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Las rederas, atrapadas en un oficio maltratado

Las profesionales asturianas llevan años reclamando la jubilación anticipada y un salario digno: “Queda mucho por hacer”

Teresa Costales, en plena faena, en su taller de Lastres; a la derecha, un detalle y, abajo, redes.

“Pagan poco por hacer redes, por eso históricamente se ha considerado un empleo para mujeres o para jubilados. Era una ayuda para la economía doméstica, esa es la razón por la que este oficio ha sido cosa nuestra. Esto fue y es así, hay que evidenciarlo porque es la realidad a la que todavía, a día de hoy, nos enfrentamos”.

Teresa Costales es la última redera de Lastres (Colunga) y ejerce su labor en el puerto pesquero desde hace 24 años. Fue una vocación que pudo desarrollar tarde. Ella no era hija de marineros, pero siempre le había llamado la atención la labor. Se casó con un pescador y aprovechó un curso municipal para profesionalizar su talento. Solo así, siendo algo vocacional, es como cobra sentido esta labor que está en peligro de extinción.

Teresa Costales trabajando en su taller E. S. R.

“Si no hay más rederas es porque no compensa, porque trabajo, hay”, asegura. De hecho, a ella le llegan encargos desde la cántabra localidad de San Vicente de la Barquera y la siguiente redera “está en Luarca”. Si quisiera podría no cerrar nunca la nave que tiene en la zona portuaria lastrina. Pero no tiene a quién emplear porque nadie en un intento de labrar su futuro laboral optará por el noble oficio de redera, o de redero. “No se paga bien, no hay cursos y no hay relevo, es un bucle”, asume. Pero lo entiende. “Para poder mantener el trabajo he tenido que diversificar la actividad”, dice señalando con la cabeza una pequeña tienda de recuerdos y souvenirs con temática marinera que hay junto a sus bancos de redes y aperos de la mar. Hay camisetas, felpudos, barcos, adornos, pegatinas y un sinfín de pequeños detalles que reflejan con gusto la esencia marinera. “Si no fuera por eso, ¿de qué?”, lamenta, sin cambiar el gesto amable, y sin dejar un segundo de mover las manos en un galimatías que para ella se dibuja por inercia y teje redes que, al ojo humano, parecen ovillos enredados, pero a la vista de la profesional, guarda una perfecta sincronización en el proceso.

“Para hacer esta red –dice señalando a su frente– hace falta día y medio, y que no te confundas. Pagan por ella 15 euros”, sentencia. Cuando tocan las redes de cerco “pagan algo mejor, a ocho euros la hora, que ya cunde algo más”, pero que resulta a todas luces insuficiente. “La labor es aparentemente sencilla, pero arreglar redes de 600 metros necesita una planificación, no es sentarte y ya”.

Teresa Costales en su taller E. S. R.

“Pagan poco por hacer redes, por eso se ha considerado un empleo para mujeres o para jubilados”

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No es que la profesión esté acabada, porque “a día de hoy no hay una máquina que haga esta labor”. Sencillamente es que “no lo quieren pagar” pese a ser un arte, un trabajo “vital para la pesca”. De hecho, insiste Teresa, que no deja de tejer mientras habla con mesura, “sin nosotras no hay redes, y sin redes no hay pesca”.

Así, las rederas llevan toda la vida en una batalla, casi silenciosa, que las enfrenta a los patrones de los barcos y a la Administración. Los primeros “no se plantean, cuando falla el motor, decirle al mecánico cuánto les tiene que cobrar, o regatear su precio. Son conscientes de que deben pagar lo que sea para poder funcionar. Pero no entienden que sin redes tampoco pueden continuar la actividad”, ejemplifica. Y los segundos no han sido capaces aún de subirles el coeficiente reductor que reclaman desde 2004 para la jubilación anticipada ni tampoco de reconocer las enfermedades que genera el trabajo. “Dicen que nadie se murió cosiendo redes”, pero no se plantean que “este es un trabajo muy repetitivo” que sí tiene consecuencias para la salud y por tanto “las enfermedades que produce deberían considerarse profesionales en vez de comunes”. Aún queda “mucho por hacer”.

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