Durante la epidemia de covid-19, no solo ha aumentado el número de personas que han desarrollado trastornos mentales como la ansiedad y la depresión, sino que también se han agravado aquellos casos diagnosticados antes de la llegada del virus, una realidad que esconde una cara más oscura: las tentativas de suicidio han aumentado este año después del confinamiento, tras la «contención» que se produjo de marzo a junio. En paralelo, ha subido también el consumo de ansiolíticos, antidepresivos y analgésicos.

No hay cifras oficiales al respecto, porque el Instituto Nacional de Estadística (INE) las actualiza cada dos o tres años, pero los psiquiatras y las entidades lo atestiguan. «No hay datos objetivos porque no hay estudios aún de cuánto se han incrementado los casos. La sensación es que estamos viendo más intentos de suicidio desde el desconfinamiento», indica la psiquiatra Aina Fernández Vidal.

El Teléfono de la Esperanza recibió un 26% más de llamadas desde el 14 de marzo al 30 de junio respecto al mismo periodo del 2019. Si antes del covid-19 los voluntarios del Teléfono registraban una llamada de alguien que se quería suicidar cada tres días, ahora desde esa asociación indican que están recibiendo una media de cinco al día relacionadas con este problema.

La franja de edad más habitual entre las personas que acuden a ese servicio buscando ayuda ante sus tendencias suicidas es la de entre 50 y 59 años (el 26,6%), seguida, ya más de lejos, de que va de los 40 a los 49 años (el 19%). La mayoría de quienes llaman son mujeres (el 63%, frente al 27% de hombres). Y el 43,3% de quienes recurren a este servicio bajo esas circuntancias vive solo.

Según datos de la consultoría farmacéutica “Iqvia”, de enero a septiembre de este año, en España aumentó el 4,8% el consumo de antisicóticos, el 3,2% el de hipnóticos y sedantes, el 4,2% el de tranquilizantes y el 4,1% el de antidepresivos.