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Jaime Martín.

JAIME MARTÍN | Dirige hoy a la OSPA en Oviedo

"Una orquesta es un festival de talento"

"La vida de un director es muy solitaria y triste, aunque también da satisfacciones, conoces gente"

El maestro cántabro Jaime Martín dirige hoy a la OSPA -a las ocho, en el Auditorio de Oviedo- en un concierto con dos obras "Danzas eslavas", de Dvorak, y "Concierto para orquesta", de Bartok. La velada está patrocinada por LA NUEVA ESPAÑA.

-¿Debuta con la OSPA?

-Es la primera vez que la dirijo después de un viaje accidentado. Salí de Londres, donde vivo, perdí la conexión en Madrid y llegué con la maleta al ensayo. Había tocado con la OSPA como flauta solista. En el Campoamor, el concierto de Rodrigo, dirigido por Pons. Hace más de veinte años. Trabajar por primera vez con una orquesta es curioso y peligroso. Te encuentras con un grupo nuevo. Es complicado. Imagine que cada semana tenga usted un director distinto en su periódico.

-¿Cómo es la vida de un director?

-Muy solitaria y triste. Viajas solo. Bueno, también da satisfacciones, conoces gente. Cada orquesta es distinta. Menos mal que en este tiempo de globalización no se han perdido las diferencias. De todos modos antes eran mayores las diferencias, oías por la radio una orquesta y podías identificar de dónde era. Lo más importante son los cinco primeros minutos del primer ensayo. Ahí se ve si hay o si no hay conexión. Una orquesta es un festival de talento. Gente muy cualificada con sus ambiciones y sus gustos. El director debe unificar esa energía. No se puede imponer. En algunas épocas se esperaba precisamente eso. Ahora plantearse algo así es de ciencia ficción. El liderazgo va por otro lado.

-¿Por dónde?

-Una orquesta es un ejemplo muy claro de los valores del grupo. Es muy educativa para los jóvenes. Requiere colgar el ego de una percha. La gran cualidad de un músico de orquesta es la flexibilidad. Una orquesta es como una cometa y el director es el encargado de mantener el hilo. Cuando se hace así soy feliz, es un trabajo mágico.

-Primero las "Danzas eslavas", de Dvorak.

-De las "Danzas eslavas" hay dos libros. Tocamos uno de ellos, el primero. Fueron la danzas que hicieron conocido a Dvorak. Y gracias la generosidad de Brahms. Estaba en un tribunal de una especie de becas. Había visto en dos ocasiones música de Dvorak, al que nadie conocía fuera de Bohemia. Escribió a su editor y le dijo que había un compositor en Praga que merecía la pena, debería editar su obra para dos sopranos y piano. Le envío las partituras, le encantaron, las editó y enlazó con Dvorak. Le encargó unas danzas al estilo eslovaco, como Brahms con las húngaras. Se las pidió para dúo de pianos. Y le propuso que fuesen dos libros de ocho danzas cada uno y con estilos contrastantes, rápidas y lentas. Dvorak las escribió en muy poco tiempo. No se apoyó en melodías tradicionales como, por ejemplo, Brahms. En ninguna danza. Tenía mucha imaginación. En la sinfonía "Nuevo Mundo" todos ven melodías indias y cosas así, pero en absoluto. Todo lo inventó él. Le propusieron orquestar las danzas y lo hizo muy rápido y sin cambiar nada.

-¿Cómo dirige las danzas?

-El director Nikolaus Harnoncourt se acaba de morir. Mi primer contacto con las danzas de Dvorak fue a través suyo. Yo tocaba la flauta en la Orquesta de Cámara Europea. Las grabamos con él. Es raro que se toquen todas, como una obra completa. Harnoncourt se trabajaba a Dvorak como a Beethoven, buscando la transparencia y el alma de cada obra. Dvorak es de una humanidad muy especial. Tenemos dos checos en la orquesta, en la OSPA. Les dije que no podían cantar las danzas porque no se corresponden con melodías que conocieron de niños. Están felices tocándolas. Es una música muy nostálgica. No hay fuegos artificiales. Es muy de Dvorak esa nostalgia.

-¿Y el Concierto para orquesta de Bartok?

-Es un concierto para orquesta porque es la protagonista. Es de 1943, Bartok muere dos años después. Es una de sus últimas obras.

-Tocó en Oviedo y también Rachmaninov.

-Seguro. Venían mucho a España en aquella época. Y Casals, Berg o Stravinski. Se fue en 1939 a América, huyendo de Hitler. Vivía de tocar el piano y no con mucho éxito. Su música era demasiado moderna y no interesaba mucho. Entró en depresión. Se estaba muriendo en un hospital. Le ayudaron y le encargaron una obra. Estaba medio muerto y sin dinero. Le dieron 1.000 dólares y despertó. Alquiló un sitio en Nueva York y lo escribió en cinco semanas. Casi es su última obra. Tuvo un gran éxito. Y el público americano empezó a ver qué otras obras había escrito. Era un pianista muy sobrio. Nada de un Lang Lang de los años 30. Era como Stravinski o Rachmaninov. Tenían una expresividad muy controlada. Con el Concierto tuvo gran éxito de crítica y público. Los cuartetos, tan famosos, son anteriores. El sexto creo que es el inmediatamente anterior al Concierto para Orquesta. No tuvo tiempo para disfrutar del éxito. Es un concierto para orquesta porque considera a la orquesta como solista. Es una especie de guía de orquesta. Desfilan los fagotes, oboes, clarinetes, ahora el metal... Es una forma de dar espacio a todos. Hay otros similares. Su formato de todos modos es distinto, es un espectáculo. Funcionaría para un concierto escolar. Como lo que hizo Britten. Utiliza los instrumentos de una manera muy efectiva.

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