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Crónica vírica

Demasiados muertos bajo los altares

José Manuel Fernández explica cómo era la peste en Asturias en 1598: hogueras, testimonios de salud y fosas en el Campo

Grabado de un médico de la peste alemán del siglo XVII.

La peste llegó en barco a Santander desde Dunkerque, y dos años más tarde estaba a las puertas de Oviedo. De las epidemias de la época moderna registradas en Asturias, la que entre 1598 y 1599 castigó la región durante más de un año es una de las más documentadas, a través de los acuerdos tomados por el Ayuntamiento de Oviedo y el legajo del "Libro de cuentas de la fábrica de peste", donde se refieren los esfuerzos del poder local de aquella época para evitar una crisis económica y social aún mayor. El investigador José Manuel Fernández lo estudió minuciosamente en su libro "Peste y supervivencia en Oviedo" y ahora, confinado en la misma ciudad por otra epidemia, cuatro siglos más tarde, analiza ciertos paralelismos. La historia se repite, y no necesariamente como farsa.

"La enfermedad provocada por la pulga de la rata negra, la peste bubónica, era también muy complicada; había cura, pero no era sencilla, y había el temor de una catástrofe no solo sanitaria, sino también económica. Las autoridades tenían que elegir, como ahora, entre cerrar por completo una ciudad o permitir ciertos resquicios para mantener la actividad económica, aunque se colara la enfermedad", explica José Manuel Fernández.

La peste llegó a Asturias desde el Este (Santander) y también desde del Oeste (Galicia). Igual que ahora, se controlaban los desplazamientos, y los viajeros, si querían entrar en la ciudad, necesitaban enseñar un "testimonio de salud" para acreditar que venían de una zona no infectada. En los mesones de la ciudad también se pedía al forastero que mostraran su licencia de entrada legal.

La ciudad, Oviedo, se convirtió en la cabeza de la lucha contra la epidemia, y, aunque el mensaje de los médicos seguía siendo el de irse rápido, lejos, y volver tarde, el temor a la hambruna y a la enfermedad trajo a Oviedo a una gran cantidad de personas que la ciudad socorrió. "En una época en la que no existían instituciones que se pudieran encargar de estas enfermedades", explica José Manuel Fernández, "es relevante el papel que cumple el Ayuntamiento de Oviedo; da un paso adelante para evitar una situación crítica y se pone a atender a todos aquellos pobres del Principado que llegan a la ciudad".

Como si habláramos del aparcamiento del HUCA, del Ifema o de esos hoteles de urgencia, el Oviedo de los últimos años del siglo XVI habilitó el hospital de la Magdalena, en la Puerta Nueva (cerca del Campillín), y una zona de la leprosería de San Lázaro para atender a toda esta gente de manera gratuita. Se contrató a dos médicos, uno de Valladolid y otro de Salamanca, boticarios y enfermeras. El personal sanitario también se dejaba la piel en su trabajo. Uno de aquellos médicos llegó a enfermar, aunque no falleció. Y una de esas enfermeras, María Sánchez, se hizo cargo durante varios meses de una niña que había perdido a cuatro de sus hermanos y a sus padres con la peste.

Época preestadística, no hay cifras de lo que supuso la epidemia en Asturias, pero sí constancia de que la mortalidad fue altísima. Lo atestiguan que el altar de algunas iglesias, como la de San Isidoro, quedó elevado por la cantidad de cuerpos que tuvieron que enterrase en el templo. Hubo también fosas en el Campo, y hasta llegaron a proponerse enterramientos fuera del casco urbano, algo inédito en aquella época.

La peste, igual que ahora, anuló el duelo. Las familias no podían acompañar a sus cadáveres ni las campanas tocar a muerto para no causar desánimo en la población. En la calle se pedía a los vecinos que limpiaran la entrada a sus casas con vinagre y que purificaran el aire con hogueras de árgomas.

En los hospitales se aplicaba una dieta muy energética y algunas medicinas que incluían purgantes (pasas de sen y pulpa de caña fístula), sudoríficos como la triaca magna, emplasto madurativo para los bultos, y aguas odoríferas de azahar y rosa para las heridas. Ante la previsión de alojar a los que ya estaban curándose pero todavía podían contagiar la enfermedad, se habilitaron unas casas de convalecientes y buen gobierno, que finalmente acabaron utilizando las élites locales, recelosas de ser trasladadas a los hospitales comunes.

En aquel Oviedo pestilente no es que hubiera aplausos de las ocho ni vermú con canciones por internet, pero también el Ayuntamiento contrataba para levantar el ánimo de los enfermos un saludador profesional. La Iglesia también quiso poner su grano de arena y, aunque se habían suspendido las procesiones, la Catedral sacó por las calles, por primera vez en la historia, el Santo Sudario, para que la ciudad y la región se salvaran del castigo divino.

José Manuel Fernández insiste en que, ante el panorama complicado, las autoridades locales dieron ejemplo quedándose y ayudando a todos. "Ni los regidores ni jueces ni el gobernador del Principado se marcharon; fuera por razones humanitarias o para evitar revueltas, tenían mucho cuidado de controlar estas épocas de crisis y tenían instituciones muy potentes a la hora de hacer frente a las hambrunas, como la panera municipal y la panera de pobres, que eran almacenes de grano, alhóndigas, que repartían pan y trigo de forma gratuita o muy barato para evitar que los precios se dispararan. En el imaginario colectivo había esa idea de que Oviedo ayuda, Oviedo socorre".

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