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Crisis del coronavirus

Asturianos en Nueva York: "La gente está frustrada"

Los emigrantes en la ciudad estadounidense, donde los muertos se disparan, llevan la reclusión a rajatabla y temen por su futuro

María Gelchie.

"Al principio estábamos todos aquí mirando lo que pasaba en España, y ahora desde allí no paran de preguntarme por lo que pasa aquí". Marco Antonio Ortega, un gijonés que trabaja para Unicef en Nueva York, resume así la situación que se vive en la considerada capital del mundo, ahora mismo también el centro mundial de la expansión del COVID-19, que amenaza con alcanzar en Estados Unidos niveles destructivos todavía mayores que los que sufre Europa. El estado de Nueva York ha doblado su número de muertos en 72 horas, se acerca a las 2.000 defunciones y trata de movilizar recursos para contener una emergencia que amenaza con colapsar su sistema sanitario, mientras afloran informaciones sobre escasez de medios y miles de respiradores que no funcionan. La máxima autoridad de la Casa Blanca en materia de salud, Deborah Birx, puso los pelos de punta a sus compatriotas al estimar en 200.000 el número de personas que pueden morir en Estados Unidos durante la pandemia.

Los asturianos que residen en Nueva York están bien, dentro de la lógica preocupación por un futuro incierto, con la economía mundial cayéndose a pedazos. También en Estados Unidos, donde casi diez millones de personas han solicitado prestación por desempleo en las últimas semanas.

Sin trabajo se ha quedado la cineasta y directora de fotografía llanisca Eliana Álvarez, que lleva confinada tres semanas en su piso de Harlem en compañía de su madre, Seny Martínez. En su caso, empezaron el confinamiento incluso antes de que fuese obligatorio en España. "Mis trabajos se empezaron a cancelar, y además estaba trabajando en un documental con veteranos, y no podíamos ponerlos en riesgo", comenta Eliana.

Vieron que la cosa se ponía dura en España y decidieron permanecer unidas, pero la duda entró cuando Trump anunció la cancelación de los vuelos con Europa. Tras muchas vacilaciones y un gran cabreo por sus múltiples intentos infructuosos de contactar con el consulado, optaron por que la madre se quedara. "Teníamos miedo de que lo cogiera en el trayecto o se quedara aislada en Madrid", apunta Eliana, mientras su madre, vecina de La Calzada en invierno y regente del kiosco de la playa de Palombina (Celorio) en verano, aclara: "No me quiero agobiar, aquí estoy cuidada y protegida". La única salida es al supermercado y, para entretenerse, clases telemáticas de zumba y "pasillo p´acá, pasillo p´allá".

El gobernador de Nueva York, el demócrata Andrew Cuomo, alaba en sus intervenciones el comportamiento de sus ciudadanos, pero las llaniscas advierten de que en todos los sitios cuecen habas: "Hace una semana que fuimos al súper, hacía un día guapísimo, y estaba la calle llena de gente. Y para ver la llegada del buque hospital el otro día la gente se concentraba en el muelle".

Marco Antonio Ortega confirma que "a todos nos ha pillado el toro, en España y en todos los sitios. Yo por la ventana veía a la gente en el parque jugando al baloncesto, haciendo picnic...". Para luchar contra un hábito que forma parte de la cultura de muchos barrios de Estados Unidos, se han desatornillado 1.500 canastas de las calles neoyorquinas.

María Gelchie, natural de Nieda (Cangas de Onís) pero residente en Estados Unidos desde hace décadas, vive su confinamiento con tranquilidad en su vivienda unifamiliar de Suffolk, en Long Island. No sale para nada, ni falta que le hace: "Tengo 78 años, ya no soy una cría, así que no salgo. Los que nos criamos en España en los 40 y en los 50 nos acostumbramos a guardar en casa todo lo que podíamos". Hace tres semanas, la sensación a su alrededor era la misma que en España mientras veíamos pelar las barbas del vecino italiano. "La gente decía que era una cosa de China que no iba a llegar, y que al que le pasaba aquí es que tenía algún problema ya", dice la que fuera quince años presidenta del Centro Asturiano de Nueva York.

A Marco Antonio Ortega el trabajo le sale por las orejas desde hace dos semanas, cuando Unicef le destinó a la lucha contra el coronavirus, como gestor de información en un grupo de coordinación. "A todo el personal de Unicef se nos puso a trabajar desde casa una semana antes de que se estableciese de manera general", apunta el gijonés, que chequea a su familia asturiana nada más levantarse y cuando se acaba el día en España. "Pensé en irme, pero hasta llegar a Gijón... ¿por cuántos transportes y estaciones tendría que pasar? El mayor riesgo es un viaje. También decidí quedarme por compromiso profesional".

Ortega prevé un descalabro sanitario mayúsculo en Estados Unidos: "Tenemos que entender que aunque sea un referente mundial económico y de investigación, les falta mucho a nivel social y de servicios públicos, de higiene sin ir más lejos, y además falta conciencia del bien común. Los gobernadores echan cuentas y ven que les faltan medios, y además... ¿cómo movilizas rápidamente hacia el bien colectivo unos recursos sanitarios que son privados? En muchos sitios no se hacen tests porque ¿quién los paga?".

Eliana Álvarez subraya que "Como dice una y otra vez que en Nueva York se va a atender a todo el mundo, pero ya veremos qué pasa luego en los hospitales". Gelchie, en cambio, solamente ve riesgo en los inmigrantes ilegales, "que no van a pedir atención por miedo a que los echen".

Solamente una pandemia ha sido capaz de frenar la actividad frenética de Marcos Intriago, un empresario de 76 años del pueblo de Amieva, en el concejo del mismo nombre. Está refugiado en casa, con su hija. "No puedo ni bajar la basura ni coger el periódico, mi mujer no me deja", subraya. Tras dos semanas aguantando a duras penas sus negocios (dos tiendas de productos gourmet, en Soho y en Queens, un establecimiento de vinos), decidió cerrar y mandar al paro a sus 34 empleados: "tenían miedo, era mucho peligro". Solo queda en marcha su mujer Angélica, que hace los repartos, y dos trabajadores en el almacén donde recibe las importaciones de productos españoles y asturianos.

"Ahora hay una guerra con la salud, y lo importante es que muera cuanta menos gente mejor, pero luego vendrá otra guerra. Lo de las Torres duró dos semanas, pero la gente seguía funcionando; ahora... no sabemos cuánto va a durar esto", apunta Intriago, que piensa seguir resistiendo "mientras me dejen, aunque mi mujer está cansada y dice que lo cerremos todo".

Eliana Álvarez pedirá una prestación para los autónomos, aunque advierte que "el otro día debí llamar mil veces a las líneas del paro y fue imposible contactar, estaban colapsadas".

La preocupación de María Gelchie es doble, por los amigos de Estados Unidos y por su familia asturiana. Tiene primos en Gijón, "Una trabaja en el Alcampo, en panadería, y dice que nunca se vendió tanto pan como ahora. Pero La gente está frustrada. Para los mayores, ya jubilados, es más llevadero, pero para los que tienen que ganarse la vida".

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