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Dos octogenarios de Llanes y Muros de Nalón vuelven a casa curados: "Nunca te pongas en lo peor"

Manuel Sanz Peña, de 82 años, de Llanes y Manuel Fernández Cándano, de 88, de Muros de Nalón, volvieron ayer a casa tras superar el virus

José Manuel Fernández Cándano, saludando ayer al llegar a su domicilio de San Esteban. MIKI LÓPEZ

"No hay que ponerse nunca en lo peor", dice un curado de 88 años

Manuel Fernández Cándano vuelve a su casa de San Esteban tras seis días hospitalizado: "Lo primero es ver, no abrazar, a mi mujer"

"Al corovirus claro que se le puede ganar a cualquier edad, lo que hay que hacer es no ponerse nunca en lo peor". Lo dice José Manuel Fernández Cándano, de 88 años, tras haberse enfrentado a la enfermedad y recibir, ayer, el alta médica después de un ingreso de seis días en planta, en el hospital San Agustín de Avilés. Tras unas horas de espera por la ambulancia llegó a su casa en San Esteban (Muros), ya entrada la noche, con muchas ganas y, sobre todo, buen ánimo, quizá la clave para afrontar un trance como el que acaba de vivir. "Lo primero que voy a hacer es ver a mi mujer, a la que no voy a poder abrazar, aunque podemos hacerlo a través del cristal de la puerta. Además, ella está muy preparada y me lo advertirá", apunta el curado.

Cándano, conocido por su profesión de sastre en la comarca del Bajo Nalón, comenzó a sentirse mal el pasado jueves de madrugada. No tuvo síntomas previos: "Nada de nada", insiste. En mitad de la noche se despertó con mucha tos, no podía respirar y, aunque se empeñaba en dormir, acabó por levantarse de la cama con el mal presagio de que podría ser COVID-19. "Voy a tener que ir mañana a la doctora" , pensó, "pero aquello seguía y seguía", y se dijo: "'Pero vamos a ver, si tengo algo del coronavirus en el 112 me lo solucionan, y si no... me lo solucionan también", recorda mientras esperaba ayer por la ambulancia que le trasladaría a su domicilio.

Tras llamar al servicio de emergencias, en cosa de 15 minutos tenía la ambulancia a la puerta de casa. Fue trasladado al hospital avilesino San Agustín, donde comprobaron que era positivo en COVID-19. A su esposa, Nieves Álvarez, no le han hecho la prueba pese a que viven juntos en San Esteban. Ahora permanecerán separados en la misma vivienda el tiempo preciso. En el hospital estuvo, dice, con los mejores cuidados por parte de todo el personal sanitario. "Lo hacen muy bien". Y a ellos les está muy agradecido por todo su esfuerzo.

Estando en el hospital, siempre en planta, tuvo un amanecer un poco fastidiado que terminó siendo casi una catarsis. "Ese día pensé que no podía, que con lo que tenía encima me dejarían morir... pero me levanté, me duché y nuevo otra vez. No pensé más en que hay que vivir", reconoce con ánimo satisfecho.

Agarrado a la vida ha pasado los últimos seis días y, pese a sus ya 88 años, que ya le dan experiencia y sabiduría, saca un aprendizaje de todo ello. "Nunca hay que perder la fe en el prójimo, y menos en los que nos quieren y nos cuidan, empezando por la familia y los amigos". De ellos se acordó todos los días que pasó en Avilés, pensó mucho mirando por la ventana. Tampoco se olvida en ese balance de los sanitarios "porque nos tienen que tener con vida y lo hacen muy bien". Y regresa a casa con ganas de seguir en la brecha porque, según dice, "resulta que la vida hay que vivirla con ganas de pasarlo bien".

Manuel Sanz, el llanisco con neumonía que derrotó al coronavirus

"Qué bien, tengo mi sopina en casa", dice el hombre de 82 años, recibido con aplausos en su barrio

El camino de Mieres a Llanes fue el más emocionante que seguramente recuerden. "Qué bien que ya tengo mi sopina en casa", decía Manuel Sanz Peña ayer a su hijo, que conducía el coche en el que viajaban. Y, sin duda alguna, era el retorno más esperado. Sanz tiene 82 años, neumonía y ha superado el COVID-19. Es un ejemplo de fortaleza, tesón y lucha. Estuvo ingresado 20 días en el hospital Álvarez Buylla, solo. Cada día peleaba con el virus. Y también con sus pensamientos: era una persona con patologías previas y edad avanzada, y el presagio no era bueno.

