Julio Puente falleció ayer a los 67 años de un cáncer que a duras penas y por pocos días logró apartarle del que fue su medio natural, su pasión y su oficio. "No pueden con nosotros", repetía El Maestro, como le conoce la profesión. Deja viuda, Noemí Pérez; tres hijos: Pablo (redactor de LA NUEVA ESPAÑA), Noemí y José Julio, y una nieta, Clara.

Hizo una luminosa carrera de 47 años que ejerció en la escritura deportiva y de opinión, en la realización de diarios, en la selección y formación de periodistas y en la organización y el capitaneo de periódicos que cerró como director de LA NUEVA ESPAÑA de Gijón después haber estado al frente del gallego "Faro de Vigo" y del canario "La Provincia-Diario Las Palmas", todos del grupo Prensa Ibérica, al que pertenece este diario. Su fuerte personalidad recubierta de un carácter positivo y su disposición a hacer del periodismo un disfrute diario le investían de un carisma que funcionaba en las dos acepciones de la palabra: como capacidad para atraer y como don de algunas personas en beneficio de la comunidad. Hizo amigos en el periodismo y con el periodismo sin amiguismo y fue compañero sin dejar de ser jefe.

José Julio González Fernández-Puente nació en Mieres en 1950, en una familia de comerciantes, Vidal y Celina, propietarios de Almacenes Vilmar, una tienda de ropa de caballero, primero en la capital del Caudal y luego en Gijón. Entró en el Seminario, en Covadonga, a los 11 años y permaneció en él hasta el segundo curso de Retórica, equivalente al final del Bachiller superior. Quería ir para cura pero sus compañeros le recuerdan leyendo un montón de periódicos que le llevaba su madre los domingos. Años después, cuando el periodismo apretaba con muchas horas de trabajo, bromeaba y lamentaba al tiempo no haber sido Don José Julio, cura de Quintes y Quintueles, parroquia llana de ritmo rural, que saludara a las beatas antes de ir a comer.

Empezó Filosofía y Letras en Oviedo y, en seguida, colaboró con el diario ovetense "Región" con pequeñas entrevistas y reportajes que le confirmaron en su deseo de ser periodista. Se matriculó en la Escuela Oficial de Periodismo, y sacó la carrera trabajando y estudiando en Asturias y yendo a examinarse a Madrid.

Su primer trabajo fue en 1970 como corresponsal de LA NUEVA ESPAÑA en Avilés, donde compartió piso con Ceferino de Blas, entonces corresponsal de "La Voz de Asturias" (llegó a ser director general de "Faro de Vigo"), y José María Martínez, luego creador del Conservatorio de Música de Avilés.

En 1972 pasó a la corresponsalía de Gijón y un año más tarde fichó por "El Comercio" para trabajar en la sección de Deportes, de la que llegó a ser responsable por la confianza que tenía en él Francisco Carantoña, legendario director del diario gijonés por quien Puente conservó admiración toda su vida. Repetía su sentencia "hay que comer en casa" para criticar el compadreo entre periodistas y autoridades.

Por timidez, discreción o rareza, dejó el diario gijonés sin avisar cuando Graciano García (exdirector de la Fundación Príncipe de Asturias) le ofreció ser redactor jefe en "Asturias, Diario Regional". Los periodistas jóvenes habían puesto todas sus esperanzas en ese periódico de vida corta y pronto penosa, lo que le sirvió para hacer otra de sus frases históricas, referida a sí mismo: "Este pobre hombre, que cambió la Coca-Cola por gaseosas Pepe". Por entonces ya estaba casado con Noemí y había nacido su hijo Pablo.

Del "Paisín" también marchó a la francesa y reapareció al día siguiente en "Región", dirigido por Juan de Lillo. El periódico conservador estaba entonces financiado por UCD y tenía una plantilla dividida por una sima generacional e ideológica, lo que no le impidió ser un redactor-jefe respetado, merced a su arte en el toreo de muleta.

A finales de 1982 entró en LA NUEVA ESPAÑA, que dirigía José Manuel Vaquero (hoy consejero del grupo Prensa Ibérica) y que entonces pertenecía a la cadena de Medios del Estado. En LA NUEVA ESPAÑA, que año y medio después pasó a ser propiedad de Editorial Prensa Ibérica, logró una estabilidad laboral que hasta entonces se le había resistido. Fue subdirector hasta que en 1994 fue nombrado director de "Faro de Vigo", donde trabajo hasta abril de 2000. Pasó el cambio de siglo y sus sísmicos cinco primeros años al frente de "La Provincia-Diario Las Palmas". Regresó a Asturias como director de LA NUEVA ESPAÑA de Gijón.

Inteligente y memorioso, paciente de carácter -"Señor, ten piedad; Cristo, ten piedad"-, católico firme, duro si era preciso, misógino redimido, alérgico a lo cursi, intolerante a la pedantería y enemigo de la vanidad, escuchaba con interés, observaba con perspicacia y se movía en el periodismo con la naturalidad y la gracia de Fred Astaire en un salón de baile.

Ante una historia, formulaba las preguntas precisas para orientar la información, relacionadas con el por qué, y después no sabía dudar al valorar la noticia. Captaba lo que iba a interesar a los lectores con altísima precisión y exigía y daba un dato en cada línea. La naturalidad con la que vivía el periodismo se trasladaba a su estilo, casi oral en la particularidad de su palabra y en la sensatez de sus opiniones. De sus enseñanzas, una era la ley del "perpetuum mobile". Si alguien festejaba su éxito en el periódico le decía: "Eso fue ayer. ¿Qué tienes para hoy?". Otra, la ley de oro: "El principal capital del periodista es la independencia; es lo único que tenemos".

Esa profesión de independencia llegaba a las crónicas que escribió en Gijón sobre el Sporting y sobre el Real Oviedo en "La Hoja del Lunes" de la capital. Cuando le preguntaban si era del Oviedo o del Sporting contestaba: "Del Caudal por encima de todo". Ahora se puede decir: palpitaba por el Real Madrid, pero no le afectaba al oficio.

Tenía ganas de divertirse, un sentido del humor personal y una risa estrepitosa y vírica capaz de producir una epidemia de carcajadas en un cine atestado, fuera en una escena dramática de "Taxi Driver" o en una cómica de "Primera plana".

Hecho en tamaño XXL y con piezas grandes, Julio era rápido, preciso, delicado y elegante con el teclado, fuera cuando escribía los comentarios deportivos o los titulares más atractivos que cupiera y que cupieran. Se llevaba con andar flemático, sobre unos pies planos que acabaron librándole del servicio militar y le obligaban a lucir sólo los modelos de zapatos que disponían de las tallas más grandes. Hace diez años el teletipo de Julio Puente empezó a darle malas noticias de salud. Gestionó un infarto a solas, abandonando la redacción disimuladamente, fumando un cigarrillo y llamando a un taxi que convirtió la "carrera" en carrera a Cabueñes. En ese gesto y en otros se cruzaba la discreción llevada a las tablas de la ley -"el once, no molestar"- con la ética de la soledad masculina aprendida de John Wayne.

La diabetes le separó de uno de sus goces mayores, la comida de cuchara ofrecida en fuentes y con opción a repetir. Era feliz en tiempo de menestra y épico en algunas fabadas en La Máquina junto al recordado fotógrafo Jesús Farpón.

El cáncer y las exigencias legales le llevaron a jubilarse hace un año para seguir escribiendo hasta hace un mes. Leyó periódicos hasta hace una semana. Así perdió el periodismo a un gigante inolvidable.

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