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La segunda pandemia de José Ameal

El luarqués de 105 años que superó con 4 la gripe española se enteró de que algo no iba bien al ver que su familia no salía de casa y echó de la cocina a su yerno cuando se lo contó, para no contagiarse

José Ameal, en su casa de Luarca. A. M. SERRANO

El luarqués José Ameal, "Pepe" para los amigos, tiene 105 años y puede contar que sobrevivió a una pandemia: la gripe española de 1918. Atrincherado estos días en su vivienda de Luarca, el valdesano no quiere leer ni ver nada que tenga que ver con la actualidad ni con el coronavirus.

Hace unos días preguntó qué ocurría porque veía que su hija y su yerno, con quienes vive, no se movían de casa. "Le explicamos lo que pasaba y lo primero que hizo fue sacar a su yerno de la cocina, por si acaso se contagiaba", cuenta preocupada pero también con humor su hija María Luisa Ameal, quien asegura que su padre conserva la picardía que siempre tuvo.

El centenario no pasea por sus queridas calle de Luarca. Dejó de hacerlo hace unos meses porque el cuerpo ya no le permite bajar las escaleras que separan su casa del asfalto de su querida villa. "Duerme mucho; a veces se le pasan las horas en la cama y, aunque tratamos de evitarlo, puede juntar desayuno y comida", confiesa su hija, quien estos días vive con incertidumbre el estado de alarma y el avance letal del coronavirus.

José Ameal siempre contó que sobrevivió a la gripe española de milagro. Tenía 4 años cuando la pasó. "Estuve dos días en la cama y salir salí, pero a gatas", contó a este diario en 2018, cuando se cumplió el centenario de la pandemia que dejó la mayor tasa de mortalidad del país por un virus.

Sea como fuere, siempre se consideró fuerte. Superar la gripe española que entró en su casa y dejó en Luarca una gran tristeza y pobreza le hizo especial y ver la vida de otra forma. En su recuerdo están las comitivas fúnebres que recorrían Luarca para despedir a los fallecidos en aquel tiempo. Su tío, con quien vivía entonces, pasaba la cortina de la ventana con el fin de proteger al pequeño del pánico.

José Ameal sigue siendo hoy un hombre optimista y pícaro, que tiene las cosa claras y se impone cuando lo necesita, pese a su edad y su vulnerabilidad. "Está mayor, pero no sé de dónde saca la fuerza", dice María Luisa, convencida de que estos días de pandemia se acuerda de algo que siempre quiso dejar atrás: la gripe española. "Es mejor no hablar de ello y no acordarse", dijo a este diario en la última entrevista.

Dos años después de estas palabras, sus sentidos están más atrofiados por la edad. Para poder oír necesita ponerse los audífonos, "pero odia esos aparatos", confiesa su hija. Por esta razón está más aislado. Se mueve poco por casa porque cada movimiento supone un gran esfuerzo. Sí tiene una memoria privilegiada que le permite acordarse de acontecimientos importantes de su vida.

A José Ameal le gusta recordar su infancia. Fue el primero de ocho hermanos y le tocó vivir con sus tíos, que no tuvieron hijos. Conoció la abundancia porque creció en una casa "acomodada", tal y como él recuerda, y en la que "no faltaba de nada". "Se podían comprar dos filetes, y eso era mucho para aquella época". Tuvo una vida aventurera. Siempre se sintió orgulloso de empezar pronto a trabajar. Con 12 años desempeñaba las labores de ayudante en la conocida empresa luarquesa Talleres Higinio García. Con 18 años puso rumbo a Guadalajara para hacerse con un camión de mercancías y trabajar al mando de la familia López de Luarca. Cuando creía que la vida le sonreía porque tenía empleo, dinero y ganas de más aventura, se tuvo que ir a San Sebastián para cumplir con el servicio militar obligatorio.

La Guerra Civil sorprendió a Pepe de permiso en Madrid. Luchó en el bando republicano, fue prisionero de guerra y estuvo encarcelado en Valdemoro. Pudo salir de la cárcel, contó, por su picardía. "Cambié mi libertad por un reloj que quiso un soldado", contó en 2018 a LA NUEVA ESPAÑA. Cruzó como pudo campos y caminó lo necesario para encontrarse en Madrid con Isabel Fernández Ruiz, su primera esposa, cordobesa de nacimiento y madre de sus dos primeros hijos. La aventura de su vida continuó con nueva residencia, Madrid, y con nuevo trabajo, taxista. Fue chófer de toreros porque, según relató en su día, era capaz de conducir diez horas seguidas sin dormirse.

En 1954 volvió a Asturias. Un amigo le prestó 240.000 pesetas para comprar un camión de mercancías. Según la memoria de José Ameal, en aquella Asturias industrial había mucho trabajo, tanto como para hacer mucho dinero. Conoció entonces a su segunda compañera de vida, María Luisa Méndez Méndez, con quien tuvo dos hijas. Volvió a Madrid para trabajar de nuevo como taxista y de la capital regresó definitivamente a Luarca. Primero fundó el bar Cambaral y seis años más tarde lo traspasó para abrir un negocio también hostelero al lado de la estación de Alsa.

En su casa están sorprendidos con su longevidad. El protagonista achaca esta larga vida al buen comer y al optimismo. En estos tiempos de pandemia, la segunda que vive José Ameal, muchos de sus allegados piensan en el testimonio de este hombre, que precisamente por estar cerca de la muerte siendo solo un niño aprendió "muy bien" que solo se vive una vez. Su hija María Luisa Ameal asegura que es muy fuerte y que les sorprende cada semana. "Pasa dos días un poco débil y de repente remonta y te pide algo con una voz increíble", dice entre risas y preocupación.

Aun sabiendo que el mundo lucha contra el coronavirus, él no está dispuesto a dejarse llevar por la zozobra y disfruta como puede de sus momentos. Su familia cuenta estos días una anécdota: el viernes pasado le apeteció una copa y la tomó en su casa de Luarca, que mira al río Negro, y le recuerda lo bonita que es la vida. "Es todo experiencia y fuerza", concluye su hija. Pepe pide ahora salud para cumplir los 106 años el 12 de noviembre.

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