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Crítica

Un acontecimiento

Apoteósico estreno en el teatro Campoamor de "Fuenteovejuna", una obra sustancial que está llamada a quedar en el repertorio español y que se presentó con una producción de excelente factura

Los intérpretes y el coro, en un momento clave de "Fuenteovejuna". IVÁN MARTÍNEZ

No estamos sobrados de grandes referencias culturales en Asturias y la mayoría de las que hay provienen del mundo de la música, curiosamente un ámbito en permanente cuestión desde diversos frentes y al que no se le acaba de reconocer su importancia significativa, su peso en el contexto nacional. La Ópera de Oviedo arrancó la nueva temporada con un estreno absoluto. Hay que felicitar a sus responsables por la iniciativa. Es, ya de mano, un acierto total. Si, además, el resultado alcanza las altísimas cotas de ambición artística que se pudieron apreciar en la velada del domingo, se refuerza el valor añadido de la misma.

Con este estreno Oviedo da un paso adelante en su compromiso con la creación contemporánea. La música de hoy está cada vez más presente en las diferentes programaciones de la ciudad y lo hace de forma natural, sin forzar y con respaldo del público. Esto tiene una importancia enorme, aunque desde los grandes centros se desprecie una ciudad periférica que, de manera continua, y pese a zancadillas y sobresaltos, está dando en el ámbito musical lecciones de vitalidad y entusiasmo a teatros y auditorios con mucho más medios económicos a su alcance.

El estreno mundial de "Fuenteovejuna", la obra de Jorge Muñiz con libreto de Javier Almuzara inspirado en la obra homónima de Lope de Vega, creo que hubiera exigido un mayor esfuerzo institucional. Y voy, por tanto, a reflejar el para mí único lunar de la velada: la falta de apoyo político de primer rango a un proyecto cultural que lo tenía sobradamente. ¿Qué ocupación tendría el presidente del Principado, el señor Javier Fernández, para no estar en el palco el domingo? Tengo entendido que tampoco acudió al mitin de Pedro Sánchez en Oviedo horas antes, con lo cual lo imaginaba ya recuperado del trajín de la visita regia a Covadonga el sábado. ¿Tan difícil era que el propio presidente del Gobierno de España que ese mismo día estaba en Oviedo hubiese quedado unas horas más en la ciudad para asistir al estreno? Problema de que le cerrasen el aeropuerto no hubiese tenido puesto que recientemente hemos visto que tiene bien engrasada la flota aeronáutica estatal para la asistencia a espectáculos y luego regresar raudo a la Moncloa. ¿Qué urgentes tareas tenía el Ministro de Cultura para no salir más allá de la madrileña M-30? Se agradece la presencia del Consejero de Cultura y el alcalde de la ciudad que se dejaron ver en el palco municipal, además del concejal de Cultura ovetense y un subdirector del INAEM y de otros políticos presentes. Pero, insisto, no es el nivel de representación que merecía el acontecimiento cultural.

Una vez expresado el desahogo vayamos a lo medular. Esta "Fuenteovejuna" de hoy que bebe en el texto clásico de Lope llevado a la música, es una obra sustancial, de las llamadas a quedar en el repertorio español. Es una ópera de excelente factura y que, una vez pasado el estreno, a buen seguro podrá limar algún matiz que redondeé una partitura y un libreto de gran fuerza expresiva, de muy perfilado brillo expositivo, de intensidad arrebatadora. Varios son los aciertos que han confluido en un gran espectáculo: el primero de ellos, el de Jorge Muñiz, en su segunda creación lírica. El compositor asturiano es un autor que siempre ha tenido la capacidad de no dejarse llevar por prejuicios en su escritura musical. Ha sido capaz de romper ataduras y esa libertad creativa suya hace que sus propuestas tengan como sustrato una honestidad manifiesta. Su capacitación técnica es formidable, su talento también. Hace muchos años que es uno de los nombres esenciales de la música asturiana, podríamos decir, desde la distancia, por su residencia en Estados Unidos. El segundo de los hitos está en el libreto. Javier Almuzara es otro artista importante, significativo. Podía haber optado por una mera adaptación seguidista del texto de Lope, transitar por el camino más fácil. Pero, al contrario, decidió apostar por una reescritura del mismo precisamente para ser más fiel al espíritu del original. ¡Es una verdadera delicia leer el texto del libro y más aún cuando este se funde con la música! Se percibe una muy buena colaboración entre libretista y compositor y esto es algo esencial para llevar a buen puerto la siempre procelosa travesía de una creación compartida que ha de ser suma de voluntades, evitando caminos divergentes. Otro apartado fundamental ha sido la presencia, como director de escena, de Miguel del Arco y su equipo. Del Arco es uno de los grandes directores de escena de nuestro país. Uno de los nombres imprescindibles del teatro y lo es en el trabajo y en el compromiso que no le deja optar por soluciones dramáticas convencionales. En Del Arco siempre hay riesgo y todas sus propuestas dramatúrgicas tienen un sustrato muy estudiado, de enorme coherencia. A esos tres pilares se unió un reparto volcado, entregado a la escena y seguro en la exigente vocalidad de la partitura y un apartado musical solvente y serio que reforzó el conjunto al que dotó de solidez.

