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Criar carne de vaca "a la asturiana", un modelo sostenible para salvar el planeta

Frente a la ganadería intensiva, que ayer fue cuestionada en la cita ambiental madrileña, la explotación tradicional en extensivo genera con los prados potentes sumideros de CO2

Una vaca "roxa".

La vaca sufre una "demonización en el discurso público" por su potencial contaminante. Un sambenito que no está justificado y que tampoco se debería de colgar a otras especies ganaderas extensivas como el ovino o el caprino. El consultor internacional en ganadería y medio ambiente Pablo Manzano intervino ayer en una mesa redonda celebrada en la Cumbre Mundial del Clima (COP25) para tratar de acabar con esa estigmatización de la actividad ganadera extensiva -muy característica de Asturias- como responsable del calentamiento global por las emisiones flatulentas del ganado (metano). Manzano defendió que la ganadería "no tiene tanta culpa, como se le echa, sobre el cambio climático" y apostó por poner el foco en las producciones alimentarias intensivas.

Manzano lamentó que la acción política mundial se esté centrando en grandes rumiantes como el vacuno, por su emisión de metano, y no en las granjas intensivas. "Se está perdiendo el foco", afirmó. Para Manzano, las granjas intensivas hacen un mayor uso de combustibles fósiles, cuya combustión emite dióxido de carbono que permanece durante "miles de años en la atmósfera", en contra de lo que le ocurre al metano de expulsan las vacas.

Esa demonización del ganado vacuno se acentuó a raíz de un reciente informe de Naciones Unidas, donde se indica que el 37% de las emisiones contaminantes de efecto invernadero provienen de la producción de alimentos, sobremanera de la carne.

La producción alimentaria intensiva no cuenta con los mecanismos "ecológicos" de los que sí dispone, por contra, el modelo ganadero tradicional en Asturias que, con la producción de prados y pastizales para alimentar el ganado, está generando unos potentes sumideros de dióxido de carbono que "además son grandes contenedores de biodiversidad", tal y como recordaba recientemente en LA NUEVA ESPAÑA el doctor en Geografía y experto en desarrollo rural José Antonio González Díaz. Por termino medio, detallaba en su análisis, los pastos permanentes fijan en la Cordillera Cantábrica hasta 170 toneladas de CO2 por hectárea, "a un ritmo de secuestro (de este gas) de una tonelada por año, y lo hacen además de una manera estanca, es decir, no se liberan con facilidad ante los incendios forestales".

Los expertos que ayer intervinieron en la cumbre de Madrid trataron de reenfocar el verdadero problema ambiental hacia los macrosistemas intensivos de producción, sin tierra; grandes granjas muy distintas de las explotaciones familiares sostenibles como las que salpican toda la geografía asturiana. El coordinador de Ecologistas en Acción de la campaña "Stop ganadería industrial", Daniel González, cree que la crisis climática está "muy relacionada" con ese tipo de ganadería, "aunque, en principio, se hable más de otros sectores". Por ello, es partidario de analizar el modelo agroindustrial para "intentar revertir" la situación y "atajar el incremento de la temperatura global". Además, ve oportuno hacer propuestas "concretas" de modelos "alternativos" de producción, como el de "la ganadería extensiva", para "evitar estas repercusiones ambientales".

En su intervención en el encuentro, la portavoz de la coordinadora estatal "Stop Ganadería Industrial", Rosa Díez, cargó contra la ganadería intensiva: un modelo "altamente contaminante" que "contribuye en gran medida al cambio climático" y que a su juicio está siendo "alentado" por los países a través de planes "desmesurados y descontrolados".

En su opinión, la producción intensiva "pone en peligro el futuro" de las zonas rurales porque tiene consecuencias "nefastas" para su población en términos socioeconómicos, de salud pública o de calidad de vida. "La ganadería industrial es nociva e insalubre, no tiene nada que ver con el campo y no está arraigada a la tierra, generando además poco empleo y precario". Para Díez, España "abraza con gran entusiasmo" este modelo productivo e incluso se "ufana" del crecimiento de sus producciones en intensivo, por lo que considera que se necesitan nuevas políticas que hagan un "cambio" del modelo productivo "que permita un futuro".

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