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Crítica / Música

Hermosa tristeza

La OSPA y el Coro de la Fundación desplegaron todo su potencial en el Concierto de los Premios

Hermosa tristeza

Con la entrega de los premios "Princesa de Asturias", Oviedo y el conjunto del Principado se visten de gala con multitud de actividades que se dilatan en el tiempo y el espacio para disfrute de todos los públicos y sensibilidades. El concierto previo a la entrega, presidido por Sus Majestades, es una de las más mediáticas y esperadas.

La Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias y el Coro de la Fundación Princesa de Asturias, como anfitriones musicales, desplegaron con la interpretación del "Stabat Mater" de G. Rossini, todo el potencial y destreza a las que nos tienen acostumbrados y que les ha situado como dos de las agrupaciones, una profesional y la otra amateur, con mayor proyección internacional de nuestro país. Sobre el escenario, esa diferencia no existe y la reputación ha de defenderse sin excusas, ni ambigüedades. Solo así se consiguen resultados como los escuchados en el concierto del jueves.

Cuando de viaje por España en 1831, G. Rossini, recibe el encargo de poner música al texto de la secuencia medieval de J. da Todi "Stabat Mater", hace poco más de un siglo, en 1727, que esta ha sido aceptada como parte de la liturgia de la Iglesia Católica. El referente continuaba siendo G. B. Pergolesi, cuya versión de 1736, parecía agotar, para Rossini y el público de la época, las posibilidades de expresión religiosa y sentido místico del texto. Sin embargo, el resultado fue una obra llena de unción, que como afirma la Catedrática María Encina Cortizo en las notas al programa, "manifiesta el profundo conocimiento de la tradición musical de esta secuencia mariana, sin renunciar al lenguaje lírico coetáneo". Es precisamente esta contrastante dualidad, la de la intensidad operística y la de la solemne sobriedad religiosa, en la que la batuta de R. Milanov se mostró magistral al elegir unos "tempi" equilibrados y sosegados que favorecieron la expresividad de las dinámicas, tanto de la orquesta como del coro, y que, en el caso de las intervenciones de los solitas, condujo a una mayor libertad en el lucimiento de sus voces.

El tenor vasco Xabier Anduaga desplegó una voz sin fisuras en el registro y de timbre penetrante en el "Cuius animam gementem" (Su alma gimiente), enfrentándose con seguridad y contundencia al sobreagudo final de "Nati poenas incliti" (las penas de su excelso Hijo).

El dúo "Quis est homo" ("¿Qué hombre?") presentó a dos voces femeninas bien conocidas en los escenarios ovetenses, la soprano asturiana Beatriz Díaz y la Mezzo madrileña Mª. J. Montiel, ambas, cada una en su timbre, con voces de amplio registro y flexibilidad. Para Beatriz Díaz, la pasión rossiniana se transforma en un torrente de voz que domina a voluntad, llenando de matices sus intervenciones como en el "Inflammatus et accensus" ("Para que no e queme en las llamas"). La gama de colores de la voz de Mª. J. Montiel aportó, junto a su dominio del fraseo, el doloroso carácter del "Fac ut portem" ("Haz que llore").

El barítono José Antonio López cerró el cuarteto del concierto con una voz refinada y de especial predisposición hacia el recitado que hizo lucir con autoridad su intervención junto al coro en "Eja, Mater, fons amoris" ("Ea, Madre, fuente de amor").

Desde la primera intervención, el Coro de la Fundación Princesa de Asturias, que dirige J. E. García Miranda, mostró una minuciosa precisión en el trabajo de los reguladores, la afinación y el empaste, tanto en las sobrecogedoras intervenciones "a capella" del "Quando corpus morietur" (Cuando mi cuerpo muera), en la que la cuerda de bajos llevó sobre sus "hombros" buena parte de la responsabilidad, como en conjunto con la orquesta, resultando el "Amen in sempiterna saecula" como el momento culmen del concierto.

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