La obra se estructura en tres movimientos y Muñiz activa toda su capacidad creativa en la incorporación de melodías populares, de la tradición pero también de la actualidad, y estructura un discurso musical en el que trenza cada escena de forma natural, con algún interludio de hermosa veta lírica y un empleo del ritmo verdaderamente magistral para ir creando progresivos "crescendos" en los pasajes de mayor enjundia dramática. El poderoso papel de la masa coral, como no podía ser de otro modo, es protagonista -sensacional el resultado del coro de la Ópera de Oviedo- y también lo es un canto muy exigente para cada personaje en la tesitura aguda, que incluso en el tramo inicial lo hace un tanto fatigoso. La línea melódica crea sucesivas capas en las que hay referencias al musical, también a la música de los filmes de suspense de la mitad del pasado siglo -pienso en Bernard Herrmann, por ejemplo- y todo ello con un sustrato de homenaje mozartiano en guiños muy precisos que hacen que el disfrute de la obra se pueda realizar desde múltiples niveles de conocimiento.

Sobre la partitura construye Miguel del Arco una propuesta escénica, y nunca mejor dicho, de alto voltaje. La aridez del campo, las torres de alta tensión, buscan la denuncia de la depredación del medio ambiente, de la codicia desmedida que es un factor más de envilecimiento. Cada escena está trabajada hasta en el más mínimo detalle. La línea dramática es exigente, no da tregua. Hay pasajes sobrecogedores, de fuerza arrolladora, y otros más líricos que emocionan por la verdad que encierran. También hay sangre, hay violencia y conexión continua con la sociedad actual aunque la violencia de género nunca haya dejado de estar en primer plano a lo largo de la historia. Escenas como la de la boda o la de la muerte del Comendador son magistrales y esa capacidad suya para pasar de la cotidianeidad -qué divertido el número de las hortalizas, con el personaje de Laurencia entre calabacines, berenjena y zanahorias, tan de musical- al drama sin forzar, con leves toques dramatúrgicos que, de manera rápida, cambian el tono de la acción; es una de las características del saber teatral de Del Arco. Imponente la escenografía de Paco Azorín -con una sensacional iluminación de Juanjo Llorens, fabulosas proyecciones de Pedro Chamizo y adecuado vestuario de Sandra Espinosa-. La escenografía es clave, casi un personaje más con esa tierra baldía, inerme que, curiosamente tiene forma de libro y que hace que el propio suelo refuerce la sensación de inestabilidad de la historia.

Mariola Cantarero canta e interpreta una Laurencia que va ganando en carácter y profundidad dramática según avanza la escena. La soprano granadina resuelve muy bien las exigencias vocales y crea un rol que estoy convencido puede ser un punto de inflexión en su carrera al exhibir una veta dramática que refuerza su capacidad artística. Su enamorado Frondoso encontró en José Luis Sola también un magnífico intérprete, con algún que otro apuro puntual en la zona aguda, si bien convenció plenamente por su entrega sin reservas. Impecable el villano Comendador de Damián del Castillo, todo un lujo para el rol, vocal y escénicamente, imprimiendo una rotundidad al papel que dio en la diana hasta dotarlo del punto adecuado de equilibrio que precisa para no caer en lo forzado o caricaturesco. A destacar también el Esteban de Francisco Crespo, la Pascuala de Isabella Gaudí, el Mengo de Luis Antonio Sanabria o la Jacinta de Marina Pardo, siempre impecable en su cometido, el Juez de Pablo García-López o el Flores de Luis Cansino, todo un privilegio en un rol al que dota de matices interesantes y lo lleva al primer plano. No cabe en la "Fuenteovejuna" de Jorge Muñiz hablar de roles secundarios porque el concepto coral de la misma obliga a que todos tengan un alto nivel de exigencia. Este enfoque coral lo cuidó especialmente desde el foso el maestro Santiago Serrate, cuidadoso e impecable en el ajuste con la escena, al frente de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Fue su mejor aportación la de hacer una lectura limpia y contenida de la partitura, cuidando las voces y estando al servicio de la obra en un día en el que sus autores obtuvieron una calurosa y emocionada ovación por parte del público. Entre el mismo había varios directores de teatro. Harían bien en programar una obra que merece recorrido más allá de su estreno.

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