparables. Irons encarnaba a dos hermanos gemelos en una historia brutal y conmovedora a la que su trabajo, cargado de matices y sensibilidad extrema, daba el toque final que necesita toda obra maestra.

Tras ese triunfo, Irons se tomó un tiempo de relajación con algunos títulos que no merece la pena recordar (Adorable seductor aún debe sonrojar al actor) antes de volver por sus fueros con El misterio Von Bülow, la delicada El país del agua o Herida, en la que sus discusiones con el director Louis Malle no le impidieron (o le ayudaron, quién sabe) ofrecer una interpretación insuperable como hombre devorado por una pasión prohibida y finalmente destruido por los remordimientos. De nuevo estuvo magistral con su contenido trabajo a las órdenes de Cronenberg en M. Butterfly (la escena del suicidio pone los pelos de punta) antes de iniciar una etapa decepcionante con la acartonada La casa de los espíritus y Jungla de cristal III: la venganza, en la que no pintaba nada, o incluso Belleza robada, un Bertolucci ya en horas bajas. Lolita, El hombre de la máscara de hierro, Dragones y mazmorras, El cuarto ángel, Callas forever fueron desgastando poco a poco la carrera de Irons, que tras el espejismo de El mercader de Venecia y Conociendo a Julia (y de eso hace ya más de tres lustros) encadenó una ristra de películas pésimas y otras más interesantes pero en las que su papel no era de primera fila, encontrando en la pequeña pantalla, como al principio, el mejor lugar para lucir un poco más un gran talento que en los últimos tiempos está desaprovechado.

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