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Premio de Comunicación y Humanidades 2016

Un testigo del infierno que nunca venderá su alma

Nachtwey, que decidió hacerse fotógrafo de guerra al ver las imágenes de Vietnam, siempre antepone la compasión a su carrera

Un refugiado de Kosovo vuelve a casa en 1999. JAMES NACHTWEY

La cara y la cruz de la fotografía. La cara de la belleza, la cruz del horror. El premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades concedido a Annie Leibovitz en 2013 distinguía una mirada privilegiada a los privilegiados que ha labrado su fama retratando a estrellas del mundo del espectáculo y de la altísima sociedad con imágenes originales y bellísimas y muchas horas de preparación detrás.

James Nachtwey no tiene nada que ver con esos planteamientos. No es retratista, es fotoperiodista. No busca agradar ni mejorar la realidad. Al contrario. Su admirado Goya fue retratista de corte (como Leibovitz, aunque no tan amable) pero también periodista de la época, reportero de guerra con pinceles que llevaba al lienzo la miseria, el dolor, el desastre. Nachtwey lo hace con la cámara y por todo el mundo: siempre hay novedad en el frente para los testigos del apocalipsis que se desgaja ahora.

Nacido en Siracusa (Nueva York) en 1948, Nachtwey fue uno de esos norteamericanos marcados por los convulsos años de la guerra de Vietnam y el movimiento por los derechos civiles de la raza negra. Hombre de legendarios silencios que prefiere dejar que hable su cámara, la mejor forma de conocerle en primer plano es el magnífico documental suizo "War photographer", nominado en 2002 al "Oscar" y en el que las terribles imágenes se alternan con reflexiones del fotógrafo y de personas de su entorno que hablan de él como un hombre misterioso que ama el silencio. Película que empieza, cómo no, con una frase del mítico Robert Capa: "Si tus fotos no son buenas es que no te has acercado lo suficiente". Por eso las imágenes de Nachtwey son tan memorables: siempre se ha acercado lo justo para que el testimonio sea necesario. Como en los días horrendos de Goma donde "la locura fue total, aquel millón de refugiados, de los cuales murieron miles... y no los pudieron enterrar. Aquellas montañas de cadáveres..." Instantáneas que conmueven y horrorizan en las que casi se puede oler el hedor de la muerte y la desesperación.

Decidió ser fotógrafo de guerra a principios de la década del 70, durante la guerra de Vietnam. "Las imágenes de Vietnam nos mostraban lo que realmente ocurría allá. Contradecían aquello que nos decían los dirigentes políticos y militares. Eran imágenes directas, documentales, una poderosa denuncia contra la guerra tan injusta y cruel, simplemente por mostrar lo que pasaba. Aquellas fotos me afectaron mucho. Tomé la decisión de consagrar mi vida a seguir esa tradición. Tardé mucho tiempo en estar tan seguro de mí mismo como para hacer este trabajo. Antes de convencer a los demás, tuve que convencerme a mí mismo".

En 1980 se despertó una noche y se dio cuenta de que "ya lo había aprendido todo, y que tenía que intentar ir a Nueva York para ser fotógrafo, fotógrafo de guerra. Era una época agitada y emocionante. Sentí que era testigo de la historia. No desde un punto de vista académico, ni a distancia, sino lo que la gente normal vive en el curso de la historia. Era exactamente lo que yo buscaba. Además, implicaba peligro, tenía algo de aventura, tenía que afrontar el peligro y sentir la emoción real de la gente. Era un poco como en el teatro, sólo que yo estaba en el escenario y la pieza se iba escribiendo ahí. Había que comprender, anticiparse y conectarse emocionalmente e intelectualmente con los eventos para poder seguirlos".

Lo peor, confiesa el fotógrafo galardonado, es que "me aprovecho de las desgracias ajenas. Esa idea me persigue. Todos los días. Porque sé que si algún día dejo que mi carrera sea más importante que mi compasión, habré vendido mi alma. La única manera de justificar mi papel es respetando a aquellos que sufren. La medida en la que lo logro, es la medida en la que se me acepta, y en la que yo mismo puedo aceptarme". Compasión, respeto, aceptación. Su objetivo angular.

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