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Glorioso hazmerreír

James Franco, en una escena de "The Disaster Artist". WARNER BROS. / JUSTINA MINTZ

Creador polifacético e hiperactivo, James Franco es un cuerpo extraño en la industria de Hollywood. Destinado al estrellato desde su notoria participación en la trilogía que Sam Raimi dedicó a "Spider-Man", la carrera de Franco ha alternado producciones "mainstream" con otras iniciativas más personales, de carácter independiente, e incursiones en otros ámbitos, desde la dirección hasta la escritura, ya sea de guiones o novelas, pasando por la docencia universitaria. "The Disaster Artist" es fruto de esa otra vertiente de su producción, más sugerente, irregular y decididamente creativa que la que le reduce al rol de actor, por muy estelar que pueda llegar a ser. Reconstrucción del surrealista rodaje de "The Room", la película de culto perpetrada por Tommy Wiseau, "The Disaster Artist" se ha querido interpretar como una suerte de "Ed Wood" actualizada, en virtud de su mirada dignificadora sobre un cineasta y un filme que frecuentemente lideran los rankings de peor director y película de la historia. Pero a diferencia del filme de Tim Burton, "The Disaster Artist" no tiene un barniz poético ni hay atisbo alguno de melancolía. En su lugar, Franco aplica vitriolo, un sentido del humor que reivindica la conexión con la "factoría Apatow". Una relación reforzada por la notable participación de Seth Rogen, cómplice habitual de Franco y que ejerce como actor y productor del filme, por un hilarante cameo del mismísimo Judd Apatow y por esa estructura en forma de "bromance". A esa herencia, Franco le suma una magnética interpretación de Tommy Wiseau, con su dicción inexplicable (no del todo bien captado en el doblaje al español) y su personalidad excesiva, para crear una película fascinante, que logra equilibrar el retrato descarnado de un personaje bufonesco con una indudable dignidad. Sí, Tommy Wiseau es un hazmerreír, pero es un glorioso hazmerreír.

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