Miedo, coraje, desesperación. El cine como arma social. Mensajes en busca de espectadores que busquen relatos de gran humanidad y preguntas incómodas ante realidades atroces. La película "Adú" lo hace con bravura y honestidad. La historia lo exige: Agazapados ante una pista de aterrizaje en Camerún, un niño de seis años y su hermana mayor esperan para colarse en las bodegas de un avión que los lleve a Europa. Cerca, un activista medioambiental es testigo de la pavorosa imagen de un elefante, muerto y sin colmillos. No solo tiene que luchar contra la caza furtiva, además va a tener que reencontrarse con los problemas de su hija recién llegada de España. Miles de kilómetros al norte, en Melilla, un grupo de guardias civiles se prepara para enfrentarse a la iracunda muchedumbre de subsaharianos que ha empezado el asalto a la valla. Son tres historias engarzadas por un tema central, en las que ninguno de sus protagonistas sabe que sus destinos están condenados a cruzarse y que sus vidas ya no van a volver a ser las mismas.

Al frente de la película, el director Salvador Calvo, que asegura que pretende "utilizar el cine como un arma social. Creo que el cine nos brinda la oportunidad, no tanto de generar un discurso, sino de generar preguntas en el espectador. Después de ver la película, la película no pretende generar un tipo de pensamiento, sino que el espectador que vaya a verla se quede preguntándose cosa como 'Ostras, ¿y esto cómo se puede solucionar?'. A mí me parece que el buen cine es aquel que te deja con preguntas y que se te queda ahí en la cabeza".

Le gustaría, por tanto, que la gente "le pusiera ojos y caras a esas cifras y esos números que vemos en las cabeceras de los informativos y en los periódicos, en las primeras páginas, que hablan de migración de una manera muy fría y no se fijan en lo que hay detrás. Que son muchos miles y miles de casos de personas que lo están pasando fatal y arriesgan su vida para sobrevivir".

El gran desafío de la película era encontrar a esos tres niños (Adú, hermana de Adú y Massar). Calvo reconoce que "era muy complicado dar con ellos. Realmente eran niños muy pequeños y no existen actores como tal de 6-12 años de raza negra en España. Teníamos la posibilidad de encontrarlos en París, pero yo no quería que fuera un niño que de alguna manera no supiera caminar descalzo, que no supiera comer como la gente de allí con las manos. Me parecía que eso un niño de 6 años no lo sabe interpretar o es muy complicado para él. Entonces había que buscar a alguien que se pareciera a nuestro personaje. Cendrine Lapuyade, especialista en hacer casting de calle, se desplazó a Benín, donde íbamos a rodar, un pequeño país al lado de Nigeria en mitad de la Africa profunda y allí empezó a hacer castings en escuelas durante un mes y medio y al cabo de un mes y medio me llamo y me dijo 'Salva, no termino de encontrar al niño, le falta una energía que no encuentro aquí. Yo intentaría que el casting lo hiciéramos más al norte del país, frontera con Níger, donde están los tuaregs, que aunque es más peligroso, hay tribus más distintas y puede ser que encontremos a ese niño que buscamos'. Nos parecía a todos muy arriesgado pero dijimos 'venga, vale, vamos a darte diez días'. Y efectivamente, cuando se desplazó, estaba ella con su ayudante trasladándose de una escuela a otra y se les acercó un niño de la calle, que ni siquiera iba al colegio, e iba con unos harapos. Y este niño les dijo 'Oye blancas, ¿dónde vais con eso? ¿Qué estáis haciendo aquí? Y ese niño era nuestro Adú'".

Un niño sin experiencia como actor. Trabajar con él ha sido sorprendente: "No iba al colegio, entonces no sabía ni leer ni escribir. No podía estudiarse el guion si no se lo recitaba alguien, porque no sabía leer. Entonces buscamos a una coach que se sentaba con él y le contaba la historia del guion como si fuera un cuento. Y él se lo iba aprendiendo de memoria y era increíble, ¿no? Pero hay anécdotas maravillosas, como por ejemplo, el niño no sabía lo que era un elefante, porque en su tribu, en su zona, no existían ese tipo de animales. Entonces tuvimos que enseñarle lo que era un elefante. Había cosas tremendas. Yo tengo un vídeo grabado que todavía me lo pongo a veces que me meo de la risa porque nunca había probado un helado. Al sentir el frío en la boca pega un grito que nos meábamos de la risa y por mi culpa se hizo adicto a las panteras rosas".

De este viaje cinematográfico y vital ha aprendido el director "para entender mucho de lo que está ocurriendo hoy en día en el mundo, de entender el por qué hay mucha gente que decide abandonar a su familia, amigos€ y jugarse la vida de cualquier forma: ya sea por mar, por tierra, por aire, para llegar a Europa y bueno, yo creo que eso es una reflexión que invita a hacer la película, y todos las que la hemos hecho hemos hecho ese viaje emocional y a ese viaje emocional es al que quiero invitar al espectador. Un viaje que, espero, después del cual, nadie se quede indiferente, sino que de alguna manera te cambie".