Pero la vida no podía acabarse allí, en aquella soledad. Su esposa y sus tres hijos lo animaban por teléfono, su único contacto diario con ellos. Él a veces estaba bien, y otras peor. Hubo un tiempo en el que tuvo un compañero de habitación, y algo pudo distraerse; el resto de días se batía el cobre con esa soledad que tan fuerte aprieta las entrañas cuando las cosas no marchan bien.

Hace siete días le hicieron las últimas pruebas. Estaba limpio de coronavirus, y aquello ya era un milagro. Pero había que tratar la neumonía y por eso estuvo más tiempo en el hospital, aunque ya ayer le dieron el alta. Sus vecinos lo recibieron entre aplausos, y con lágrimas de emoción y de admiración. Porque Sanz es de esas personas que han ganado esta guerra contra todos los pronósticos. La mascarilla le tapaba la boca, pero él sonreía, es imposible ocultar la sonrisa en una mirada. Saludó, agradeció, miró a todos lados y entró en el portal.

Lo recibió en la calle su esposa, Rosa Rodríguez, con quien lleva casado 53 años. Y sus hijos. No pudieron abrazarse, y eso genera una impotencia emocional que únicamente puede expresarse en lágrimas. "Cuando nos llamaron para decirnos que se iban a Mieres", relataba ayer su hija Rosana, "nos temimos lo peor". Tuvieron miedo a no poder despedirse.

La emocionante vuelta a casa de un llanisco de 82 tras superar el coronavirus

La emocionante vuelta a casa de un llanisco de 82 tras superar el coronavirus

Sanz se sintió mal en Benidorm, adonde había viajado junto a su mujer y una pareja amiga a principios del mes de marzo. Dos días antes de regresar tuvo la primera fiebre. Volvieron a Llanes antes de que se decretara el estado de alarma y consultó su estado con los servicios médicos. Se descartaba, por no haber síntomas, el coronavirus. Sin embargo, el matrimonio decidió no salir de casa, ni tan siquiera ver a sus hijos. Diez días más tarde el llanisco seguía con fiebre y, de madrugada, fue trasladado al hospital de Arriondas, donde le hicieron las placas correspondientes antes de derivarlo a Mieres.

Tres días más tarde de ingresar la fiebre fue reduciéndose. Sanz no necesitó respiración asistida, sólo oxígeno. Los sanitarios advertían al enfermo y a su familia de que aquel no solo sería un proceso lento, sino que "podía variar en cualquier momento, podría empeorar de un segundo a otro", recuerda Rosana. Pero fue saliendo adelante.

La vida ahora será distinta. Porque tendrá otro valor y porque "está muy concienciado de todas las limitaciones que hemos de tener con él; de hecho, me decía que no fuera a recibirlo, que era una imprudencia, le han marcado un protocolo muy estricto y lo cumplirá a rajatabla", cuenta su hija. Con su esposa también deberá mantener las distancias, "dos metros" para ser exactos. Y además de dormir en habitaciones separadas "mi madre tendrá que desinfectar constantemente los sitios por donde él pase".

Ella, la madre de Rosana, la esposa de Sanz, también padeció su parte. "No le hicieron pruebas, fue asintomática total, pero lleva 30 días encerrada en casa, sola, sin relacionarse con nadie. Han seguido su evolución desde el centro de salud a diario y ayer -por el lunes- le dieron el alta telefónica y le permitirán salir, al menos, a la compra". Hasta ahora, se la hacía su hija Rosana, que le dejaba las bolsas en el felpudo. "Y luego la llamábamos los tres -hijos- mil veces al día", asume. Ahora, todo será ya distinto, "y aunque estemos separados el tiempo que sea necesario seguiremos siendo una familia unida, con nuestras cosas, como todas, pero unida, como antes".

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