No por predecible, tras larga y silente lucha contra la implacable enfermedad, la muerte de Julio Puente resulta menos dolorosa para cuantos hemos tenido el privilegio de conocerlo, recibir su magisterio, trabajar a su lado y, como consecuencia de todo lo anterior, admirarlo y quererlo.

El periodismo, LA NUEVA ESPAÑA muy en particular, pierde a uno de sus referentes, maestro de generaciones de profesionales y figura imprescindible para entender el exitoso devenir de esta cabecera a partir de su adquisición por Prensa Ibérica allá por el año 1984.

Con la noticia de su fallecimiento aún atragantada y las lágrimas contenidas, sin tiempo todavía para revivir y ordenar tantos recuerdos, algunos tan inolvidables para mí como cuando me abrió las puertas del periódico siendo yo una jovencísima alumna en prácticas, escribo estas líneas necesitada de liberar un profundo sentimiento de gratitud y también de pérdida.

A cuantos hacemos LA NUEVA ESPAÑA, a cuantos la hemos hecho durante las tres últimas décadas, nos une hoy el dolor y cierta sensación de orfandad. Porque, como comentábamos ayer en la redacción, Julio Puente era mucho Julio Puente. Ocupaba mucho espacio, tanto físico como profesional y, sobre todo, humano. A su corpulencia, que paseaba con andares pausados, unía inmensas cualidades como persona y un talento descomunal para olfatear la noticia y plasmarla en titulares. Con qué facilidad elegía y manejaba las palabras.

El periodismo fue su vida y LA NUEVA ESPAÑA su casa. Ni siquiera la jubilación le alejó de las redacciones mientras la salud se lo permitió. Escribir era para él una necesidad, la constatación de que nada podía con él. El primer aviso fue precisamente que dejase de visitar a los compañeros y de publicar sus artículos. El segundo y definitivo, que perdiese interés en leer el fajo de periódicos que su familia le seguía llevando todos los días, como si no hacerlo fuera profanar un ritual.

Con el hombre y el periodista se nos va también el personaje. Enigmático y entrañable, sorprendente y manojo de tics, sufrió en la intimidad, como para no causar molestia ni disgustar a nadie. Como legado nos deja una fabulosa colección de frases hechas, muletillas de diestro, que la redacción de LA NUEVA ESPAÑA ha convertido en argot. Seguir utilizándolas como hasta ahora será la mejor manera de recordar y rendir homenaje por los años de los años a un gran compañero. Hasta siempre, Maestro. Como tú mismo solías decir, qué grande eres.